Granja de Moreruela tiene un tesoro conocidísimo, su imponente monasterio cisterciense, y otro menos antiguo y mucho menos famoso, custodiado en la casa de uno de sus vecinos. Amador Peñín guarda eso, un tesoro, que como la piedra de Rossetta en el Museo Británico, la Venus de Milo en el Louvre o Las Meninas en el Prado, está expuesto para ser admirado por los ojos de todo aquel que quiera entrar a verlo. La mayoría de los objetos que Amador guarda en su casa no tienen un gran valor por sí mismos, pero juntos forman una colosal colección de incalculable valor que merece la pena visitar.

Radios, básculas, gafas, muñecas, bicicletas, aperos de labranza... la lista de antigüedades y objetos "vintage" que Amador ha ido coleccionando a lo largo de su vida es tan amplia como dispar, pero todo está ordenado por antigüedad, por modelo o por tamaño. En la casa de Amador todo tiene un por qué, detrás de cada objeto hay una historia que Amador está dispuesto a contar a sus visitas y, lo más importante, casi todo funciona. Para eso hay que ser "manitas", pues él mismo ha reparado, barnizado o pintado muchos de los elementos de su colección, y fabricado otros como las lámparas hechas con bombos de lavadora para iluminar el porche de su casa.

Pero quizás lo más curioso de las colecciones de Amador no está en su variedad o en el estado de conservación de los objetos, sino en su tamaño: tiene 60 radios, un centenar de gafas viejas, más de 600 relojes despertadores, miles de cámaras fotográficas de todos los tipos de tamaños y cientos de teléfonos que cuentan la historia de la telecomunicación en el siglo XX, desde los más antiguos que existieron hasta el móvil, pasando por los clásicos modelos de rueda de Telefónica, el "góndola" en diferentes colores o los primeros portátiles.

La propia casa es un museo en sí misma, un edificio con 160 años de antigüedad que Amador ha ido acondicionando a los tiempos modernos sin echar a perder su encanto rústico. Por todas las habitaciones y en los pasillos hay repartidas las primeras muestras de la gran colección de Amador: un trillo aquí, una estantería con relojes allá, una fila de muñecas vestidas con los trajes tradicionales de cada nación del mundo... Pero la verdadera cámara de los secretos es la bodega, la estancia más grande de la casa que guarda miles de antigüallas repartidas en una especie de caos muy ordenado. Aparte de las citadas hay carteras de cuero, acordeones, hornillos, máquinas de coser, guitarras, una variedad de cencerros de todos los tamaños, piedras de molino, coches de hojalata, abanicos, máquinas de escribir, básculas (de cocina, romanas, de personas), cestas de mimbre, sillas de montar o abanicos, y así un abrumador sinfín de objetos imposibles de recordar, todos multiplicados varias veces en diferentes modelos o colores.

Pero en el particular museo de Amador, junto de esas interminables colecciones de pequeños objetos, se muestran otras de mayor envergadura, como unas cuantas motocicletas clásicas, máquinas antiguas para afilar cuchillos y todo tipo de bicicletas, entre ellas una estática que lleva toda la vida con él y que el propio fabricante se la ha intentado "recomprar" por ser uno de los modelos más antiguos de la marca y estar tan bien conservada. También exhibe la que, asegura, es la bici más antigua de Granja de Moreruela, colgada junto a un cartel improvisado junto a un trillo que reza de forma orgullosa "Casa-Museo de Amador Peñín".

No le viene grande el título, aunque fuera de Granja todavía no se conoce su colección, todo el pueblo ya ha pasado por casa de Amador y muchos se atreven a llevar a sus visitas. Si él está en casa, los recibe encantado y les explica cómo ha conseguido completar cada uno de los conjuntos que exhibe. "Es mi ilusión", asegura.

Pero su colección no termina en esta casa. En Cabezón de Pisuerga tiene una bodega subterránea en la que guardaba aún más objetos, "entre ellos la dulzaina más vieja de la provincia de Valladolid", explica con mezcla de orgullo y amargura porque sufrió un robo en su bodega en la que, entre muchos otros objetos, se llevaron el instrumento musical. Por eso ahora prefiere prevenir y ha instalado alarmas y cámaras en su casa de Granja.

Por otro lado, Amador atesora una serie de piezas que aunque no forman parte de una colección concreta son extraños o únicos, como un casco de bombero de principios del siglo XX, un extintor, un dispensador de aceite, una máquina de Michelín para abrir neumáticos o un masajeador automático que tiene más de 40 años y que él mismo patentó junto a un amigo, "solo existen cuatro o cinco en el mundo como esta".

Amador ha dedicado toda su vida al deporte, posee uno de los gimnasios más antiguos de la ciudad de Valladolid y por eso tiene todo tipo de máquinas deportivas con solera. Algunas están en su museo, pero otras las quiere aprovechar para montar un gimnasio público para los vecinos de Granja "si el Ayuntamiento habilitara algún local lo suficientemente grande, yo pondría las máquinas, saldría casi a coste cero para el municipio". Pocos pueblos cuentan con un vecino que aporte él solo una atracción cultural y otra deportiva. Mientras tanto, Amador sigue saciando su afán coleccionista, ahora mismo está buscando televisores.