Vivir es respirar. Sentir es conocer, comunicar, interaccionar. Vivir, sentir y disfrutar es una mañana de escarcha, la piel de la tierra almidonada, el aire que entra y sale por los huesos dejando el tuétano titilando, los nervios siempre de la primera vez, la escopeta sin seguro, los sentidos tensos como los tendones de un corredor de cien metros, el pointer afilado, jeribequeando entre los carrascos, silencio, nada hay en el mundo que sea más importante que ese momento. De repente, la mañana se rompe, trastabilla, aletea como un trueno que se adelantara al relámpago. Aquí solo vale el instinto, los movimientos aprendidos lejos de la escuela. El sentido primario que traslada el cerebro a todo el cuerpo. La patirroja llena el aire y lo estruja, rompe la luz y la hace cuerpo. Busca el perdedero como una exhalación. El cazador levanta el arma sin saberlo, apunta sin saberlo, dispara sin saberlo. Pom. Y todo en un instante. Eso es sentir, eso es vivir, eso es disfrutar. Volver al principio y llegar al final. Eso es la caza.

Somos matadores, claro. Somos quien controla las especies que nos dejan. Somos quienes decidimos cualquier mañana sobre la vida y la muerte de seres que viven en el campo desde siempre y lo han hecho suyo. Disparamos plomo y hacemos sangre. Rompemos polladas a nuestro antojo. Colocamos para su exposición en los claros del bosque reatas de venados muertos, de guarros sangrantes. Levantamos imágenes trogloditas de seres inánimes como piras expuestas a los dioses. Invitamos a nuestras reuniones de taco y hoguera a indeseables que aprovechan, siempre vestidos de verde, para hacer negocios turbios. Cobijamos entre nuestra filas a algunos individuos de gatillo fácil, que no se paran en remilgos y que, a veces, disparan a casi todo lo que se mueve. Todo eso somos.

Pero también somos agentes medioambientales que controlan las especies para que no se produzca un desequilibrio que restaría biodiversidad. Somos ecologistas, proteccionistas porque estamos en el campo, advertimos a las administraciones cuando aparecen animales enfermos, muertos. Somos los guardianes de las especies cinegéticas. Si hay caza es porque hay cazadores, porque habilitamos refugios, limpiamos fuentes. Hallamos personas perdidas en el bosque, somos los primeros en detectar incendios.

Hacemos el papel de guardianes del medio ambiente y denunciamos permanentemente el uso excesivo de herbicidas y pesticidas. La despoblación hace que cada vez haya menos personas en el campo, pero nosotros sí estamos allí, siempre vigilantes. Pagamos cada vez más impuestos, licencias, tasas, generamos riqueza y alimentamos un sector que crea miles de puestos de trabajo. La sociedad no se puede permitir el lujo de que los cazadores y la filosofía que los alimenta desaparezcan. Y quienes nos critican deberían saber que la caza ha sido, desde siempre, la actividad primera y matriz del ser humano, que ha hecho que la especie haya evolucionado social y tecnológicamente. Y ahora también es objeto que nos sirve para probar nuestra pericia, nuestros reflejos. Una forma permanente de estar juntos donde debemos estar, en la naturaleza.

La caza, que hoy es renuncia, no nos engañemos, está seriamente amenazada. La sociedad, yo creo que equivocadamente, camina en otra dirección y en el fondo del debate lo que está en juego es la supervivencia del ámbito rural. La cultura urbana se está comiendo a la rural, a la agraria. Las leyes se hacen en parlamentos que están en las ciudades, habitados por hombres de ciudad que cada vez conocen menos lo que se cuece en los pueblos. Tenemos la guerra perdida pero que nadie se dé por vencido antes de tiempo. Hay que luchar a través de la unión de todos los colectivos que tienen que ver con el campo, con la cultura del mundo rural. Es preciso un frente común que, con sentido común, luche por sus intereses y los defienda en todos los foros.

Pom. La perdiz, a veces, se va a criar. Y cuando cae abatida en ese instante, el buen cazador le daría la vida. Pero, aun muerta, como decía Delibes, la perdiz es un bodegón, es bonita, es vida. Y un lance para contar muchas veces. Tantas, que hay momentos de caza que se van con nosotros a la tumba. Nunca se olvidan. Para acabar, un deseo: que nos dejen cazar en paz. Y un agradecimiento: a quienes siempre esperan, gracias por estar siempre ahí.