Desde niño Pedro Crespo viene escuchando las historias que le contaba su madre y otros familiares: cuentos, acertijos, canciones que se trasmitían de padres a hijos y dejaron un poso en este profesor inquieto. Parte de aquellas historias y otras recogidas de los mayores han alumbrado el libro "Cuentos, canciones, costumbres, creencias, trabalenguas y otros textos de Sayago".

-¿Tras las incursiones en otros géneros, cómo llegó a la investigación de la tradición oral?

-Una de las tesis que funcionan en el mundo lingüístico (y yo mantengo) es que el niño, a parte de mamar la leche de su madre, mama directamente la lengua de su madre. Y yo mamé esta cultura desde que tengo uso de razón.

-Es zamorano de nacimiento, ¿de dónde le viene la vinculación con Sayago?

-Efectivamente soy zamorano del 55, el año que se creó el clínico. Pero mi madre nació y se crió en la dehesa de Las Vegas junto al Porvenir y San Román.

-¿Es allí donde empezó a escuchar los ecos de aquellos cuentos e historias que sustentan el libro?

-Exacto; además mi padre es de Carrascal y viví en San Frontis donde siempre nos decían con cierto desdén que éramos el primer pueblo de Sayago.

-¿Qué recuerdos tiene de aquellas historias que escuchaba desde niño?

-De los remotos recuerdos que tengo de la infancia están las primeras adivinanzas o acertijos y el que más y me rompió la cabeza fue cuando mi tía Vicenta, de Carrascal, me dijo "el caballo blanco de Santiago de qué color es", dije no lo se. Y no fui capaz de descubrirlo. O aquel que decía "nuestra señora de agosto, ¿en qué mes cae?". Y yo tampoco lo sabía. Eran tan elementales, pero a la vez yo tan corto de edad; a lo mejor tenía tres años.

-Tan pequeño y ya recibía esas informaciones, ¿quizás se valoraba el lenguaje y la comunicación oral más que ahora?

-Era impresionante, como cuando te decían lo de los "tres tristes tigres. Y venga, a repetir rápido. E insistían en que los dijéramos y lo pronunciáramos bien, era una labor de logopeda fundamental. Como con los cuentos, el de la cabra y los siete cabritillos que con el tiempo he descubierto que estaba mezclado con el de Caperucita Roja. El final se mezcla como muchos romances que se fusionan.

-En esa labor recopilatoria de fuentes orales corre el riesgo de desaparecer porque sin el narrador se acaba la historia ¿hay una continuidad generacional para seguir contando?

-Es evidente que la cultura ha cambiado, entre otras cosas porque los mayores se han quedado solos y ya no tienen a nadie a quien contar; con lo cual se han quedado sin receptores porque todos los hijos han emigrado. No ha habido otra generación, están solos; los ven en verano como mucho. Y desgraciadamente en la mayoría de los casos, las cosas del abuelo a los jóvenes les trae sin cuidado, vienen ya con sus maquinitas, su juego, su tele. Es muy triste pero es así.

-Esta es una gran labor del libro, entre otras. ¿Cómo empezó ese trabajo de campo?

-Yo me matriculaba de doctorado en el curso 87-88, cuando trabajaba en Ocaña como profesor. Mi mujer me animó y entre los cursos que dan había uno que se titulaba "Literatura y folclore". Me encantaba y ahí vi las puertas abiertas.

-Y llega el trabajo de campo, de meterse en las cocinas...

-Estábamos unos 25 maestros haciendo el doctorado en la Uned con el profesor José Fradejas Lebrero, que era de Algodre. Recuerdo que empezó a preguntarnos a cada uno el nombre y de dónde éramos. Y como era un sabio, de cada sitio sacaba una historia y decía trabájame sobre tal cosa. Era sorprendente, se sabía todas las leyendas. Cuando llegó a mi y le dije que era de Zamora me encomendó un trabajo sobre san Atilano. Pero yo tenía dentro el poso de todo lo escuchado en mi infancia, buscaba algo más y le propuse hacerlo sobre las historias que me habían contado.

-Recoge textos muy puristas sin retoques...

-La primera idea del neófito es ir recogiendo los cuentos y luego corregir expresiones incorrecta. Pero el profesor Fradejas me dijo "oh no insensato la clave está es que recoja no solo el cuento sino la lengua, el estado latente y patente de esa lengua, por tanto no puede tocar nada, fiel, llévese la grabadora no arregle nada y limítese a recoger".

-¿Qué ha descubierto en cuanto a singularidades de esa cultura popular de Sayago?

-Por ejemplo cuentos de hadas apenas hay. Algo muy patente es que los cuentos llevan siempre una moraleja, una moralina, una enseñanza metida; aparte de divertir, enseñan.

-Cuentos que, como usted apunta, se escuchan de una parte a otra del mundo; ¿cómo es posible esa concordancia en culturas tan diferentes?

-Hay dos teorías en torno a esto. La primera, y hay muchos antropólogos que lo piensan así, es que existía una sola creación y luego se divulga por todo el mundo a través del movimiento de las personas. Y hay otra teoría que Dámaso Alonso defiende y yo también, llamada poligénesis, es decir de muchos orígenes. Porque el ser humano es uno en los tiempos; seguimos amando, sufriendo y matándonos como en la prehistoria, no hemos evolucionado nada. Esa es la clave de que en Méjico, en Oceanía o en África existan unas historias paralelas, de gente que no sabía leer ni escribir, primitivos que contaban ya cuentos parecidos a los que hemos podido recoger en Sayago o han escrito grandes narradores.

-¿Ha encontrado ejemplos claros en esta investigación?

-Desde luego. Lo podemos ver con un cuento. Un hombre recién casado se va a la guerra sin saber que su mujer está encinta, hasta que pasan 20-30 años y regresa. Antes de volver se encuentra con alguien que le da tres consejos. Uno, nunca abandones camino principal por atajo. Segundo, nunca preguntes aquello sobre lo que no te interesa, lo que no va contigo. Y tercero, veas lo que veas, por duro que te parezca, antes de realizar una acción piénsala tres veces. Cuenta hasta diez. Y el hombre partió para buscar a su mujer. Va caminando y en un momento determinado le invitan a ir por el atajo, pero dijo, prefiero el camino principal. Cuando llega a la posada se entera que han matado a uno en ese atajo. En la posada, mientras está comiendo ve una habitación extraña y cuando va a preguntar se acordó del segundo consejo: en boca cerrada no entran moscas. Y cuando llega a casa antes de entrar ve que con su mujer hay un muchacho joven, quiso reaccionar celoso pero se acordó del tercer consejo. Esperó y entonces oye que su mujer le dice al hombre, hijo antes de irnos a la cama vamos a rezar por tu padre para ver si viene pronto. Gracias a eso llamó, fue reconocido, salvado y vivieron felices. Lo sorprendente de esta historia es que se parece a la Odisea. Ulises lo único que hace es volver a Ítaca, donde están su mujer y su hijo. Cómo es posible que 800 años antes de Cristo ya existiera esto. Resulta que todo eso está en un cuento popular.

-La sabiduría popular es inagotable, ¿tendrá continuidad este trabajo?

-Me gustaría continuar. Lo difícil es enfrentarte a los narradores, el sayagués es muy reservado; eso de ni le quites ni le des es verdad. Te lo tienes que trabajar mucho. Luego se entregan, pero es receloso de entrada. Pero sí, hay que volver a Sayago porque donde menos se espera salta la liebre.

-¿Como educador piensa que hay cantera de investigación en las nuevas generaciones, interesa la tradición oral?

-Pues soy muy pesimista. Esto no se recupera porque la juventud está desinteresada, no solo por la tradición sino por la familia e incluso por la cultura. No se dejan enseñar, es muy difícil dar clase. Hemos llegado a tal extremo ni el director ni los inspectores hacen nada, es una cosa desastrosa. Siento ser tan claro y tan pesimista, pero es que así lo he vivido.