El 14 de septiembre es un día especial en Fuentelapeña. Tradicionalmente en esa fecha se honraba al Santísimo Cristo de Méjico y aún hoy -en este caso el día de ayer- tiene lugar una misa en la ermita. Pero, como tantas fiestas del mundo rural, de unos años para acá la celebración se traslada al fin de semana más próximo. La emigración masiva lleva a sacrificar la fecha original de las fiestas tradicionales en pos de una mayor participación. Y tal es la razón de que este fin de semana Fuentelapeña honre al Cristo de Méjico.

"Es una imagen muy querida, incluso por encima de san Roque" no duda en afirmar Julio Pigazos Hernández, secretario de la cofradía del Santísimo Cristo de Méjico, que se encarga del mantenimiento de la ermita y de perpetuar la devoción a una imagen cuya historia está por escribir. Sin que se tenga una certeza absoluta de los orígenes, la tradición transmitida de padres a hijos cuenta que el Cristo llegó a Fuentelapeña procedente de Méjico gracias a un hijo del pueblo que hizo las Américas. Y que fue transportado hasta Fuentelapeña en un carro de bueyes que, al llegar a la altura de donde hoy está la ermita, se pararon y no había manera de que continuaran. Por más que intentaron reanudar el camino, los animales se mostraron tozudos y allí se erigiría la ermita.

Juan González Ruiz, inspector de Educación, ha escrito que "la primera mención del caso se encuentra en un documento que recoge la visita del Comendador de la Orden de San Juan en 1601, de lo que se deduce que el donante debió de ser un indiano ciertamente precoz; y, por lo mismo, dado el tiempo transcurrido y a falta de mayores precisiones documentales, se han podido formar todo tipo de interpretaciones más o menos imaginativas pero que, en todo caso, alimentan una devoción muy arraigada en el pueblo y en su entorno".

Prueba de tal fidelidad es la apertura de la ermita durante media hora los 365 días del año, como certifica Eva Monsalvo Viejo, ermitaña y desde su jubilación dedicada al Cristo en cuerpo y alma. "Seguiré hasta que pueda" cuenta quien recibió la devoción de su madre. "Todos los días viene alguien; en verano sobre todo muchísima gente" certifica mientras ultima los preparativos para que la imagen y el templo luzcan con todo su esplendor en la fiesta del fin de semana.

Muchos hijos de Fuentelapeña que viven fuera retornarán al pueblo para renovar una tradición que se remonta a muchos años; cuentan que a mediados del siglo XVI ya hay constancia de esta talla. Pero los estatutos más antiguos de los que disponen miembros de la cofradía datan de principios del siglo XX. Julio Pigazos conserva el libro con el reglamento de la Cofradía del Santísimo Cristo, que data del año 1925. Allí se certifica cómo fueron unos pastores los fundadores, con Bernardo M. Encinas Morales como secretario.

Entre las ordenanzas figura, por ejemplo, que "será obligación de todos que durante vísperas, vigilias, misas y demás actos de la iglesia, estar con modestia y compostura religiosa y con cirio en mano". Y las "multas" por incumplimiento de las obligaciones establecidas en los estatutos se pagaban en "libras de cera". Eran otros tiempos, cuando la cofradía solo permitía la entrada de hombres. O cuando al día siguiente de la fiesta, el llamado "día de la abuela", a la hora designada por el capellán "nos reuniremos todos en casa de nuestro mayordomo para acompañarle a la ermita". Hoy la hermandad está abierta a todo el mundo, en la actualidad con 37 cofrades y aquellas sanciones en cera hoy se traducen en 3 euros.

Las fiestas del Cristo de Méjico comenzarán el sábado cuando, a las cinco de la tarde, se celebran las vísperas con la salida de la imagen desde la ermita hasta la iglesia. Y el domingo, tras la misa por la mañana, a las cinco de la tarde el Cristo de Méjico regresa en procesión de nuevo a su lugar natural. Una procesión singular donde las haya, pues en el transcurso de la misma se celebra las subastas de los brazos y de una sandía donada por un vecino del pueblo. Son dos pujas, la primera en el puente y la segunda a la entrada de la ermita. Una tradición que permite reunir fondos para el mantenimiento del patrimonio de la cofradía; la ermita y las imágenes que se guardan dentro.

"Se han llegado a recaudar hasta 300 euros por las subastas de la sandía -apunta Julio Pigazos-, y hasta 2.000 por los brazos". Una prueba más de la devoción y fidelidad de los hijos de Fuentelapeña hacia esta talla llegada de las Américas y que ha dado nombre a centros y asociaciones. "El año pasado sacamos 3.912 euros entre besamanos, subastas y donativos de la fiesta".

Los fondos y donaciones han permitido adecentar la ermita; "hace cuatro años se cambió el suelo, pusimos la luz nueva y más cosas; se hizo una obra buena" cuenta Eva Monsalvo. Y ahora se va a reparar el tejado y a enderezar la cruz de la campana, para lo cual ya están colocados los andamios en el lateral del templo, junto al cementerio donde reposan los restos de Claudio Moyano, hijo ilustre de Fuentelapeña.