Los cielos serpenteantes de Estambul, la luna llena, gorda como un pez globo, de Jerusalén y la suavidad del amanecer mesetario de Sanzoles. Esas tres imágenes, clavadas con alfileres de nubes viajeras, llenan de colorines las mañanas, ahora ya sí más templadas, del invierno maduro y reventón del Buenos Aires que entra por la ventana entreabierta del apartamento de Victoria Folcini Castaño, la argentina que acaba de encontrar el destino de sus antepasados muertos en el corazón de la Tierra del Vino zamorana y que no puede dejar de soñar con lo que pasó hace ya casi dos meses.

Victoria, Folcini por su padre, y Castaño, Puga, González, Arribas, Vicente, Lleras? por su madre, necesita cada día recordar su viaje iniciático a Europa y Asia. Volver a revivir esos instantes de intensidad sensitiva, casi pasional, transcurridos hace nada, cuando el estío, aún adolescente, estaba más engallado en el hemisferio norte.

Llegó a Sanzoles por primera vez el 18 de junio y se encontró el pueblo tomado por gentes de la comarca. Era el día de la mancomunidad Tierra del Vino, una semana antes de las elecciones generales en España, las segundas seguidas, que si alguien no lo remedia, no servirán para nada, y había movilización general de políticos y gentes del común.

Vino buscando pistas sobre sus antepasados, sobre todo el de sus abuelos, con el fin de rellenar fichas en su puzle existencial, deshilachado por el trajín del ir y venir, de las distancias, del respirar sincopado del Atlántico y las turbulencias de las siempre caprichosas nubes, que tanto inquietaban al poeta Ovidio.

"Cuando llegué a Sanzoles no me lo creía. Pregunté a dos vecinas sobre alguien que tuviera el apellido Puga, como el mío, e inmediatamente me dijeron: ahí viene Mari Luz que se apellida Puga. Fue todo muy rápido, me acogieron maravillosamente, me uní a la comida de la mancomunidad. Conocí a muchos vecinos, supuestos parientes. Aquello era un hervidero, una fiesta; nunca me había imaginado que el pueblo del que salieron mis abuelos tuviera tanta vida, tanto dinamismo".

Fue una falsa imagen, claro, porque no todos los días hay fiesta comarcal en Sanzoles. Hay también mucho invierno y soledad. Y desde hace muchas décadas un goteo despoblador que ha dejado el pueblo con menos de 600 habitantes, cuando llegó a tener 1.800 antes de los años cincuenta del pasado siglo.

Victoria Folcini Castaño estuvo cerca de un mes por Europa y Asia. Formó parte de un grupo de personas seguidores de la Cábala (Kabbalah) que visitó Tierra Santa. La cábala se desarrolló como doctrina a partir del siglo XIII; según ésta, Dios solamente puede reconocerse bajo la perspectiva de la creación, la cábala pretende penetrar en el sentido oculto de la Torá, desarrollando a tal efecto un saber esotérico, hondo y misterioso (Google dixit).

Durante varias semanas visitó España (Madrid, San Sebastián, Bilbao, Valladolid, Medina del Campo?), Turquía, Israel, Palestina e Italia. Y se empapó del estío europeo, que se le pegó a la piel y un poco al alma, convirtiendo su estancia en tierra extraña en un descubrir sensaciones ocultas, revivir soledades compartidas, entrar en la senda del conocimiento de lo oculto.

La notaria argentina aprovechó también el viaje para identificar sus raíces y se vino a Zamora. Lo hizo ilusionada al principio de su periplo y al final aún más. Llegó a Sanzoles, como buena escribiente, llena de papeles: el certificado de "buena conducta" social y sanitaria de su abuela materna, Isidora González Puga (30 años cuando salió del pueblo, de profesión costurera, libre de enajenación mental y no sospechosa de haber ejercido la mendicidad), también el pasaje del barco de su marcha a Argentina (422,80 pesetas de 1923, sellado por una naviera, como no, alemana); un pagaré a nombre de su bisabuelo Juan González Lleras por trescientas pesetas de 1879 para cobrar los servicios (la soldada) prestados al Ejército antes de la Guerra de Cuba.

En su cabeza trajo un listín de apellidos que la emparentan con medio pueblo. Con sus documentos y sus ganas de buscar y encontrar se presentó en las oficinas municipales, buscando datos oficiales, partidas de nacimientos, de defunción, lo que fuera. Se hizo cruces al comprobar cómo el administrativo Santiago Martín encontró en un plisplás datos esclarecedores. Para una notaria ver en un papel el nombre de alguien es darle existencia. Para una mujer sensible, que ha hecho de la búsqueda su razón de ser, coger el hilo y empezar a ver de cerca la madeja es una explosión de sensaciones. Fue una "pavada", pero ocurrió varias veces: no pudo contener la emoción, que humedeció la piel trigal del sol europeo. No se puede cegar una fuente.

"Mi abuela y mi abuelo maternos salieron de Sanzoles camino de América por separado. Hay una historia curiosa porque es allí, en Buenos Aires y pasados unos años, cundo el abuelo (Juan Francisco Castaño Lleras) enviudó y entonces vino el matrimonio con mi abuela. No sé si es que ellos ya habían intimado antes en Sanzoles, de jóvenes. Es otro de los misterios que envuelve mi pasado".

En sus dos presencias en Sanzoles, con una separación de un mes escaso, lo único que ha probado es el parentesco con el que esto suscribe, con el que Victoria Folcini Castaño tiene un bisabuelo en común, apellidado Vicente. Pero tiene muchos más parientes en el pueblo de Tierra del Vino, seguro, porque sus apellidos lo indican. Solo hay que probarlo y para eso ya tiene prevista una tercera visita a Sanzoles en los próximos meses, donde ha dejado documentación para que desde el Ayuntamiento, que preside María Mulas, se haga un trabajo de rastreo.

No es "pataca", precisamente, Victoria Folcini. Es el vigor (también en el hablar) argentino, la fuerza del corazón. En el largo viaje realizado a los principios y pilares de Europa y Asia ha sentido el palpitar de la historia y los inicios bulliciosos de la humanidad. De los finales, mejor no hablar.

Anclada junto al Mar de Galilea, cerca de la tumba del patriarca Joseff, a los pies del sepulcro del rey David, en la iglesia de Santa Sofía, en el fragor inconsistente de Palestina..., ha empapado su alma de sentimientos y ha buscado la verdad. Pero donde más cerca ha estado de ella ha sido en Sanzoles. Allí, en una madrugada de julio, solo acompañada de la soledad de Rais y Zara, vio nacer el sol entre los montes gastados de La Calabaza y Peña Tajada. Por un momento entendió. Sus abuelos habían vivaqueado durante muchos años por aquellas tierras de labor, preñadas de cereal y manchadas de viñedos. Salió sola de la finca donde había visto nacer la luz y caminó, perdida por el pueblo donde alborearon y murieron la mayoría de sus antepasados. Recordó a su madre (Raquel Castaño González), muerta hace dos años sin poder conocer Sanzoles y lloró de emoción. Escuchó el piar cansino de los gorriones y esa quietud de la madrugada mesetaria que se clava como la lluvia de otoño en las entretelas sin hacer sangre ni lodo, ni falta que hace. Comprendió que el saber, cuando entra pegado a la claridad, es menos esotérico, hondo y misterioso. Todo es más fácil de lo que aparenta. La tierra siempre está en el origen y ella lo sabe todo. Solo hay que saber escuchar. Y Victoria Folcini Castaño ha puesto el oído. Desde su Buenos Aires natal lo intenta todos los días. Pronto volverá a ver amanecer entre un círculo mágico, junto al camino de Toro, en su Sanzoles prenatal, cuando el tiempo se vista de membrillo y las uvas rotas por la vesanía de la prensa metálica cambien de estado. Tiempo de buena esperanza y de creer.