Fermoselle cumplió ayer el compromiso de rendir un homenaje y tener un reconocimiento con los emigrantes que dejaron la villa de Arribes para buscar su porvenir en otros enclaves del mundo. Dicen que no hay país donde no haya un fermosellano, en referencia a que las gentes de este pueblo han puesto sus pies en prácticamente todos los confines y, en algunos países, con tal firmeza y en tal número que hasta llegaron a organizar unas fiestas de San Agustín, como fue el caso de la Unión Hijos de la villa de Fermoselle, en Rivadavia (Argentina), en el año 1958. "El hijo de Fermoselle en cualquier parte del mundo donde se halla, jamás olvidará la fiesta de los toros, es casi una semana de alegría, bailes" recogía el programa.

Cientos de fermosellanos participaron en la romería organizada en el monumento al Emigrante, donde tuvo lugar una misa campera y se aludió al fenómeno social de la emigración que ha convertido a la villa en uno de los núcleos más cosmopolitas que puedan conocerse. Una realidad evidenciada cada mes de agosto con el retorno de los hijos del pueblo dispersos por el país, Europa y otros continentes.

La romería contó con la ambientación musical de los tamborileros Juan de la Encina y con la colaboración del Ayuntamiento de Fermoselle que animó el cotarro con los típicos cacahuetes y la limonada. Es una romería inexcusable y consolidada, que tiene en la talla representativa del emigrante un referente y una identidad.