Veinte años es casi un cuarto de la vida media del ser humano en estos tiempos convulsos pero saludables. Dos décadas en la vida de un creador sirven para llenar las alforjas de conceptos, líneas maestras, piedras matrices y obras relucientes. Pino, Laudelino Díaz Pino, zamorano de Marquiz de Alba, expone hasta el 24 de julio en la Casa de la Provincia de Sevilla, dependiente de la Diputación andaluza, su cosecha artística de cuatro lustros. La mies es tan variada como colorista y define el sentir de este zamorano-andaluz (vive en Coca de la Piñera) que de nacer hace muchas décadas seguramente hoy lo conoceríamos mucho más.

Pino lo reconoce sin ambages en el catálogo de la exposición: "Al igual que se cumplieron los sueños de Martin Luther King o de Barack Obama, el mío también se ha cumplido, exponer mis cuadros en la sala Murube de Sevilla, la ciudad de los Velázquez y Murillo, Trajano y Adriano, Bécquer y Machado".

El doctor en Historia del Arte Pedro Ignacio Martínez Leal, con motivo de la muestra, define al pintor andaluz-castellano como "un artista de variadas facetas, es decir, investigador, pedagogo del dibujo, poeta y filósofo, en cuanto a sus actitudes de compromiso social desde su arte". Y dice más del zamorano al que documenta como un hombre "poliédrico, global y creador polifacético".

En la crónica que ha recogido Europa Press sobre la muestra se dibuja un perfil de Díaz Pino donde se resalta su concepto de la creación artística como "un diálogo constante, una interrogación permanente" que viven entre los retos técnicos, sus valores espirituales y la paleta cromática que exhibe. La agencia, que basa su información en un comunicado de la Diputación de Sevilla, asegura que la línea base de las composiciones del pintor afincado en Sevilla actúa como un elemento rígido en el que se asientan con "fuerza el desgarro del color" de sus pinceles y sus "texturas rugosas, temáticas, vibrantes de sentimientos, porque su pintura refleja la interpretación poética y social de la realidad que le rodea".

Para Pedro Ignacio Martínez Leal, "el paisaje es uno de los géneros pictóricos más destacados de la obra de Pino". Sus lienzos "se impregnan de gamas y tonalidades verdes, marrones o violáceas, y sombras moradas, amarillentas o azules". ¿Y las flores? "Las insinúa con comas radiantes en rosas o verdes diversos, o como si fueran discos transparentes a base de tonos bermellones, amarillos o naranjas luminosos, junto al feliz blanco de plata de las aguas, los celajes, o, las nubes de policromías muy vivaces".

La muestra recoge el sentir de un creador multifacético al que no le da miedo bucear en las oscuridades del arte. Acaba por iluminar los sentimientos en una paleta amplia donde se mezcla la exuberancia del sur y el estoicismo puro, y casi miserable, de la Castilla más profunda y retorcida.

Idealiza su querida Sevilla con lienzos variados, que sudan colores que elevan el ánimo. Paisajes, maternidades, retratos, la pintura racial -y casi violenta, un bofetón- de la serie África, pintura que es denuncia y reflexión en tiempos de miedo. No falta tampoco la exaltación de la tauromaquia, imágenes que trascienden al dibujo y se posan en las sensaciones, que echan a volar asustadas por una realidad enrocada en la nada.

Pino ha llegado a su madurez y lo proclama a los cuatro vientos con una exposición muy rica y variada. El ceramista, el pintor, el escultor, el autor que ama a Zamora por encima de todas las cosas se ha labrado un nombre tras exponer en mil sitios (en Zamora varias veces, por supuesto, pero también en Nueva York, Montpellier, Sevilla, Barcelona, Valladolid, Santander?) y quiere seguir alimentando su vena creativa. Para eso nunca se olvida de su Marquiz natal donde engorda su sensibilidad y su capacidad de concitar a todos los dioses del sentir.