Fue y es, el de pastor y zagal, un oficio tan digno como sacrificado, predominando en su rutina diaria la vida campestre frente a la casera. Pocas veces acudían al pueblo, solamente tres días al año eran de visita obligada a pueblos y hogares: la "Noche de Ánimas" porque no era noche de andar solos, acechando la "Santa Compaña"; la "Nochebuena" para ofrecer "La Cordera" al Niño Jesús y cenar el "gallo pedrés" con la familia; y por Pascua y Miércoles de Ceniza para examinarse del catecismo, los jóvenes zagales, y recibir el "polvo eres y en polvo te convertirás", los veteranos pastores. En la paz y la soledad de la campiña de riberas y serranías sus fieles compañeros de viaje eran un "perro de queda" (carea) y dos "perros pal lobo" con sus "carrancas" de afilado acero para protegerse del cánido. Durante el invierno dormían junto a su ovejas en las "pariciones" y el resto del año en "El Chiquero", con la capa parda alistana de cubierta y almohada, con el "morral" como despensa de pan, tocino y vino.

Su soldada andaba por los 2.000 reales al año, para una campaña que iba de san Pedro (29 de junio) al san Pedro del año siguiente; más la "vela": esta consistía en el alimento que se le daba diario en proporción al ganado de cada casa. La Vela solía incluir tres libras de pan casero de hogaza para el pastor y dos más de "pan caniego", hecho de harina sin cernir para cada perro del lobo, pesadas en la romana de pilón. Se le daba así mismo "la pina" (un trozo de tocino) y algunas veces chorizo junto a las "sopas" (patatas con berzas o garbanzos). Por Pascua se le obsequiaba con el "hornazo", invitándolo a las bodas y a cenar el "día de la matanza". Pastores, los alistanos, sedentarios y trashumantes, que ofrecieron y ofrecen su sabiduría y su sacrificio por su tierra, sus pueblos y sus familias. Ya lo decían las abuelas: "Consejo, sentencia y ayuda de pastor valen más que el sol". Buena gente ellos, sufridos y de confianza.