Nadie diría que apenas torea. Viéndolo al natural se para el tiempo. Acaba de tentar un toro y una vaca en el campo charro, en la ganadería El Carmen, que regenta el zamorano Jaime García. El de Villamor está suelto, con arte como siempre, pero con más ganas, que se le salen del chaleco. Alberto Durán quiere demostrar que es presente y por eso, sigue y sigue, en su afán de triunfar en la profesión que ama por encima de todo.

Junto a él, en la finca La Ermita de Buenamadre, un grupo de aficionados de la Asociación Amigos de Zamora, lo comprueba: Alberto va a por todas. Se le nota. Entre ellos hacen cábalas sobre los carteles de la feria de San Pedro, donde el año pasado cumplió con creces: no hay optimismo.

Alberto Durán no para. Entrena, torea de salón y cuando puede en el campo. Como en esta ocasión. Verlo es desgranar el toreo más compacto, el de siempre, el de la rectitud suprema. El de Villamor torea para él, para quien entiende que este arte enhebra el valor, con la plástica, remozada en la estética y un arroba de sentimiento, mucho sentimiento. Alberto Durán transmite, sin tener que camelar a la concurrencia. Las alharacas solo para las formas, para la piel. Que dentro, lo que hay duele.

El torero de Villamor es consciente de que esta temporada es decisiva para él, para su carrera. Su gran objetivo: confirmar la alternativa en la plaza de Las Ventas. El momento clave para demostrar que su carrera tiene sentido, que es un torero de los pies a la cabeza. Y que la suerte hay que agarrarla antes de que se pase a la otra esquina. Él lo va a hacer.

La jornada campera acaba con la degustación de una paella, en medio de un campo sembrado de esperanza y de encinas que están llenas de sol y lluvia.