El Parque Natural Arribes del Duero es una conjunción de patrimonio natural y artificial visitado por los excursionistas con especial interés estas coloridas y aromáticas fechas primaverales. Aunque todo el mundo trata actuar con armonía para no romper su encanto y fundamentos, ya sea con medidas de conservación o con medidas de corrección que mitiguen los impactos negativos sobre el escenario y sus bienes, la realidad es que es un territorio de peligros y vértigos que exige precauciones.

Es de resaltar que Arribes del Duero es un territorio distinguido por un paisaje arribeño configurado de fallas y miradores naturales que causan asombro por cuanta naturaleza pone a la vista y alegran los sentidos. También por contar con un patrimonio fluvial extraordinario, con grandes embalses en su feudo y con ríos surcando sus cañones orográficos y delimitando provincias, como es el caso del Tormes, que separa Zamora y Salamanca; o el Duero, que constituye la demarcación de España y Portugal. La generación de los complejos hidroeléctricos desfila hacia el exterior a través de grandes tendidos, apoyados en mayúsculas torretas que aportan su propio diseño al territorio.

Asimismo el enclave adquiere relevancia por la biodiversidad avifaunística que habita en sus riscos o abrigos y que convierten al espacio protegido en un territorio lleno de vida.

El cañón del Tormes es una de las múltiples rutas elegidas por fermosellanos que gustan de disfrutar de las vistas y de las panorámicas. En este caso, un grupo de amigos y familiares eligió como destino la falla El Pesquerón, más conocida como El Castillo Romero, que ofrece visiones espectaculares de un cañón recorrido por las aguas desembalsadas del Almendra. En su viaje han podido no solo contemplar los admirables relieves y cantiles que perfilan el gran surco del Tormes, también el serpentear el agua por el profundo desfiladero que desemboca en el Duero.

La armonía entre el patrimonio natural y artificial es una conquista constante. El Servicio de Medio Ambiente e Iberdrola, con su imperio de torretas y tendidos, acometen acciones tendentes a suprimir los puntos peligrosos para las aves conscientes de que el escenario es sobrevolado por varios cientos de aves de gran envergadura y las colisiones o las electrocuciones son más que posibles. Los excursionistas que el pasado fin de semana recorrieron estas atalayas no solo vieron volar a los grandes carroñeros ante sus ojos, también pudieron contemplar el triste final de algunos ejemplares segados por la corriente eléctrica o por tropezar con sus infraestructuras, y cuyos restos quedan sobre el suelo como pruebas del cielo y la tierra que configuran los Arribes.