Nació en Fuentesaúco el 1 de abril de 1916, hijo de Vicente y María. Paso una niñez complicada, como casi todos los de su época, quizás un poco peor por quedarse huérfano de padre muy joven y teniendo que ayudar a sacar adelante, como hombre mayor de la casa, a una familia de las de primeros de siglo. Su primer trabajo como el de mucha gente fue pedir, lo llevó un hombre para utilizar su niñez y sacarle los cuartos a la gente, pero con la mala fortuna que le engañaron y le tocó venir andando desde Malpartida de Plasencia a Fuentesaúco a los siete u ocho años y desandar un camino mal andado. Con poca más edad lo intentó de cuidador de cerdos, no lo pudo terminar como dirían ahora, porque tenía poca experiencia, con esa edad, su currículum vitae estaba en blanco. A la tercera o cuarta fue la vencida y empezó a "ganarse el pan". Desde entonces no dejó de trabajar. La guerra le sorprendió trabajando, cómo no, y le invitó a conocer España de aquella manera. Siendo de las primeras quintas adelantadas se pasó varios años subiendo y bajando lomas por media España, primero con la ametralladora al hombro y luego con las perolas intentando, si tenían suerte y no los mataban, hacer lo posible por no morir de hambre. Cuando acabó su turismo "nacional" se caso con Tasia con la que tuvo cinco hijos y muy poco tiempo para disfrutar de todos. Fácilmente no te acuerdes, pero detrás de un negrillo del camino del cercado, en el majuelo, están tus recuerdos, mal ordenados y embarrados, los viajes a Hornillos a buscar patatas a casa del señor Ricardo y la señora Manuela, buena gente, y el paso de la vía del tren que muchas veces no te dabas cuenta de cómo lo habías pasado, porque te pillaba dormido con el peligro que suponía, pero no menos peligroso que ver salir volando las gaseosas que intentabas vender en las tardes de Santa Isabel, después de que algún toro no estuviera de acuerdo con aquellas ventas y te recortara los beneficios. O cuando te marchabas a La Armuña a vender melones, que a fuerza de achuchar acababan todos madurando. Anécdotas muchas, recuerdos todos, pero se quedaron colgados de los repollos que traías al hombro para hacértelos con una patata al principio de este siglo. De las frases que más utilizaba eran: "Hala, venga, que ya queda poco", más de uno le contestó: "Estoy harto de tanta "hala, hala", a ver si algún día toca "pechuga"". Nunca le vimos cansado o por lo menos nunca lo dijo. El día que se jubiló lloró, al contrario que la mayoría de la gente, le vimos llorar con nuestra madre y no lo entendimos, él sabía que era el principio del fin, de su fin, de su trabajo. Por desgracia Tasia tuvo menos tiempo de compartirlo todo y lo abandonó demasiado pronto, cosas de esta vida, pero el camino que recorrieron juntos fue lo mejor que les pasó a los dos. Cuando Tasia nos dejó hizo lo que pudo, mientras le dejó la cabeza, y siguió trabajando. Feliz. En la última etapa de su camino se apoyó en Juli, Italides y Manuela, seguro que de no ser también por ellos este día de hoy hubiera sido mucho más difícil de llegar a celebrarlo. Gracias a los tres. Lo que estamos haciendo hoy no sé si le gustaría, o sí, quién sabe, en el mundo que hoy está ya no discute y no se enfada, ya no "trabaja". Gracias a los cinco hijos, trece nietos y quince biznietos, gracias a vosotros porque cuando él, algún día falte, en vosotros seguirá viviendo, "trabajando". Alguien dijo que las personas se realizan trabajando, si esto es así, una de esas personas es Teodoro. Gracias, Teodoro. Gracias, Teno.