Es difícil destacar cuando se está en la cara oculta de un planeta de relumbrón como es el de los toros. Pues él lo ha conseguido, pero no solo por torero, sobre todo por persona. Cabal como los flamencos de ley, Javier Gómez Pascual se ha convertido en un referente entre sus compañeros: los de arriba y los de abajo, que ya tiene mérito en un universo donde no hay suficientes dedos en las dos manos (ni en los pies) para contar pillos y desaprensivos.

Cita siempre una frase taurina: "Ser torero es una forma de actuar y vivir; es una profesión que te condiciona las 24 horas del día. Hay que ser torero dos horas en la plaza y 22 en la calle". Nadie con más predicamento que él puede utilizar la sentencia. Así es Gómez Pascual. Más de 20 años ejerciendo -y disfrutando- del oficio de subalterno, que pudo ser figura y compró casi todos los números del bombo, pero aún así no tuvo suerte. Ha conseguido reforzar la dignidad del peón, una figura transcendental en la fiesta que todavía hoy sigue sin tener el reconocimiento que se merece.

Hombre de leyes, gusta usar el sentido común y la línea recta para resolver los -muchos- problemas cotidianos de la fiesta nacional. Es subalterno en el ruedo, pero maestro en la vida y por tal condición lo tienen muchos diestros, que buscan su consejo y su experiencia en la plaza y fuera.

Torero militante, con valores, no usa artificio y está convencido de que la tauromaquia es una forma de vida porque te pone al borde de lo mejor y lo peor de ti mismo y de los demás. Un ruedo es el escenario de la vida, allí están todos los actores con los que nos topamos todos los días. Gómez Pascual lo sabe y lo aprovecha para aprender (de eso nunca se ha cansado).

Es uno de los mejores toreros de plata y que ahora se lo hayan reconocido no es más que justicia torera, claro. Tiene mucho recorrido porque le sobran mimbres y profesionalidad. La fiesta nacional se beneficiará de ello.