"Esto da más que una finca" cuenta Teresa García que decía su abuelo Antonio, convencido de las posibilidades del molino. Corrían los últimos años del siglo XIX y este vecino de Villamor de Cadozos vio muy claro el negocio de la molienda. Antonio García fue siempre un hombre valiente e inquieto. Probó fortuna en América, pero un accidente de su padre con el carro le obligó a volver al pueblo y buscarse aquí la vida. "Vio que el molino era una actividad de futuro y compró el de Matarranas a los Sánchez, de Almeida" evoca su nieta Teresa, Tere la molinera como conocían por todo el contorno a esta familia.

Antonio García llegó a explotar de forma conjunta los tres molinos de la rivera de Villamor de Cadozos, al albur de la floreciente actividad que generaba el agua en Sayago. Un oficio que transmitió a su hijo, Alonso, quien ya jubilado mantuvo activa la aceña Matarranas hasta que las fuerzas le acompañaron. Allí compartió muchas vivencias con su nieto Rafael, a quien enseñó a pescar en el "cadozo de los Corderos".

"Desde niño me gustaba dar paseos por la ribera con mi abuelo, pasé mucho tiempo en el molino con él y juntos hicimos arreglos, como cuando se rompió el palo que alivia la piedra" evoca Rafael Alonso, actual propietario de esta construcción, la única que se mantiene en pie a duras penas en a rivera de Villamor de Cadozos.

Toda esta historia explica el empeño de Rafael por mantener en pie el molino y su decisión de ceder la propiedad al Ayuntamiento de Bermillo, "siempre y cuando éste se comprometa a su restauración y el uso público del mismo en caso de que se quiera visitar". Lo último que quieren Rafael y sus padres, Teresa y Ricardo, es "ver el molino caído" confiesa sabedor de que si no se actúa va a terminar en la ruina. "Es una pena, cada invierno que pasa digo, se cae. No hemos tenido más remedio que buscar esta solución, a ver si el Ayuntamiento o alguna institución lo repara porque es un patrimonio de Villamor de Cadozos y de Sayago" expresa Teresa García.

Esta familia lleva años lidiando una batalla casi titánica por la conservación de la emblemática construcción. "Es una obra de arquitectura popular en riesgo de desaparecer" argumenta el propietario en la serie de escritos remitidos a la Junta, la Diputación y hasta a la Comisión Europea solicitando ayudas para su restauración.

Todo han sido negativas, después de buenas palabras y sugerencias para recurrir a otras instancias. Pero viendo que pasan los años y el deterioro de la aceña es imparable, el último recurso de esta familia pasa por ceder el edificio al Ayuntamiento. Es verdad que no con muchas esperanzas porque el alcalde de Bermillo, Raúl Rodríguez, ya avisa que "la restauración solo será posible con subvenciones, no con fondos propios del Ayuntamiento porque tenemos otras necesidades más importantes". En época de vacas flacas las subvenciones brillan por su ausencia. "Al final me quedaré con las ruinas" se sincera el propietario. Aunque por intentarlo no va a quedar.

Porque detrás del molino Matarranas late la historia de dos generaciones de prósperos molineros, que ampliaron la actividad hacia un molino industrial en Moralina de Sayago. Hasta llegar ahí, el pionero, Antonio, amplió el primigenio molino de Matarranas cuya construcción data del siglo XVII; "puso dos piedras, una para el cernido y otra para el pienso" explica su nieta. Como evoca Rafael Alonso, la entrada del agua se hacía a través de dos compuertas, una ya rota por el paso de los años y el poder corrosivo del agua. El deterioro es general, a pesar de los esfuerzos de los propietarios por evitarlo. Repararon hace unos años el tejado, "pero vuelve a necesitar una obra"; tolvas, burriquetas, guardapolvos y demás enseres de madera sufren el paso de los años. Y tampoco ha ayudado algún acto vandálico, pues "cada vez faltan más piedras de la presa, también derribaron la puerta de madera y tuvimos que sustituirla por una de metal" lamenta Rafael.

El cese de actividad ha degenerado en una falta de mantenimiento. "Le oía decir a mi padre que todo el verano había que arreglar la presa y tapar con los vallizones para que no se fuera el agua cuando venía el invierno" evoca Teresa. Ella fue testigo de la vida que se generaba en torno a la ribera, plagada de cigüeños y huertos. Y de la abundante pesca. "Cuando llegaba San José decían los viejos "hay que ir a la ralda", era la época de cría de las sardas. En el regato ponían una especie de embudos, entraba la sarda y ya tenían para cenar. En los veranos se daba mucho la tenca, mi padre decía que hasta nutrias de lo limpias que bajaban las aguas". Y el molino Matarranas testigo e icono de aquella próspera ribera. Por no mucho tiempo, si no se pone remedio.