Fue Aliste una tierra de costumbres y tradiciones, de oficios y labores nacidas al abrigo de la lumbre o la solana entre sabias gentes necesitadas de autoabastecerse, de todo, incluso de la indumentaria, para sobrevivir en una frontera límite lejos de las bondades de Dios y del progreso de los hombres. Lino y lana formaron parte de nuestra historia y prueba de ello son las mortajas que aún hoy portan los penitentes del Santo Entierro de Bercianos y Capas Pardas Alistanas de Honras y Respeto alma máter durante siglos de pedidas, bodas, lutos y pasiones de Cristo.

Allá por noviembre nuestras madres y abuelas se reunían en el portal al ritmo de "fitera" y "espadilla" convertían el lino en fibras muy finas, que luego se rastrillaban, pasando los filamentos todos a ser "Estopa". Durante el invierno las más expertas eran las encargadas de hilar el lino, mientras que la estopa se dejaba en manos de las jóvenes y más inexpertas como aprendices. Con el uso y la naspa se convertían en madejas que terminaban cociéndose en un pote al calor de la lumbre. Para blanquearlas se le echaba la "cándena" (ceniza de madroñera) o donde no la había de encina. Con el "argadillo" o "devanera" se devanaba para enrollarlo en ovillos.

Ya el "Telar" era el encargado de urdir los hilos paralelos de la urdimbre, entre los que se cruzaba la "trama", para acto seguido tejerlos. Una vez conseguidas las telas se trasladaban hasta los ríos Aliste, Frío, Cebal, Mena y Manzanas para el denominado "curado": darle una mayor consistencia y más blancura. Se lavaban en los lavaderos de pizarra con jabón casero y luego se tendían al sol en la pradera, humedeciéndose varias veces durante el día, permaneciendo varias noches al sereno antes de lavarlas de manera definitiva para llevarlas a casa. De la linaza también se sacaba provecho, vendiéndola, pues era muy apreciada para hacer aceite para pinturas y como ingrediente en medicamentos. A nivel casero alistanos se elaboraba harina de linaza que se aprovechaba para las cataplasmas.