La clausura y entrega de premios del primer Campeonato de Ajedrez de Puebla de Sanabria se convirtió ayer en un reconocimiento a la memoria de Antonio Rodríguez García, "Tiano", cronista, conversador y reconocido ajedrecista en la biblioteca de la villa, que atesora otra de la que eras sus pasiones, los libros. Ocho ajedrecistas participaron en el torneo que ganaron Manuel Saavedra, en la categoría de adultos, y Agustín Martínez, en la categoría de menores.

La esposa de Antonio Rodríguez, Dolores Castro Jiménez, recibió del alcalde de Puebla, José Fernández Blanco, un ejemplar de "Represión durante la guerra civil y la posguerra en la provincia de Zamora", en presencia de sus hijos. Un libro sobre la represión "que Antonio se sabía de memoria" en palabras del alcalde de la villa. Fernández enumeró las pasiones de este ilustre hijo de la villa "la familia, luego el castillo, la biblioteca, los libros, el ajedrez, su Puebla y la Puebla de todos". El Castillo, fortaleza de cultura en el presente, en el que "Tiano" vivió sus tardes de lectura y de ajedrez casi a diario, "lejos de las últimas frivolidades, él tuvo que asaltar, para ver a su padre aquí encarcelado. Robustiano, en este mismo lugar, angosto, húmedo, lleno de corazones que no sabían cuándo iban a salir a la calle".

La vida de Antonio aparece reflejada en las páginas de ese libro "está su infancia, marcada por la guerra civil y la posguerra, y especialmente en el partido judicial de Puebla de Sanabria, donde se vivieron todos los aspectos de la represión "con la incautación de bienes, condenas a muerte. Sufrimiento, en una palabra, de muchas familias en aquellos años difíciles".

Los niños de Puebla asistían a partidas interminables de ajedrez "en el Cheo, con don Ignacio el de la Caja", o en la antigua biblioteca "con Beba al mando, a Paco Lameiras; Panero, mi tío y Tiano asiduos buscadores de libros, mientras los pequeños leíamos al Capitán Trueno". La familia de Tiano señalaba ayer una de las anécdotas del cabeza de familia. Tenía la costumbre de hacer su firma en todos los libros de la biblioteca que fue leyendo, hasta que le dijeron que no podía firmarlos. Y sustituyó su rúbrica por una marca indetectable para el común de los lectores. Como buen cronista y narrador, fue un esmerado lector.