Hoy se cumple el aniversario del nacimiento del poeta de Formariz de Sayago Justo Alejo. Nació un 18 de diciembre de 1935 y decidió retirarse de esta vida prematuramente un 11 de enero de 1979. No tuve la suerte de coincidir con él y por lo tanto no pudimos mediar palabra, aunque sí nos cruzamos en alguno de nuestros paseos por la ciudad. Siempre me dio la impresión de un poeta solitario, que caminaba en silencio, sin estruendo, en compañía de su soledad dolorida. Fue entonces cuando cayeron en mis manos sus pliegos de cordel y enseguida comprendí el esfuerzo que hacía el poeta para conseguir, con los efectos necesarios en muchos casos procedentes de un arte vanguardista ya en decadencia, que el lector fuera cómplice de su propia experiencia. Es una especie de juego en el que por medio del lenguaje y su estructura se exige la complicidad y en definitiva la presencia viva del lector.

Pero Justo Alejo no fue un vanguardista, o mejor dicho neovanguardista, típico, sino que, como finamente observa Antonio Piedra, "su poesía constituye una búsqueda trepidante del tiempo y un uso de la palabra en constante experimentación". Hay en él un incesante deseo de superar las formas de expresión convencionales, se produce una quiebra de las estructuras espaciales y temporales clásicas, pero a la vez emerge un hastío del tiempo que le da a su obra un carácter personal e inconfundible, que lo distancia de los poetas de su generación y que va haciendo que su poesía adquiera poco a poco un tono solitario y "maldito", un cierto desengaño de la vida se va apoderando de su obra, solo superado por su amor al terruño sayagués que le ayuda a conseguir la armonía interior. Allí, en su casa, con los suyos, es donde encuentra la anhelada paz interior. Pero como escribe el nunca bien reconocido poeta Luis Cernuda "Todo lo que es hermoso tiene un instante, y pasa".

A Justo Alejo le tocó vivir una época difícil, dura, eran tiempos de pobreza, de humillación, de soledad, donde la cruda realidad de posguerra se cebaba con hombres y mujeres del campo sayagués, marcados por el abandono y las costumbres ancestrales. Pero él siempre vio luz en el campo y no en la agobiante ciudad. "Madre,/ a esta hora te pienso?/ llevando sobre ti/ un brazado de leña/ para encender la lumbre/ un día más", escribía desde su exilio madrileño. Y esta soledad fue transformándose en una incesante angustia con la que no soportó convivir. En un poema dedicado a César Vallejo escribe: "tus palabras/ van abrigando de orfandad el alma". Ese fue su destino ante una sociedad contemporánea incapaz de contemplación. Claudio Rodríguez, que leyó con asombro sus poemas y que también sabía de soledad y sufrimiento, afirmaba con rotundidad que "el soñar es sencillo, pero no el contemplar". Y hoy los tiempos no están ni para sentir en el alma las raíces, ni para desde la experimentación romper el respeto a la tradición. Si viviera Justo Alejo en esta época de desmemoria, la frustración y el desencanto hubieran hecho mella en su delicada sensibilidad, no porque sus propuestas sean imposibles, sino porque en este mundo tan globalizado la capacidad de contemplación ha sucumbido y con ella las vanguardias, que a través de la experimentación movían emociones y sentimientos.

En 1997 la Fundación Jorge Guillén, que custodia el legado de Justo Alejo, decidió publicar en una lujosa edición la obra completa del poeta tristemente olvidado, poniéndola así a disposición de los amantes de la poesía. Este octogésimo aniversario de su nacimiento puede ser un buen momento para refrescar la memoria y recuperar de nuevo su voz poética.