Ha muerto Romualdo Fernández Ferreira. "Un pequeño gran hombre" en palabras de fray Emilio Bárcena, compañero franciscano del misionero de Figueruela de Abajo, el último religioso español que ha permanecido en Siria hasta el fin de sus días. Su vida se ha apagado en un hospital de Damasco, a miles de kilómetros del pueblo que le vio nacer en 1937. Romualdo Fernández ha fallecido en el polvorín del Medio Oriente por voluntad propia. Ni los consejos de la Embajada, ni los deseos de su familia, ni los ofrecimientos de sus hermanos de la Orden pudieron separar a fray Romualdo del territorio que tanto amó.

Fue en los años sesenta cuando el religioso alistano pisó por primera vez tierras sirias. Tras pasar por Egipto, Jerusalén y Líbano, se asentó definitivamente en Damasco como responsable del Santuario de la Conversión de San Pablo. Allí fue feliz, también sufrió y denunció las persecuciones a la comunidad cristiana. Allí buscó siempre la armonía con los musulmanes. "Con la religión no se puede llegar a un entendimiento. Pero sí pensar; tú para tu Dios yo para mi Dios y los dos, compañeros, procuremos vivir lo mejor posible en este mundo" sostenía. En aquel territorio, hoy devastado por la guerra, el padre Romualdo denunció la inoperancia de las potencias occidentales para parar semejante barbarie y también censuró la "información manipulada" que transmitía el primer mundo sobre las masacres.

Si algo le dolía especialmente era la irracional destrucción del riquísimo patrimonio arqueológico que tanto promocionó y defendió. "Callan ante el saqueo cultural de Siria" denunció quien fuera uno de los mayores expertos en la antigüedad bizantino-siria. Fernández Ferreira era un erudito, autor de diversos libros arqueológicos cuya magnitud no se ha llegado a valorar. "Es el único lugar del mundo donde se puede palpar la cultura del siglo VI en una realidad práctica y conocer cómo podía ser un pueblecito de entonces" contaba a este diario hace una década.

Siria fue su vida y allí la dejó. El padre Romualdo desoyó a quienes temían por su destino, siendo plenamente consciente de que sobrevivir en el epicentro de la barbarie era cada vez más difícil. Pero se mantuvo firme. Conocer y escuchar a fray Romualdo fue un privilegio impagable. Regalaba reflexiones y conversaciones memorables. Bajo esa apariencia humilde y campechana se escondía un auténtico ilustrado.

Cada dos veranos tenía por costumbre visitar a su familia. Le tocaba en 2014 pero ya las cosas se pusieron feas en Siria y prefirió no moverse de allí. Pensaba hacerlo en julio pasado. No pudo ser; la muerte le ha sorprendido en un hospital de Damasco donde una operación aparentemente sencilla se complicó y ha permanecido prácticamente en coma desde el mes de mayo. "Unos días antes habíamos hablado con él para felicitarle" comentaba ayer uno de sus sobrinos que a la vez destaca la buena labor de Embajada (en Líbano) informando periódicamente de la situación del franciscano desde su hospitalización.

Se puede suponer la precariedad de una atención sanitaria que fray Romualdo hubiera tenido garantizada en su país. Sin embargo nunca se le pasó por la cabeza abandonar "a mis hermanos". Era la insistente y firme respuesta de un ser comprometido, sencillo y buen conversador, un sabio de voz frágil, un hombre sin estridencias pero con una fortaleza interior alimentada a base de una vida entregada a los demás y curtida en territorio hostil.

La misión en el Medio Oriente era la opción de vida de este alistano de bien, un cristiano de base con una sólida formación teológica y cultural. Romualdo Fernández Ferreira se formó como fraile franciscano en Granada. En 1960 se marchó a Jerusalén, donde completó los cursos regulares de Teología para ordenarse de sacerdote en 1963. En 1965 se fue al norte de Siria, cerca de Alepo (la zona con más proporción de cristianos), donde estuvo doce años. Después se fue a El Cairo, donde permaneció 15 años para retornar a Damasco, su actual destino, en el Santuario de la Conversión de San Pablo.

"Él no contaba con lo que le pasó" cuenta su sobrino. Por ello hasta el último momento estuvo colaborando con una arqueóloga siria, Widad Jury, en un estudio arqueológico de la época paleocristiana. Esta mujer, cuenta la familia, le ha acompañado mucho tiempo en el hospital. Pese a la gravedad de su estado, los sobrinos preparaban un vídeo con testimonios de ellos y de su hermana para enviárselo al religioso en enero a través de un policía. No ha podido ser. "Me han escrito varias veces de la Embajada diciendo que me vaya, pero los franciscanos nunca han abandonado sus posiciones" también confesó a este diario en su última visita al pueblo desde el sosiego de un banco a la puerta de la iglesia de Figueruela. Ante tan apacible escenario resultaba difícil comprender que el padre Romualdo añorase Siria.

Alarmados por la espiral de violencia que se vivía en Siria, desde este diario le reclamamos hace un año una reflexión. Siempre había atendido los requerimientos, se había puesto al otro lado del teléfono y había hablado, aún a riesgo de represalias -"ahora con internet se ve todo en todos los sitios" advirtió en una ocasión-. Esa vez prefirió escribir con el ruego de que no fuera publicado. La situación era tan extrema, las persecuciones tan crueles, que por primera vez el padre Romualdo mostró cautela.

Ya fallecido, cobra toda la fuerza el testimonio en primera persona desde uno de los lugares más calientes de la tierra. Por su interés reproducimos el escrito que, vía correo electrónico, remitió y que en su momento no se publicó por el peligro que corría su vida. Que este testimonio de este hombre bueno aporte al menos una reflexión sobre lo irracional de la barbarie. El padre Romualdo será enterrado en Siria como era su deseo. Ayer su familia celebraba una misa en su memoria. Descanse en Paz.