F ue allá por finales de los años sesenta. Mañana de Viernes Santo. Junto a mi madre Justa y mi padre Felipe, salí por la Vereda Real de Galicia camino de Bercianos, hasta llegar a la casa del tío José y la tía Lucía hermanos, él de mi abuela Paula y ella de mi abuelo Sebastián. Allí fue la primera vez que vi a sus hijos Juan Gallego Baz, el sastre, a Emilio y Justa, primos de mi madre. Tres de las mejores personas que he conocido en mi vida por su bondad y carácter hospitalario y solidario. Sus familias se convirtieron para mí en algo cercano y querido, pues como presumía Juan "somos parientes". En un mundo donde las modas pasajeras condenan a las tradiciones más puras, Juan fue el principal artífice de que la capa parda sobreviviera, como el símbolo que fue durante siglos en pedidas y bodas, lutos y pasiones de Cristo, protegiendo de la nieve y la ventisca a los pastores y zagales que todos lo fueron: nuestros ancestros. Paño pardo de lana de oveja "Castellana Negra", esa que como los alistanos se acostumbró a vivir y sobrevivir en las condiciones más adversas. Aliste y los alistanos tenemos unas raíces y una historia y la capa parda puede y debe de ser el emblema de nuestra tierra y sus hijos, esos que en Aliste nacieron dando por ella, como Juan Gallego, su saber y su vida, desde la solidaridad y la honradez que caracteriza a tan buenas gentes, sin lugar a dudas el valor más grande que tienen los pueblos de las Tierras de Aliste.