Los retablos del Cristo Crucificado de Valparaíso y de santa Marina, la patrona del pueblo, lucen su mejor imagen tras una profunda restauración a la que han asistido los vecinos del pueblo. Las restauradoras Azahara Buenaposada, Paloma Romanillos y Virginia Flores son las artífices de estos trabajos, costeados por la Junta Vecinal de Valparaíso. Las imágenes que presiden cada uno de los retablos son el Cristo Crucificado y santa Marina, tallas que también se han sometido al proceso de recuperación, completo en el caso de Santa Marina y en proceso en el caso de la imagen del Cristo.

El retablo del Cristo, del siglo XVII, y la imagen de santa Marina, han sido los primeros en pasar por el proceso de recuperación, tras desmontar y tratar todos sus elementos. El equipo de restauración encontró que el retablo del Cristo estaba en mal estado y con muchas modificaciones, realizadas en distintas épocas. El retablo de santa Marina no se ha desmontado y es apresurado diagnosticar su estado de conservación.

Tras desmontar minuciosamente todos los elementos del retablo del Cristo, se ha sometido a un tratamiento contra los xilófagos que durante años han afectado a la madera. Todas las piezas se envuelven mientras se empapan de la disolución para su tratamiento.

La caja interior del retablo, que data del siglo XIX, muy posterior a la realización del retablo, es una pieza insalvable atacada por los hongos y la carcoma. La ventana y los pilares que cerraban el retablo para que no se cayera se remontan al XIX. La policromía del retablo original, del XVII, está muy deteriorada por las humedades provocadas por una gotera que caía sobre el conjunto. La policromía está muy levantada aunque el equipo de restauración considera que es recuperable.

En el banco del retablo figuran las fechas de cuándo se doró y policromó, y la última modificación "chapuza".

Esa última actuación fue bastante desafortunada porque rompió mensulones y pilares para encajarlos en el hueco del retablo, aunque la madera está en buen estado. A ello hay que sumar retoques de pintura sobre la policromía original.

Las catas y pruebas de limpieza dejan intuir una interesante pintura originaria, con pan de oro, muy delicado para trabajar con él, aunque muy estable a la hora de recuperarlo. El conjunto de hojas orladas da indicios de un trabajo originalmente en plata que otorga un brillo metálico a las pinturas del retablo. El baño de plata, a diferencia del pan de oro, es más difícil de trabajar.

La talla del Cristo es una pieza con una labra muy interesante, cuyo autor o escuela se desconoce aunque se investiga cualquier dato referencial en el libro de Fábrica depositado en Astorga. La imagen del Cristo se ha traslado al edificio de las escuelas donde se han montado el taller de restauración y donde los vecinos del pueblo tienen la puerta abierta para ver lo que se hace con sus imágenes. Solo el proceso de la limpieza y retirada de los barnices desvela la claridad y luminosidad de los pigmentos originales de la imagen, para sorpresa de propios y ajenos. La delicadeza y minuciosidad de la limpieza tiene notarios de excepción, los vecinos del pueblo.

El retablo de la Santa Marina está sin restaurar. Los indicios apuntan que el lienzo situado en la parte de arriba representa a una imagen de la santa, en los lienzos laterales hay indicios de la existencia de tablas con pinturas pero no resabe el estado de las pinturas, aunque se barajan dos hipótesis: la primera que los lienzos se encargaran para tapar el deterioro de las tablas, y una segunda vinculada a una moda puntual de superponer los lienzos.

Especial mención merece la imagen de santa Ana, procedente de una antigua ermita y depositada en la iglesia de Santa Marina. Los vecinos mayores cuentan una leyenda de malas consecuencias para la imagen. En el mes de julio, cuando se recogían las cosechas, entorno a la festividad de santa Anta y san Joaquín, los carros cargados aparecían volcados. Los vecinos atribuyeron a santa Ana tal desastre por lo que le dieron el particular castigo de usarla como comedero para las caballerías, aprovechando que la talla de madera por detrás estaba hueca, algo habitual en aquellos tiempos. Rescatada de semejante castigo de leyenda, o mejor dicho de la ermita en proceso de ruina, acusa un gran deterioro.