Dice el cuento que la pequeña Ricitos de Oro se encontró una casa vacía en el bosque y, aprovechando que la familia oso había salido a dar un paseo, entró, comió y se fue a dormir. La niña de cabellera rubia no renunció a sus gustos personales: eligió el plato de sopa a la temperatura correcta y se tumbó en la cama que se adecuaba a su tamaño. La leyenda británica recogida por los hermanos Grimm es el tema de conversación desde hace quince días en la pequeña localidad de Pajares de la Lampreana, donde un ladrón de modales exquisitos tiene en jaque a buena parte de los vecinos. Como Ricitos de Oro, el educado forastero no renuncia a uno solo de sus caprichos.

De ahí que, mientras la Guardia Civil estrecha el cerco sobre el joven, la leyenda del encapuchado que se mueve de vivienda en vivienda se extiende en la localidad de poco más de cuatrocientos habitantes. Las primeras noticias de su desembarco llegaron el puente del Pilar, cuando varios vecinos detectaron que les faltaban cosas en sus viviendas. El ladrón -un hombre de treinta años, un metro setenta y cinco, cabeza rapada y tatuaje visible- se cebó con una de las casas situada en la carretera de Piedrahita. "Como estábamos fuera, el martes 13 de octubre un familiar nos avisó de que se estaban produciendo robos en el pueblo. El viernes, llegamos a la vivienda y vimos, en efecto, que una ventana estaba rota y la persiana en el suelo. Entramos y nos dimos cuenta de que faltaba la televisión y algo de comida", explica Mar, la propietaria.

Avisada la Guardia Civil, los agentes recorrieron junto a la dueña las diferentes estancias hasta que llegaron al dormitorio. "Abrí los cajones y los joyeros estaban intactos. Pensé que no los habían tocado, pero cuando destapé las cajas, estaban vacías. Se habían llevado todas las joyas", explica la vecina, todavía con sorpresa. Salvo por el detalle de la persiana rota, el extraño había vuelto a colocar cada cosa en su lugar. "Movió varias piedras del patio para poder acceder al interior por la ventana. Cuando terminó, volvió a colocar los pesados bloques en el mismo sitio", revela Mar.

En Pajares circulaba ya la creencia de que el forastero sin nombre había establecido su cuartel general en una vivienda junto a la iglesia. Activada la alerta, una vecina que había salido a dar un paseo en bici por la zona se encontró el extraño, también en bici. "¿Eres hijo de Pablo?", lo interrogó. "No", recibió la mujer por respuesta. La posibilidad de que un familiar de los dueños de la casa se encontrara de visita se esfumaba en unos segundos, por lo que decidió avisar a la Guardia Civil.

Sin embargo, los agentes no hallaron nada extraño en la primera inspección. Hasta que la dueña de la propiedad, Inés, regresó y revisó su casa. En un primer momento, no percibió nada diferente. Al cabo de unos segundos, retiró el plástico que cubría la televisión: "Este no es mi televisor". El ladrón había colocado la pantalla plana robada en la carretera de Piedrahita en el lugar de un antiguo aparato, de "los de bombo", que había retirado a la estancia contigua. Ya en el dormitorio, Inés movió el edredón de las camas y un medicamento cayó al suelo. Al agacharse para recogerlo, se encontró con toda una "despensa". "Allí había galletas, conservas? de todo", asegura.

Para cuando los propietarios regresaron, el ladrón de Pajares había cambiado ya de morada. Eligió, junto a la panadería, una moderna vivienda de dos plantas con patio. El joven "solía venir cada dos o tres días, a eso de las diez de la mañana, para comprar el pan", explican en el obrador, donde detectaron que el encapuchado "no tenía acento de ser extranjero", pero tampoco de la zona. "Cuando nos dijeron que se había comido todo lo que había en la vivienda, no nos lo creíamos", añaden.

Claro que el episodio final aún estaba por llegar. El vecino que guardaba las llaves, entró en el edificio dispuesto a capturar al invasor. Lo encontró en el segundo piso, en la cama, viendo la televisión. Tras "un forcejeo", el vecino cerró las puertas de la casa para evitar que escapara mientras llamaba a la Guardia Civil. El extraño no se lo pensó dos veces: salió al balcón y saltó a la calle. Al improvisado "policía" solo le dio tiempo a ver como el encapuchado desaparecía. Eso sí, tuvo la destreza de sacar el teléfono móvil y hacerle una foto.

La huida, a finales de la semana pasada, marcaba el "divorcio" del forastero con su pueblo adoptivo. También el fin de los buenos modales. "En la última casa, se puso toda la ropa que encontró, hasta los calzoncillos", revelan en la panadería. Consciente de que el idilio con Pajares terminaría, el joven decidió organizar una pequeña celebración a la que, incluso, pudo invitar a algunos colegas. "Se encontraron restos como de haber hecho una fiesta y una de las camas olía fatal", añaden. Aquello fue el miércoles. Al día siguiente, el huido durmió "en un garaje", de nuevo en la carretera de Piedrahita. Desde entonces, nadie lo ha visto. En Pajares, del encapuchado... solo queda su foto.