Antonio Velasco Heras, natural de Villardiegua de la Ribera, se suma a los ancianos que son hallados muertos en casa después de ser echados de menos por los vecinos tras pasar varios días desapercibidos. Velasco, de 87 años, cumplidos el pasado mes de agosto, fue noticia por haber perdido toda una explotación de cien ejemplares de vacuno, de raza sayaguesa, a manos de la Junta de Castilla y León, que adoptó en el año 2008 esta drástica y controvertida decisión ante la falta de saneamiento de los animales.

Antonio Velasco fue enterrado el pasado lunes, el mismo día de su hallazgo, debido al mal estado que ofrecía su cuerpo según precisan fuentes locales. Su cadáver fue llevado directamente desde el tanatorio hasta el cementerio, sin entrar en la iglesia del pueblo para evitar así posibles transmisiones indeseadas de un cuerpo en descomposición. Parece ser, llevaba cerca de una semana fallecido. Murió solitario, sin que nadie se percatara de su fallecimiento "porque siempre fue un espíritu libre", por decirlo con la expresión del alcalde del municipio, Silvestre Antonio Fernando. El martes tuvo lugar la misa de funeral en el templo parroquial.

Señalan que a una vecina le llamó la atención los persistentes ladridos del perro y alertó a otros de esta anormalidad, dando lugar a que familiares y personas se interesaran por el paradero del dueño. Su amor a la ganadería llevó a algunos a pensar "que se podría haberse desplazado hasta Salamanca, para seguir de cerca el desarrollo de la feria de septiembre", que destaca a nivel internacional por el alto nivel de razas y ejemplares ganaderas que se dan cita en el evento.

Sus últimas e inseparables compañías eran su perro y su bicicleta, que utilizaba con frecuencia para desplazarse por el pueblo y también a los pueblos vecinos de Moralina, Bermillo o Torregamones, a donde se dirigía para tomar un café y ponerse al corriente de la actualidad. Velasco era un ferviente lector de periódicos. "Una o dos veces por semana acudía a Zamora capital".

Todos los intentos de los familiares -cuenta con diversos primos repartidos por una y otra parte- para que se mantuviera acogido en una residencia de ancianos chocaron con su firme voluntad de seguir libre y a su viento. No fue posible sujetarlo en el centro de Villalcampo porque, sencillamente, "no quería estar" y prefería pasear y vivir en el pueblo a lo sumo atareado en andar de un lado para otro y en un pequeño huerto.

Antonio Velasco vivió un verdadero batacazo con la eliminación en abril de 2008 de la ganadería de sayaguesa que contaba en Villardiegua de la Ribera, y cuyos animales vivían, como su dueño, en total libertad, y al margen del saneamiento. Esta irregularidad llevó al desenlace de matar por la fuerza a todo su ganado, aunque perteneciera a una especie autóctona que parecía inclinarse a la extinción de no mediar las ayudas de la Administración. Fue un desenlace que movilizó a colectivos y agentes sociales, partidarios unos de sanear el ganado y mantenerlo, otros de adquirir ejemplares y otros de conservarlo en tierras sayaguesas. La eliminación de las reses marcó de lleno a Antonio Velasco que nunca más recobró la alegría y siempre estaba en su boca que "le habían quitado las vacas y engañado".

Vivió el finado otros episodios cruentos, como la muerte de algunos perros suyos a tiros, descerrajados casi delante de sus ojos. Incluso parecía inmune a ciertos desastres. Todos en el pueblo recuerdan que debió ser operado por las quemaduras de una bota que le quedó pegada a la pierna tras prenderse fuego en una lumbre que atizó en el campo para combatir el frío. "O otros le hubieran amputado la pierna, pero Velasco siguió adelante".

En los últimos tiempos hacía una vida bastante desligada de relaciones con los vecinos, y con los que conversaba era para recordar su vida ganadera. Llegó a tener pasión por recoger múltiples objetos desechados por la sociedad, que apilaba en su casa.

Velasco contaba con su pensión y era un hombre de escaso gasto. Fuentes locales afirman que "iba a su aire y nadie puede criticar su forma de ser". Reconocen que la falta de saneamiento de los animales no tenía pase, pero también se reafirman que fue un hombre "al que le hicieron más que putadas".

La familia le ayudó "cuanto pudo", pero el octogenario se mantuvo fiel a su instinto libre y autónomo hasta el final. De la residencia de Villalcampo salió cuantas veces entró. No hacía caso a nadie más que a su propia conciencia.