La licenciada en Historia Conchita García Pérez subrayó la existencia de un sustrato cultural en la comarca de Sanabria anterior al siglo VI antes de Cristo ligado al matriarcado de la cultura neolítica que definió como "ginecocracia". Conchita García Pérez participó en las jornadas organizadas por la biblioteca de Ilanes, dirigidas por el profesor Bernardo de Diego.

Este gobierno interno de la mujer característico de las culturas precélticas anteriores al siglo VI antes de Cristo, se ha mantenido hasta el siglo XX y "me atrevo a decir que incluso hasta el siglo XXI". Una herencia cultural que aparece en símbolos, objetos de la vida cotidiana, incluso en la vivienda tradicional. Con la llegada de los pueblos celtas, zoelas en el caso de la comarca sanabresa, y posteriormente la ocupación romana, el sustrato de matriarcado está subyacente aún cuando se impone el "pater familia".

Estableció la diferencia de esta "ginecocracia", o poder interno de la mujer, de un matriarcado que representa el poder político de la mujer. El concepto representa el "gobierno" que hay que diferenciar del "poder".

Rasgos de esa ginecocracia o poder interno de las mujeres eran que el trabajo de la tierra los desempañaba la mujer y que es la madre de familia la que buscaba los matrimonios para los hombres, que se traduce en la figura de la "casamentera". El matrimonio de los hombres se buscaba con mujeres de más categoría. La finalidad era acumular más tierras para el seno familiar. Conchita García apuntó a que "la mujer era el cabeza de familia". Mientras el hombre no contrajera matrimonio gozaba de independencia, situación que cambiaba cuando se casaba. La familia se formaba con matrimonios pactados que ampliaban la posesión de tierras. Los matrimonios se establecían entre personas cercanas e incluso familiares cercanos. Además del cultivo de la tierra la mujer se encargaba de buscar el oro en los ríos en esta zona aurífera a, según la experta.

La mujer organizaba el trabajo en las tierras de la familia, frente al hombre que se dedicaba a la guerra y a saquear a los pueblos vecinos, además de a la ganadería que no recaía en la mujer, salvo excepciones. En casos extremos, la mujer se sumaba a la guerra, generalmente por cuestiones defensivas.

Para esa ginecocracia "era más importante tener hijas que hijos". Hasta el presente un individuo se reconocía por la ascendencia materna, más que por la paterna.

Fuentes, construcciones, la orientación de las casas señala a las formas redondeadas asociadas a ese poso cultural de la mujer y la fecundidad. En el lenguaje se conservan vestigios de ese poder de la mujer, ligado a la madre tierra, en genéricos como la manzanal, la nogal, la castañal.