Piñas, pavesas, cortezas, hojas... En los grandes incendios la atmósfera se llena de elementos incendiarios que el viento traslada a cientos de metros y que pueden ocasionar un verdadero desastre. Estar preparados para atajar estos episodios es un signo de eficacia. El rebrote del fuego en los incendios forestales es uno de los fenómenos conocidos y temidos por todo el sector contraincendios porque, en ocasiones, sus efectos pueden ser más demoledores que el ocasionado por las llamas en su primera expansión, cuando el despliegue de medios aéreos, mecánicos y humanos, conseguido descabezar el frente y dominar la fiera, descienden notablemente.

Es lo sucedido en el incendio iniciado en Latedo, que pasó de menos de 200 hectáreas a unas mil, o el ocurrido en Palaciosmil (León), que tras la relajación de medios recobró vida y se llevó la sierra.

Especialistas en incendios forestales resaltan la sobresaliente actuación y exposición al riesgo realizada por los participantes en el operativo que se enfrentó a las llamas en la pinareda enclavada entre Latedo, San Mamed, Sejas y Trabazos. Pero señalan que existe "una presumible responsabilidad" de los gestores del incendio de la Raya. Consideran que se "erró" en las altas estructuras al dar ocasión a que se reprodujeran las llamas con virulencia, lo que incidió en la magnitud alcanzada por el estrago.

En la mañana del pasado jueves 23 de julio, no operaba ni un helicóptero que pudiera soltar un bolsín de agua y todo se dejó en manos de medios mecánicos y humanos, lo que quiere decir que para los responsables de gestionar el siniestro la actividad conferida al incendio andaba lejos de los riesgos en los que derivó poco después. Concretamente quedaron en la zona tres técnicos, seis agentes medioambientales, un bulldozer, cuatro autobombas y siete cuadrillas de tierra.

Rebrotado el incendio, el cielo volvió a llenarse de rotores llegados de bases situadas a decenas y cientos de kilómetros, con el escenario convertido en un polvorín.

Los especialistas señalan que "la complicada orografía, y el combustible que impera en un pinar, impiden, si es que no hacen imposible, el rápido acceso de las cuadrillas y de las máquinas, así como dan alas al fuego que consigue prender en cualquier punto". "Atajar un incendio es un problema porque hay que entrar para buscarlo las vueltas, y en este caso no se podía entrar porque había barrancos" señala un participante. "Dependemos mucho de la orografía, pero desde luego cuantos más medios haya, mejor" expresan fuentes del operativo.

Todos los especialistas destacan que un gran incendio desatado en un pinar es un revolutum de hojas, pavesas, cortezas y piñas o pedazos de piñas "que vuelan como tizones", inmersas entre el humo que llena la atmósfera.

El delegado Territorial Alberto Castro abundó en mencionar a las piñas como uno de los elementos claves para el rebrote del incendio de Latedo, junto a las altas temperaturas y el viento reinante. "Las piñas cerradas, cuando cogen temperatura, pueden saltar cerca de quinientos metros, y su explosión en un entorno seco provocó que fuera como un reactivo, como gasolina", dijo Castro en rueda de prensa.

Medio kilómetro riguroso de vuelo de las piñas es una distancia que prácticamente ningún especialista admite. Pero sí hacen hincapié en otros restos más ligeros y volátiles que, con brisa o ventolina por medio, pueden saltar de una ladera a otra sin problema alguno. "Las cenizas pueden llegar a más de cien kilómetros. A esa distancia llegan apagadas, pero en los grandes incendios la nube alcanza distancias increíbles" expresa un forestal

La distancia que pueden alcanzar las piñas, "que son como mechas, depende del tamaño y de la especie. El hecho es que, cuando saltan, caigan en un lugar al que ni las personas ni las máquinas puedan entrar. Y es que las piñas pueden prender por la radiación propia del calor" precisa un especialista.

"Son más peligrosas las pavesas, que con el viento pueden alcanzar los quinientos metros y ocasionar focos secundarios, porque son elementos incendiarios" señala un agente medioambiental, más que cerciorado de que en los incendios vivos el rebrote es una circunstancia a tener en cuenta y no pueden relajarse en exceso los efectivos.

Respecto a las piñas, tan sacadas a colación en los fuegos como causantes de rebrotes, pone de manifiesto que "tampoco es que sea la propia piña el mayor peligro para que surjan nuevos focos", y reitera en la trascendencia de los elementos volátiles que van con brasa y pueden caer a varios o cientos de metros e iniciar un fuego. También inciden los especialistas en que "el aire calienta hacia adelante y, en las zonas de vaguadas, el fuego va más deprisa que en un llano". Según explica, "es como una cerilla, que calienta más en la parte superior de la llama que por debajo".

Otro especialista, fajado en incendios en toda la comunidad, hace mención al denominado "efecto Venturi", muy a tener en cuenta en zonas de vaguadas y de orografías sinuosas. Incluso habla de "la Escuela de Zamora", que utiliza mucho el combatir los incendios teniendo en cuenta este efecto. Indica que tiene "más que comprobado que en las laderas de solana el aire avanza deprisa por la ladera arriba y, con fuego, más deprisa todavía. En cambio, por la noche el efecto es el contrario, al refrescar el fuego se ve amainar y retraerse. Es un buen momento para atacar".

Sobre el reavivamiento de los focos en los incendios, cuando éstos han sido atajados y entran en fase de perimetración, hay especialistas que resaltan la importancia en "no ahorrar" y mantener más cuadrillas y algún medio mecánico o aéreo en previsión de los rebrotes, que luego tener que reclamar medios a diestro y siniestro para atajar un fuego que, en un pinar y en pocos minutos, alcanza proporciones descomunales.