Los padres del lobezno rescatado el pasado domingo por los agentes forestales en el incendio de Latedo, en la frontera entre Zamora y Portugal, viven. La pasada noche llamaban con fuerza a su prole. Lo hacían amagados en los bosques que son su hábitat en un intento de reunir a la manada y restablecer la familia. El grupo lupino fue roto por la irrupción en la escena de un incendio que, en unas horas de voraces bocanadas, apalambró su patria chica y transformó por completo el paisaje y el medio de vida. Los progenitores lanzaban los aullidos al aire en medio de la noche, con el sentimiento propio de la especie. Hay quien dice que los lobos ponen el mismo fervor que los cantaores de jondo. Los agentes forestales y el personal que pisaba el escenario y que oían las inconfundibles llamadas quedaban petrificados. Eran conscientes de que los padres querían recuperar a los hijos, todavía desvalidos, y reiniciar una vida truncada.

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La experiencia vivida por esta familia de cánidos en su paraíso de paz no podía ser más impensable. Llamas impresionantes que abrasaban a distancia, un ruido ensordecedor de motores en el cielo y sobre sus cabezas, maquinaria tosca y pesada rugiendo en todas partes, vehículos circulando a marchas apresuradas por los caminos, y decenas de personas armadas de instrumentos dando voces y golpeando el suelo para cortar y frenar las llamas. Todo en medio de una atmósfera irrespirable de humos cargados de pavesas, hojas y piñas repletas de calor. Una conmoción.

El lobezno rescatado por los agentes medioambientales, por su parte, está a buen recaudo en el Centro Temático del Lobo, de Robledo, "en observación", según la Junta. Las quemaduras sufridas en las almohadillas de sus patas requieren un cuidado permanente. "Van bien", expresaron ayer fuentes conocedoras del caso. Pero las quemaduras en las zonas sensibles exigen tiempo para curarse.