"Amanece un día triste y sangriento; atacan los rojos por Monreal (del Campo) y Santa Eulalia con 60.000 hombres; el ruido de las bombas de mano era horroroso, empezando a las 6 de la mañana. Todos estábamos acostados y les digo: "Hay mucho jaleo". Y entra Lorenzo y dice que se ven a explotar las bombas de mano; me levanto y, a la hora, tomo café y, luego a observar. Sigue el ataque cada vez más duro; se ven las bombas de mano; viene la aviación, quedando el campo regado de sangre, y los cadáveres servían de parapeto porque era una extensa llanura en la batería; hieren a dos sargentos y sirvientes de pieza, haciéndonos muchas bajas. Nosotros, esperando el ataque en el cerro de Santa Bárbara, y entra por la izquierda nuestra; nos encontramos entre dos fuegos; era horroroso, porque la tierra temblaba, y gracias a nuestra aviación que no les dejaba levantar cabeza?.".

El 25 de enero de 1938 el soldado de Fuentelapeña Jeremías Hernández Carchena anotaba una nueva página en su diario íntimo, escrito en medio de la barbarie de la Guerra Civil que le pilló en las inmediaciones de Teruel, en el inicio de la contraofensiva del ejército nacional sobre la ciudad. Aquellas 99 hojas manuscritas a lo largo de 339 días -desde el 15 de diciembre de 1937 hasta el 19 de diciembre de 1938 con una sola jornada en blanco- ven ahora la luz de la mano de uno de sus nietos, Ricardo Hernández García. "¡Maldita guerra! Diario de un soldado en el frente de Teruel, 1937-1938" rescata las vivencias de un joven artillero en una batería de cañones de 75 mm, un "militar de circunstancias" al que el encuadramiento de la provincia de Zamora en el bando sublevado le llevó al alistamiento en el Ejército Nacional.

El encuentro de Ricardo Hernández, profesor de Historia e Instituciones Económicas en la Universidad de Valladolid, con el diario fue una grata sorpresa a la par que un "feliz" descubrimiento. "La información que circulaba en el seno de mi familia paterna sobre mi abuelo era muy escasa y su silencio sobre la guerra siempre fue una constante" reconoce.

Como en tantos hogares, la Guerra Civil arrastró un manto de silencio. Jeremías nunca hablaría de aquel desastre y hasta ocultó la existencia del diario, aunque sí se ocupó de encuadernarlo y le acompañaría hasta su muerte en Medina del Campo, en 1963. Tras la guerra se trasladó allí con la familia para colocarse en el ferrocarril. Tuvo que fallecer su mujer Encarnación Santos, en 1998, para que este pequeño tesoro recobrara vida y ahora ve la luz gracias al empeño y la investigación de uno de sus nietos. "Al morir mi abuela mi padre me da el diario, cuando lo empiezo a hojear veo que es de la guerra, y una biblia bastante vieja que cuando la abro me llama la atención porque es protestante" cuenta el autor.

Ése sería uno de los más sorprendentes descubrimientos de la personalidad del abuelo Jeremías, un pequeño propietario y jornalero de Fuentelapeña, de quien destaca su "humanismo y el sentir religioso, aunque sorprendentemente de la fe anglicana". La presencia de los protestantes en la comarca de La Guareña, por el matrimonio de soldados ingleses con mujeres zamoranas durante la Guerra de la Independencia, sembró una semilla que llega hasta nuestros días. "Los anglicanos abrieron escuelas en Villaescusa y otros pueblos de la zona, sospecho que mi abuelo entró en contacto con ellos y la religión tendría un peso fundamental en su vida".

Detalles de una trayectoria humana que Ricardo Hernández ha ido desentrañando a través de la narración del soldado Jeremías desde la primera línea del frente. "Escribía a última hora de la noche o a primera hora de la mañana" precisa el investigador. Un testimonio de primera mano que para sí hubieran querido los avezados corresponsales de guerra de la época. "Relata sucesos bélicos en primera línea que he podido contrastar con los partes de guerra y compruebas que efectivamente estuvo allí".

Nadie como este soldado -hizo la mili en Zamora en el Regimiento de Artillería Pesada- para describir, el 22 de febrero de 1938, cómo los Nacionales vuelven a conquistar la ciudad de Teruel. "Un día bueno; todo el día tirando; nos ponemos a avanzar y nuestra caballería chaquetea, pero se tomaron 20 pueblos, que no se cómo se llaman. Se tomó el atrincheramiento de la carretera de Sagunto; también cayó un aparato nuestro. Por la tarde fui a Teruel, que da miedo verlo, está todo por el suelo de los cañonazos y de la aviación. Y con muchos muertos; y fusilan a 60 guardias de asalto. En fin, da pena verlo".

O el recuerdo especial que el 15 de agosto de 1938 tiene hacia su pueblo de Fuentelapeña, en plenas fiestas, y su gran afición a los toros. "¡Qué día más feliz! Son las siete de la mañana, en estado normal, pues estábamos encerrando los erales, pero, por las circunstancias que estábamos, pues hay que tener paciencia para todo; pues la familia hoy también, pues tendrán buen día de recuerdos y llantos por ser los días que son".

También destaca el estremecedor relato, el 2 de noviembre de 1938, del simulacro de fusilamiento que vivió en propias carnes. Es la entrada más extensa del diario. "Parece ser que el capitán descubre algunas fotos comprometidas, pero sin especificar, entonces piden informes a la Guardia Civil de Fuentesaúco y algo le mandan. Lo tenía que enmendar" cuenta el autor. Un relato duro en el que el soldado confiesa su miedo a morir. "¡Hernández, párate!, y me paré, y yo pensaba "Bueno, aquí nos fusilan"". Picaron incluso una fosa. "... Llegaríamos al observatorio con la boca seca, sudando, muertos de miedo... Nos dice el capitán: "¡Coged un pico y picad ahí!" (...) Estaríamos hasta la una de, la mañana".

Para Ricardo Hernández lo más llamativo del diario "es todo lo que mi abuelo cuenta del trasfondo de la guerra: las vivencias con sus compañeros, el día a día, qué comían, cómo vivían, lo que gastaban, el aburrimiento en ocasiones, el recuerdo de su familia, de su hijo... Al final descubres el hastío de la guerra, se preguntaba qué hacemos aquí, esto no tiene sentido".

"¡Maldita guerra!" ha sido "un trabajo laborioso, he aprendido mucho y lo he pasado muy bien" cuenta el historiador. Si algo ha podido comprobar es el contraste de la trascendencia del hecho histórico en Castilla y Aragón, especialmente Teruel; "allí es un tema muy vivo. Aquí lo que hubo fundamentalmente es posguerra y represión, pero apenas hay búnkeres, ni trincheras, ni restos de metralla; en cambio Teruel está plagado".

La ciudad aragonesa ha sido una de las fuentes clave de donde Ricardo Hernández ha bebido para contextualizar el diario de su abuelo, quien tras iniciar su "periplo guerrero" por Guipúzcoa y Vizcaya -entró en Guernica poco después del bombardeo y conoció de primera mano la toma de Bilbao-, transitaría después por el "desolado frente de Brunete", para pasar a finales del año 1937 a las proximidades de Teruel.

Y si allí se fraguó el diario, allí pretende Ricardo Hernández que algún día se quede. "Mi idea es donarlo para que forme parte del Museo de la Guerra Civil que se proyecta en Teruel. Para mi es una fuente documental y desde un punto de vista sentimental, el diario se escribió allí, así que es lícito que vuelva".

-Un gesto de generosidad que le honra.

-Soy historiador. Yo también vivo de la generosidad de otra gente.