Prado y Quintanilla del Olmo revivieron este fin de semana la secular tradición de La Rogativa, una romería en la que ambos pueblos sacan en procesión a la Virgen del Rosario y las imágenes de San Isidro y san Antón para encontrarse a medio camino entre las dos aldeas con la finalidad de vivir una jornada festiva de hermanamiento, además de bendecir los campos esperando una buena cosecha para ambas localidades. Se desconoce el origen de esta antiquísima tradición, una procesión que cada mes de mayo se lleva a cabo de idéntica forma y los fieles de ambas localidades viven con la misma ilusión y fe. Pero este año será diferente, este año será especial, y la alegría será mayor si cabe porque don Miguel, que lleva toda una vida siendo el párroco de Prado y Quintanilla ha cumplido recientemente sus bodas de oro como sacerdote, 50 años dedicado a los demás que le han convertido en una de las personas más queridas por todos los vecinos de ambas localidades, que se lo sabrán agradecer con cariño a lo largo de estas fiestas.

Algunos de ellos no saben explicar por qué, pero todos los parroquianos de Prado y de Quintanilla del Olmo coinciden en que don Miguel "no es un cura como los demás", unos dicen que "deja que cualquiera se acerque a Dios por medio de los sacramentos" y otro cita al papa Francisco para explicar que Miguel "es un cura con olor a oveja", como los que pide el pontífice argentino, "pues siempre ha sido una persona sencilla, muy cercana al pueblo, pendiente de los problemas de cada uno de sus feligreses, y siempre dispuesto a ayudar, desde siempre, y eso hace 50 años no era lo más habitual en el clero en un pueblo de Zamora", explican.

Los vecinos de cierta edad todavía recuerdan el día en que don Miguel llegó a Prado por primera vez, "allá por 1968", "debía de ser septiembre, estábamos en plena vendimia, ese mismo día entró al bar, algo que en esos años no estaba bien visto en un sacerdote, pero lo que él quería era hablar con la gente, saber de sus vicisitudes, y se los ganó a todos", explica un vecino.

Pero la historia de Miguel Morán García arranca mucho antes, es la historia de un niño de la posguerra, natural de Carbajales de Alba, que desde bien pequeño tuvo clara su vocación, algo nada fácil en una casa con otros cuatro hermanos: tenía que ayudar a su familia repartiendo pan por los pueblos vecinos. Gracias a su abuela, Miguel pudo responder a la llamada del Señor y se ordenó sacerdote el 3 de abril de 1965. En la primera misa que cantó dio la primera Comunión a su sobrino Jaime, a quien crió como a un hijo propio, ya que Jaime se quedaría huérfano pocos meses después, "para mí ha sido como mi padre y como mi madre", cuenta emocionado Jaime Sosa Morán, "crecí con él y le ayudé en las misas hasta que cumplí 18 años", añade, "después me casó y ha bautizado a todos mis hijos", cuenta la persona que probablemente más le quiere.

Su primer destino fue cerca de Carbajales, en la localidad alistana de Samir de los Caños, por lo que podía viajar cada semana a su pueblo en una pequeña moto. En Samir se encontró una iglesia derruida, así que su primera tarea fue organizar a los vecinos para levantar de nuevo la parroquia de San Juan Bautista.

Don Miguel estaba a gusto en Samir, pero pocos años después le destinaron a dos pequeñas localidades de Tierra de Campos y aunque era bastante más lejos de Carbajales aceptó su misión con alegría y ganas de trabajar, por lo que pronto se convertiría en alguien imprescindible en estos dos pueblos, pero ningún año al llegar septiembre falta a su villa para escuchar el tañer de la campana torera y ver a su Virgen de los Árboles. Casi 50 años después sigue trabajando como el primer día, o más, pues ahora vive en la carretera como todos los curas del mundo rural, pasando el día de iglesia en iglesia, y siempre dedicado a los demás. En sus pocos ratos libres cuentan que le gusta ver los toros y seguir a su equipo de fútbol, el Real Madrid, "pero sus aficiones nunca le han distraído de su labor pastoral".