Sobre la cama el ajuar reluciente: sombrero cordobés, chaquetilla corta, faja, calzona, chaleco, botines vaqueros y el zahón de piel. Una pasta. Un esfuerzo brutal para la familia. Álvaro (nombre ficticio) es consciente de que vive unas horas que van a dejar rastro en sus recuerdos, un retazo de su vida que le va a acompañar siempre, hasta su muerte. Un privilegio saber que estás forjando tu historia. Por eso hay que adornar el momento, sublimarlo, disfrutarlo. Domeñar el tiempo, templarlo hasta casi pararlo. Al pronunciar la frase en alto se sorprende, porque, sin quererlo, ha enunciado su ideario: torear hasta lograr que el toro parezca que se queda quieto, eternizar el momento, romper la estética y llorar de gusto con los espectadores.

Álvaro empieza a vestirse con parsimonia, como recuerda haber oído rezar el rosario a su abuela. Y aunque la familia está allí, él a lo suyo: pensamiento va, pensamiento viene, como los naturales largos, ceñidos, acompasados, desgajados que le ha enseñado a disfrutar su mentor en la escuela. Empieza a sentir en torero porque aquí, sí, el traje, aunque no sea de luces, viste el oficio y el peso de la alcurnia del sudor y la sangre edifica la plástica.

Se ajusta la chaquetilla y en ese momento nota una culebrilla abajo, en el vientre. Ya conoce la señal. Es el miedo que a veces llega, sobre todo cuando hay que demostrar que no está. ¿Que mecanismos activáis los toreros para que cuando el toro o la vaquilla se arranca os quedéis ahí parados, esperando, con el corazón a cien, le preguntó el otro día el profesor de Lengua con esa frase tan rebuscada. Será lo que llaman valor, contestó él. Pero podía haber dicho: el miedo solo se tapa con una manta hecha con ganas de triunfo, de destacar, de romper una técnica para convertirla en religión, la sensibilidad de la fuerza y la comunión de sentimientos con el otro. La escenificación de la futilidad del hombre.

El miedo es la gasolina del oficio de matador. El toreador se pone delante del animal para intentar dominarlo, hacerle hacer lo que no quiere. Y el maestro también se salpica del alma del toro. Los dos tienen miedo. Los dos siguen ahí en el redondel, sabiendo que un instante puede ser todo, que la vida es un pase de pecho inabarcable, la ceremonia de bregar y sufrir. Y cuando el miedo vuela hasta los tendidos, entonces estalla. Es el momento que aprovecha el artista para salir airoso de los pitones. Un respiro que, a veces, cuando es singular, se hace arte.

Tienta en San Miguel

Álvaro es uno de los 30 jóvenes que desde hoy participan en el IV Bolsín Taurino Tierras de Zamora, promovido por el Foro Taurino y que cuenta con la colaboración de la Diputación de Zamora, los ayuntamientos de San Miguel de la Ribera, Fuentesaúco, Fermoselle y Villalpando, así como de distintas entidades que se suman al fomento y promoción de la fiesta de los toros.

La primera tienta se celebra hoy, a partir de las cinco de la tarde, en la plaza de San Miguel. La segunda será mañana (doce horas) en Fermoselle. De los 30 jóvenes novilleros que actuarán en estos dos días, el jurado escogerá la lista de 20 que, divididos en dos grupos de 10, torearán en la plaza de Fuentesaúco y Villalpando los días 18 y 19. La final en la que intervendrán los 10 novilleros que el jurado determine, se disputará la tarde del sábado, 25 de abril, en el coso de Toro. Los tres primeros clasificados tendrán como premio actuar en plazas de la provincia.

Ganaderías

Las vacas que serán lidiadas pertenecen a las ganaderías de El Carmen (Argujillo), Santa María de los Caballeros (Fuentelapeña), Adelaida Rodríguez (El Cabaco, de Salamanca) y Hermanos Boyano de Paz (Villalpando). Las tientas serán asistidas por el picador Javier Bastida y los banderilleros Daniel Ayuso y Jesús Herrero.

El Bolsín de Zamora tiene carácter internacional ya que participan, además de diferentes jóvenes de las escuelas taurinas españolas, dos novilleros de Ecuador y otros dos de México. En representación de la provincia torea Jaime Casas que desciende de Pinilla de Toro.

El jurado que evaluará las faenas de los 30 participantes está presidido por el matador carbajalino Ángel Pascual Mezquita. Colaboran también en el Bolsín los colegios oficiales de médicos y veterinarios de la provincia. El certamen sigue creciendo en prestigio, también en el exterior, ya que en la presente edición se inscribieron más de 60 novilleros.

Las escuelas taurinas se han convertido en los últimos años en el mejor vivero para la formación de jóvenes infectados por el gusanillo de la afición a los toros.

Resulta chocante que en tiempos donde lo artificioso crece como la espuma y la cultura urbana se extiende como la pólvora a través de las nuevas tecnologías y el caballo desbocado de las redes sociales, aumente también el número de jóvenes que quieren ser toreros, una afición que bebe en lo más profundo de lo rural, en las vegas donde pasta un animal totémico al que el hombre ha dado el carácter indómito.

El camino del medio

Es como si la inconsistencia de la vida actual que crece y crece tuviera un envés, un vacío que hubiera que llenar con realidad. No se entiende si no que jóvenes pegados a las mil aristas -muchas de ellas huecas- de Internet tiren por el camino del medio y se vayan al campo a jugar con el riesgo, el miedo y la sombra de lo que está por venir.

Antaño era la necesidad lo que removía la afición entre los jóvenes, hoy, curiosamente, parece que es el convencimiento, la necesidad de bucear en lo auténtico, que sigue estando en la tierra, en el contacto con la naturaleza, en la tradición y los valores de siempre.

Los 30 jóvenes que hoy empiezan la aventura del Bolsín zamorano no tienen por unos días otro objetivo que lo que puede pasar en el ruedo, el círculo mágico donde vive la verdad. Muchos se enfrentan a una reválida para evaluar su aprendizaje y otros a su examen principal, el que puede marcar su futuro. Hasta aquí hemos llegado o de aquí a la servidumbre de un oficio que supone muchas renuncias.

Días para soñar o para penar, que la distancia entre el ser o no ser es tan escasa como una brizna de aire. Y tan casual como la vida misma.