El científico fermosellano Eduardo Sánchez Serrano falleció el pasado lunes en Madrid, a los 96 años de edad, y su muerte es la pérdida de un zamorano pionero en España en el campo de la energía nuclear y la de un hombre comprometido en cuerpo y alma con el estudio de los isótopos radiactivos. Además de puntero investigador, desde los albores estuvo convencido de la utilidad de esta energía en las áreas de la industria y de la medicina.

Como otro Einstein más de la época, y de fuerte complexión física, Sánchez Serrano llamaba al pronto la atención porque lucía un pelo "muy blanco", largo y un tanto desaliñado. "No era una persona que valorase en mucho su aspecto, no era un dandy muy acicalado, aunque iba correctamente vestido" precisa su hijo Eduardo Sánchez López. Sin embargo, Eduardo Sánchez Serrano era una eminencia, "una persona de mentalidad científica, investigadora, tendente al conocimiento lo más universal posible y riguroso, y todo lo que le interesaba le preocupaba" en palabras del hijo, que eligió en su caso, por seguir el camino de la arquitectura.

El científico vino al mundo en Santiago de Cuba, a donde había emigrado su padre Duarte Sánchez por mera inquietud y deseos de independencia, ya que, al contrario de los muchos que partían de Arribes del Duero con un hato al hombro, era un hombre acaudalado. Según reseña Sánchez López, a los trece años regresó a España y prosiguió sus estudios en Zamora. Luego se licenció en Física y Químicas por la Universidad de Salamanca, y completó sus estudios haciendo un doctorado en Química Industrial, especializándose en tema de la Geofísica y los materiales radiactivos en una época en que la energía nuclear era la gran desconocida. Llegó a ser jefe del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y dejó plasmado su rasgo en un libro de unas 150 páginas "sobre los materiales radiactivos, dónde y cómo se buscan", editado en el año 1956, cuando la energía nuclear era un ensueño y la generación hidroeléctrica copaba los ánimos del país.

Fue, además, un hombre comprometido con la Cruz Roja, ejerciendo como jefe de Sección de isótopos radiactivos en la unidad de Medicina Nuclear de la organización. Trabajó en los usos civiles de esta clase de isótopos en la central nuclear de Zorita, y estuvo muy vinculado a Tecnatom, donde se formaba el personal de las centrales nucleares de España, Europa e Hispanoamérica.

El científico fermosellano "tuvo una afición fundamental hacia el lenguaje" y trabajó como traductor y editor de la primera conferencia de átomos para la paz, organizada en Ginebra, donde pasó un año realizando la traducción al castellano de las conclusiones. Una ardua labor que se saldó con "un montón de tomos", expresa su hijo. Su apego a los asuntos nucleares y su confianza en este tipo de energía lo llevaba a ser un defensor de la misma, hasta el punto de afirmar que "no me importaría vivir en un chalecito situado encima de un cementerio nuclear".

Ávido lector

"Ávido lector y curioso de casi todo, tenía una facilidad para la traducción de libros y textos técnicos". Tras la jubilación se dejó ver con mayor regularidad en su casa de Fermoselle, enclavada en la Plaza Mayor; un edificio construido por su abuelo, que trabajó en Oporto y a la vuelta mandó construir una vivienda que está entre las destacadas del casco histórico de la villa.

Como miembro relevante de Cruz Roja -fue condecorado con la medalla de oro- siempre estuvo rodeado de médicos. Casado con una salmantina de la misma promoción, licenciada en Químicas, el científico tuvo un hijo y una hija. Tras enviudar, primeramente vivió en su casa con su nieta, pero un accidente doméstico (se rompió el fémur) llevó a su ingreso en una residencia geriátrica para que hiciera la rehabilitación y optó por quedarse en ella como si fuera el huésped de un hotel.

Cuenta su hijo que "sufría con los toros, aunque no era un antitaurino". Desde luego, Eduardo Sánchez Serrano "era un personaje" que sorprendía por su vocación y por la estampa propia de los hombres sumidos en los desvelos científicos y despreocupados de las apariencias. Oriundo de Fermoselle, "gustaba de tomar un vaso de vino". Falleció el pasado día 24 en el Hospital Gregorio Marañón y sus restos fueron incinerados. En Fermoselle le recuerdan como un hombre excepcional.