Cualquiera que llega a Villalpando se percata, antes siquiera de adentrarse en el pueblo, de que se trata de una villa llena de historia, solo con ver de lejos la puerta de San Andrés o asomarse a las ruinas de Santa María La Antigua. Pero la historia de un pueblo la hacen sus vecinos y se puede escribir a partir de sus recuerdos. Y Villalpando cuenta con una pareja que ha sido testigo de todo un siglo de la historia de Villalpando, la grande, y de las pequeñas historias de sus vecinos.

Arsenio Alonso Sinde nació el 8 de marzo de 1915, este domingo cumplirá los 100 años. Su esposa, Ángela Fernández Caramazana, nació el 29 de febrero de 1916, y el domingo pasado hizo 99, o 24 y tres cuartos, según se cuente. Un siglo, cien años, viviendo en Villalpando, 72 de ellos como marido y mujer.

En lo que más inciden sobre la historia de su pueblo, es la inexorable despoblación que ha provocado que la villa haya ido "perdiendo vida" delante de sus ojos. "Villalpando se ha quedado en la mitad de lo que era. Se ven menos niños, y menos comercio. Antes había cuatro tiendas de ropa y de calzado. Ahora, hasta para comprarte unas medias tienes que ir a Benavente", cuenta Ángela, que también se lamenta de los cambios en el modo de vida de los pueblos: "Antes se hacía más vida de vecinas, salías a la calle y siempre había gente. Ahora, al estilo de la capital, cada uno en su casa delante de la televisión".

A su marido no le pesan los 100 años y se muestra bastante más vitalista. A él le gusta estar donde los hombres siempre han hecho vida vecinal: "Todas las mañanas antes de comer voy al bar y me tomo mi vino, también me gusta comer y cenar con un vasito, y tener mi ponche casero en la sobremesa. He bebido todo lo que he querido", bromea Arsenio.

Como buen terracampino, también es aficionado a los toros y le gusta ver los festejos en la televisión. Presume de ser pariente de matadores y de haber sido vecino de Andrés Vázquez. "Mi madre le puso lo de El Nono cuando era niño, porque no-no-no-no fueron sus primeras palabras", asegura. Arsenio ya ve lejanos los tiempos en los que corría los encierros de San Roque "cuando en la plaza no poníamos ni talanqueras, solo unos trillos para cerrar las calles".

Así es como vive su merecida jubilación después de más de medio siglo dedicado al campo. "Empecé antes de los 14 años fabricando cisco en una dehesa. Después me dediqué a trabajar la tierra, primero para otros y, cuando pude, la mía propia, y así hasta 1980, segando a mano. Un trabajo muy duro. Los de ahora utilizan máquinas, es un trabajo más cómodo, y pueden hacer mejor labor, pero yo no lo llegué a conocer", relata, "cuando pude fui comprando terneras y siempre hemos tenido 5 o 6 vacas y un toros para vender la leche y los novillos".

Una vida de trabajo interrumpida por una guerra. A Arsenio le tocaba empezar el servicio militar poco después del Alzamiento. "A los dos meses de empezada, me mandaron al frente, a Toledo, y allí estuve toda la guerra. Es la vida que nos tocó. Cuando terminó esperé durante cuatro meses a que hubiera transporte para volver a mi pueblo, porque intentábamos viajar todos a la vez", recuerda, "de allí me traje una cicatriz aquí -en el gemelo derecho- me pilló la metralla y me mandaron 8 días a la enfermería".

En plena posguerra, en diciembre de 1942, se casó con Ángela. "Nunca pasamos hambre. Frío sí, todo el del mundo", cuentan. Ella, sin embargo, se dedicó durante 17 años a dar de comer a otros que no tenían tanta suerte en el Auxilio Social. "Los domingos nos daban dos pollos para todo el pueblo, solos, si quería hacerlos guisados tenía que comprar yo misma un pimiento rojo y otro verde y pedir un vaso de vino en el bar de enfrente, y así no los comíamos pelados. Tocábamos a un plato de caldo y una tajada para cada uno", cuenta Ángela. Después tuvieron dos hijas y un hijo que emigró a Francia. Han sobrevivido a dos de ellos. Ahora cuentan con 4 nietos a ambos lados de los Pirineos y 3 bisnietos, con una cuarta en camino. "Hablamos con los de Francia por el móvil de nuestro nieto, nos mandan fotos de los niños, y con eso te conformas hasta que vienen en verano", cuenta la mujer, que no es enemiga de la tecnología aunque no entienda muy bien "esos loritos".