«Soy optimista; creo que el movimiento agroecológico convulsiona, por eso es tan antipático, pero terminará calando». Juana Labrador, activista agroecológica huye de tremendismos. Un mundo distinto es posible y ha de venir de la mano de una concepción sostenible de la agricultura. De ello ha hablado durante una de las jornadas formativas promovidas por la Diputación en la finca experimental de Madridanos.

-Usted hablaba de agroecología cuando aquello sonaba casi a chino. ¿Con la perspectiva de casi tres décadas, cree que se ha consolidado o quedan muchos pasos por delante?

-Queda mucho porque el desarrollo del sector es muy lento. Hemos pasado de tener en España ciento y pico agricultores cuando yo empecé a los casi cuarenta mil actuales. Eran ciento y pico hectáreas y ahora más de 1,8 millones. Pero hay cosas que no se han solucionado, aunque ahora todo el mundo sabe lo que es la agricultura ecológica. Cuando yo empecé solo había libros franceses.

-Ahora hay sobrada bibliografía, información, pero quizás falta lo fundamental: creer en ello. Hay quien piensa que esto es cosa de cuatro locos.

-Completamente de acuerdo. El sector que trabaja en la agricultura ecológica sí se lo cree porque tienen confianza y ven las ventajas. Pero hay otro sector muy importante que considera que el cultivo ecológico no es productivo.

-Porque al final lo que cuenta es el balance; ¿puede llegar a ser rentable la agricultura ecológica?

-El balance que se utiliza es un balance simple entre lo que yo me gasto y lo que produzco. No se contabilizan ni las externalidades ni el impacto que generamos ni el tiempo que el agricultor dedica, ni tampoco la resiliencia de los campos, es decir la capacidad de futuro de esas tierras. No es un sostenible.

-Nos obnubila la inmediatez.

-Pero una inmediatez con unas miras muy cortitas porque estamos creyéndonos todo lo que nos dicen. Nos dicen que el regadío es muy interesante, perfecto. Pero ¿y los costos que lleva?, ¿puede asumirlos el agricultor cuando sube la luz lo que ha subido? Entonces la autosuficiencia, la resiliencia, la mitigación de impactos son cosas que solo las puede conseguir el agricultor a través del manejo ecológico. La productividad es la consecuencia del buen hacer.

-Pero a más largo plazo.

-La productividad que ahora mismo se valora como ideal es la suma del impacto más el precio del petróleo, de la luz, el precio del trabajo del agricultor, que no es un precio digno porque no recibe por lo que está trabajando y produciendo. Entonces seguimos haciendo un país de acomodaticios, de gente que está esperando las subvenciones para conseguir un poquito más.

-Pero es que no se valora la agricultura en su justa medida.

-Claro, no se está pagando lo que verdaderamente la agricultura podría dar. Al agricultor ecológico hay que pagarle por el secuestro de carbono igual que se le paga a las empresas. Estamos mitigando el cambio climático y hay que pagarle por los menores impactos que genera. Si contamino menos necesito menos gasto en salud pública. Al agricultor ecológico hay que pagarle también por las externalidades positivas que genera; mayor cantidad de mano de obra, productos de mayor calidad. Toda esa serie de cosas tendría que pagarse obligatoriamente y no se pagan. La agroecología genera un balance positivo en todo, es una materia que debería ser troncal porque beneficia a todo.

-Quizás se echa un falta un plan estratégico con implicación de todas las instituciones.

-En agroecología decimos que somos multidisciplinares pero somos también multi institucionales. Todas las instituciones tendrían que implicarse porque una campaña de alimentación ecológica exige que también sanidad se implique, agricultura, el medio ambiente... Es como una materia troncal en el curriculum de los niños cuando empiezan a estudiar. A veces hablamos de que hace falta dinero pero lo que hace falta es coordinación y, efectivamente, un plan estratégico que vertebre a todos.

-Empezando por los sindicatos agrarios, la implicación deja mucho que desear.

-Es por el concepto de productividad, exclusivamente basado en un producto y en un valor. En un momento en que las materias primas están en Bolsa y se especula con ellas, podemos pensar que un agricultor va a recibir el valor de su trabajo a través de ese producto. Pues en absoluto. La productividad verdaderamente no tiene miras de futuro, es una visión pequeñísima de lo que es la agricultura.

-¿Cómo cambiar la mentalidad, impulsar la agroecología?

-Algo muy interesante son las fincas de experimentación y la adecuación de pequeñas parcelas que enseñasen al agricultor cómo es el manejo. Serían pequeñas fincas en sitios estratégicos, que suponen poco dinero y además aquí tienen técnicos muy buenos. Y luego pequeñas experiencias en el acopio de productos ecológicos. Hay que tener en cuenta que, como mediterráneos y como gente de cultura agraria, poseemos una gran riqueza en pequeños productores que, paradójicamente, no venden porque no tienen suficiente cantidad. Vamos a hacer centros de acopio en los que el producto llegue a un punto, se acumule, y ese propio centro distribuya en el mercado nacional, que es el gran mercado, no la exportación.

-Eso debe ir acompañado de un compromiso del productor y el consumidor.

-La cuestión es que la gente no se sienta a pensar, están actuando sobre la marcha. El problema es la distribución interna; como no interesa no se crea. Pues tendremos que hacerlo nosotros directamente.

-Pequeños canales de distribución que emergen tímidamente.

-Exactamente centros de acopio que al mismo tiempo sean centros de distribución y que comercialicen a nivel nacional. Yo te traigo la fruta, tú mándame tus leguminosas y tus cereales. Yo alimento a los animales con lo que produces y seguro que es mucho más barato que lo que yo compro y con mucha más calidad. Estamos hablando de una cadena que no genera gastos prácticamente.

-Otra cuestión es el beneficio ambiental, el cuidado de los suelos.

-El suelo es un gran filtro pero pasa igual que con el del coche, cuando está muy sucio hay que limpiarlo, pero el suelo no se puede limpiar. Es muy vulnerable a la contaminación; cuando ya no puede más, la pasa al agua y el agua nos la bebemos. Entonces, aunque no lo queramos considerar, estamos generando un estado de contaminación en recursos básicos. Vivimos un momento de riesgo.

-¿Qué perspectivas hay de que esto pueda cambiar?

-Soy muy positiva. Hay un proverbio africano que dice que mucha gente pequeña en muchos lugares pequeños cultivarán pequeñas huertas que darán de comer al mundo, pues lo mismo pienso yo. Si hay poca gente que va cambiando pero que al final somos unos poquitos muchos, conseguiremos dar la vuelta a la tortilla. Este momento de crisis está sirviendo para que mucha gente reaccione.

-Falta que lo hagan desde la cabeza, los que tienen el poder.

-Yo soy optimista, creo que el movimiento agroecológico es un movimiento que convulsiona, por eso es tan antipático. Resulta incómodo a mucha gente de la docencia, las universidades, los políticos...

-¿Y qué pasa con los niños, la educación?

-El niño es el material más vulnerable y más interesante a la hora de trabajar con ellos. En las escuelas no solo se debería trabajar a nivel de huertos, se pueden enseñar temas de alimentación. El que nosotros quitemos de las escuelas las máquinas que venden refrescos o bollería industrial es un paso importante pero también lo es formar a los niños en por qué no se debe consumir eso. O que sea obligatorio en los comedores escolares el producto ecológico como lo es en Alemania y en otros países europeos.

-Pero volvemos al precio, es más caro.

-Es por la escasez. Hay a quien le conviene que siga siendo caro y elitista, pero a los que creemos verdaderamente en el producto ecológico nos interesa que forme parte de la cesta de la compra. Hay un montón de enfermedades ocultas que no son transmisibles, como la diabetes, arterioesclerosis, hipotiroidismo, fibromialgia etc., no generan una pandemia pero están directamente relacionadas con la alimentación.

-De ahí la necesaria educación.

-Lo que pasa es que la educación gastronómica la han llevado al final, a lo que es la restauración. Y hay que empezar por lo más básico.