Eladio Sánchez González sentenció: «Están aquí, en el barro». La cuadrilla, mmm..., no se lo creía del todo. La mañana, luminosa, de postal, no pintaba muy cazadora hasta ese momento. Pero fue dicho y hecho. En el quiñón pegado al Talanda, un lodazal, allí estaban: buscando el fango para protegerse de las heladas más descarnadas. Hasta una decena de liebres mimetizadas en menos de tres hectáreas. Los galgos acabaron reventados. Las «rabonas» salían como tiros, levantando el agua como Ronaldo cuando patina en los estadios encharcados. Los perros cumplieron, pero se quedaron corridos y cansados. En total, la jornada cinegética se cerró en Sanzoles con una quincena de carreras y un solo ejemplar abatido, que durante toda la jornada llevo de acá para allá Guillermo de Dios.

Hasta tres veces en la campaña han «maneado» los galgueros de Sanzoles la reserva que está en el corazón del coto. Más de cuarenta «pelonas» corridas. ¿Muertas? Muy poquitas. Mejor. El objetivo, según el presidente del coto, Benito Sánchez, está cumplido: mover las liebres, impedir la consanguinidad, mejorar la especie. La reserva se va a cambiar de ubicación y es mejor «activar» la caza del espacio hasta ahora protegido, para que las especies estén preparadas para el próximo cazadero.

Las liebres en enero, en el «tolladero» (atolladero), repitieron durante la jornada varios galgueros, mientras se hundían en el terreno pantanoso, pintado de verde. El más pequeño, Cristián, perdió una bota, escena que sirvió de chanza a la cuadrilla, divertida y satisfecha con la abundancia de carreras que repitieron el mismo guion: arrancada en el bajo, la collera hace hilo por el plano inclinado («ahí se ven los cojones de los buenos perros») y acaban en el perdedero de las Fuenticas, donde la mancha de chaguazos se hace más espesa e intrincada. Las liebres, una tras otra, se evaporan en el altozano. «Otra que se va a criar». Y es que el firme enaguachado ayuda siempre a quien pisa con caricias, como las liebres. Alguna de las carreras, de campeonato, se acercaron a los cuatro minutos. Las estampas perfectas, de gafas limpias y recién estrenadas.

Lástima que al final uno de los galgos, muy joven, con cuerdas bien dibujadas y prometedoras, quedara inutilizado tras una carrera de lujo. El animal buscó la pieza a ciegas sobre el barranco invisible de un camino y estirándose al máximo se lanzó al vacío. El topetazo se cobró un alto precio: las dos manos del perro. El suceso ensombreció el final de la jornada de caza.

Los galgueros de Sanzoles se reunieron al mediodía en torno a una hoguera y una improvisada mesa campestre, muy bien servida por Benito Sánchez y Pedro Nieves. No faltó el popular asado y las conversaciones sobre los lances de caza. La campaña agoniza y es tiempo de acotar los recuerdos para alimentar la ilusión. Otro temporada vendrá porque el ciclo cinegético marca, inexorable, el ritmo del ámbito rural. No siempre se puede volver y cada uno tiene su cuaderno cerrado de liebres.