La historia del conjunto de las tablas de Arcenillas es una secuencia de sumas y restas que a lo largo del tiempo ha provocado que de un conjunto de al menos 35 tablas hoy solo podamos disfrutar de 14 localizadas, de las cuales solo 11 quedan en Arcenillas, siendo los restos del naufragio de la que fue la obra magna del arte pictórico de nuestra provincia: el retablo del altar mayor de la Catedral de Zamora.

El sábado 23 de noviembre hizo veinte años de un robo difícil de olvidar. Fue en la noche del 22 al 23 de noviembre de 1993. La tranquilidad de Arcenillas se vio rota con el «golpe del siglo» en la provincia de Zamora. Un andamio situado en una casa en obras inmediata a la iglesia, junto a una maza, un pico y unas tijeras de podar, herramientas robadas antes en una nave a la entrada del pueblo, fueron elementos suficientes para privar a los arcenilleses de un pedazo de su tesoro más preciado. Una estrecha ventana de la sacristía, carente del cegamiento que había tenido, no ofreció más resistencia que una sencilla reja y malla, y fue el lugar elegido por los cacos para acceder al templo. El corte de las comunicaciones telefónicas y la red eléctrica con el probable objetivo de silenciar una inexistente alarma, junto a la soledad de una fría noche con luna en cuarto creciente de un lunes a un martes fueron los ingredientes finales para favorecer el golpe. Ni los perros de las casas cercanas ladraron.

Cuando el primer vecino se percató de la puerta de la iglesia entreabierta y avistó el andamio junto a la ventana violentada de la sacristía ya habían pasado varias horas de la ejecución del robo, calculado entre las dos y las cuatro de la mañana. Resultaron inútiles los intensos controles de la Guardia Civil en toda la provincia y las cercanas, además de en la frontera con Portugal. Ni rastro de los ladrones ni de las tablas: se habían esfumado. Los dos leones de piedra situados a ambos lados de la escalinata de acceso a la puerta del templo fueron los únicos testigos.

Los medios de comunicación nacionales e incluso internacionales se interesaron por lo acontecido, haciéndose eco de la indignación de los vecinos que, algunos entre sollozos, asimilaban que había perdido una importante parte de su tesoro más preciado, ese que distingue a Arcenillas como localidad nombrada internacionalmente, aportando el sobrenombre de «el pueblo de las tablas».

Felipe Ferrero, que fuera párroco de la localidad y a quien tanto se debe por su desinteresada e incansable labor investigadora y divulgadora de las tablas durante décadas, tuvo que presenciar, como el resto de los vecinos, como Arcenillas seguía, pero había perdido parte de su símbolo y alma.

«El Descendimiento», «El Santo Entierro», «Las Dudas de Santo Tomás» y «La Resurrección» fueron las cuatro tablas elegidas. El hecho de que las tablas robadas no sean las mejores del conjunto, siendo las que estaban contiguas a la puerta de acceso de la sacristía del templo, hace sospechar que, o los ladrones desconocían la diferencia de calidad entre unas tablas y otras (algunas se deben a la mano del taller mientras que en otras la participación directa de Fernando Gallego se hace más patente, lo que hace que mejore su calidad y aumente su valor), o sencillamente no sabían muy bien qué robaban. Tampoco es descartable que el objetivo fuera llevarse todas las tablas. El atroz sistema utilizado para poder descolgarlas de la pared, haciendo palanca con el pico y separando así las tablas de los travesaños que las unían a la pared, que allí quedaron, sin duda debió provocar importantes daños a juzgar por los restos de madera y pintura encontrados.

El doloroso hueco dejado por las cuatro tablas expoliadas sería posteriormente atenuado con cuatro reproducciones fotográficas al tamaño original donadas por Fabriciano Martín Avedillo, hijo del pueblo y canónigo emérito de la Catedral, y la iglesia fue dotada con eficientes medidas de seguridad, logro tardío pero irrenunciable en el que también tuvieron su papel para su consecución quien fue consejero de la Junta de Castilla y León y también oriundo de Arcenillas, Francisco Jambrina, y el ya entonces alcalde Natalio Gutiérrez.

Desde entonces, la Brigada de Patrimonio de la Guardia Civil, cada vez que algún medio de comunicación nacional realiza un reportaje divulgativo sobre los expolios sufridos en el arte nacional, no duda en situar estas tablas a la cabeza del «top ten» de obras más buscadas en España e incluso internacionalmente por la Interpol. La eficiencia y profesionalidad de esta Brigada en su labor con todos los casos que mantiene sin cerrar, que tantas buenas noticias ha dado en otros muchos puntos de la geografía nacional afectados por los desaprensivos amantes del arte ajeno, y su especial desvelo en la recuperación de las tablas de Arcenillas (caso que en varias ocasiones ante los medios de comunicación nacionales han calificado como su «espinita clavada»), han sido insuficientes para devolver a Arcenillas lo que nunca debió haber perdido.

El paradero de las tablas desde entonces permanece incierto. Muchos han sido los rumores sobre el posible destino que habrían seguido, habiéndose nombrado hipótesis como Portugal, Getafe, Cataluña y algunas más, no siempre con fundamento real. Sí parece ser cierto que en una ocasión se estuvo cerca de dar con ellas, pero la mala fortuna provocó que ahora cumplamos 20 años sin nuestras tablas.

Los expolios en el patrimonio español y en el zamorano continúan, como tuvieron que lamentar hace poco más de un año en Villaescusa. La crisis no puede ser la excusa para dejar las iglesias carentes de medidas de seguridad. Las medidas implantadas en la iglesia de Arcenillas dificultan que se repita el episodio que ahora recordamos, pero en muchos otros templos zamoranos las medidas de seguridad siguen siendo las que había en Arcenillas: una reja y una malla.

De la Catedral a Arcenillas: una historia de sumas y restas

Fernando Gallego y su taller, establecido en la ciudad vecina de Salamanca, se encargaron de la elaboración del conjunto destinado a la Seo zamorana, que hoy mantiene una de las joyas de este maestro: el retablo de San Ildefonso de la capilla del Cardenal Mella. La ausencia de documentación sobre el encargo de esta obra, debido al incendio acaecido en el claustro de la Catedral que afectó a la documentación del archivo, hace que no tengamos noticias exactas sobre las fechas de su datación y detalles de su ejecución, si bien por el estilo y comparativamente con la demás producción de Gallego, se viene fechando como obra posterior a 1490, aunque sí tenemos claro que es anterior a 1495, pues a comienzos de este año el viajero alemán Jerónimo Münzer en su visita a Zamora le llamó poderosamente la atención el retablo ya instalado en el altar mayor, describiéndolo como «un altísimo retablo frente al coro, con excelentes pinturas y otros adornos».

El retablo estuvo en su ubicación original hasta que el Cabildo catedralicio, con el empuje del Barroco, se animó a dotar a la Catedral de un nuevo retablo que sustituyese al gótico hispanoflamenco de Fernando Gallego, que era considerado un arte anticuado y pasado de moda. Las dificultades económicas junto a algunas voces dentro del propio Cabildo contrarias a la opinión de contar con un nuevo conjunto, no fueron suficientes para evitar que en el año 1712 finalmente se encargase a Joaquín de Churriguera la realización de un nuevo retablo que estuviera en consonancia con los nuevos aires estilísticos.

Con el fin de costear el nuevo retablo, toda fuente de ingresos debía ser estudiada, y ahí entró en juego la venta del conjunto de Fernando Gallego. La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Arcenillas, localidad distante a solo siete kilómetros de la ciudad de Zamora, pese a sus generosas dimensiones, carecía de un retablo que pudiese cumplir la función que la Iglesia perseguía con estos conjuntos, que era la evangelización y la instrucción al pueblo, que veía en el arte una fuente útil para acercarse a la vida de Jesucristo.

De esta manera, la Catedral vendió a la parroquia de Arcenillas el retablo completo, donde fue instalado, y vivió el paso del siglo XVIII sin ningún acontecimiento que afectase a su integridad. Sin embargo, el convulso siglo XIX tuvo reflejo en el triste devenir del retablo de Gallego, que pasó de ser tal a un conjunto de tablas repartidas por las paredes de la iglesia.

El obispo diocesano en una de las visitas a la parroquia ordenó que se encargase la construcción de una nueva torre y una cúpula para el ábside. Para éste último empeño se hacía inevitable desmontar el retablo, que estuvo guarecido en la panera parroquial durante el transcurso de las obras de la bóveda, entre los años 1819 y 1823. Parece fuera de duda que el objetivo inicial era la conservación del retablo y posterior montaje de nuevo, para lo que las tablas fueron numeradas, si bien, lo cierto es que de todo el conjunto original, que incluiría además de las tablas toda la estructura del retablo, solo volvieron a colgar de las paredes de la iglesia 16 tablas.

El hecho de que varias tablas acabaran en manos de la familia zamorana de los Ruíz-Zorrilla, junto al mutismo en los libros parroquiales de fábrica sobre una hipotética venta de las tablas que faltan, hace pensar que estas fueron enajenadas de forma ilegítima.

Una tabla más desaparecería a finales del siglo XIX, la de «Pilatos Lavándose las Manos» según la tradición oral, al viajar a una exposición (se desconoce cuál) y no regresar. De esta manera, la existencia del valioso conjunto en Arcenillas ya sería conocida antes de la visita de Manuel Gómez-Moreno, quien en julio de 1904 fue el primero en describir, fotografiar y atribuir a Fernando Gallego las tablas en su visita enmarcada en su labor de realización del Catálogo Monumental de la Provincia de Zamora.

Dos zamoranos de la estirpe de los Ruíz-Zorrilla, María de los Ángeles Gómez de Villavedón Santos y Justo Santos y Ruíz-Zorrilla donaron al obispo de Zamora en los años 20 dos tablas que habían heredado de sus antepasados, «Aparición a la Magdalena» y «Pentecostés», pues manifestaban ser conocedores del origen ilegítimo que tuvieron las tablas en manos de su familia, con el objetivo de que fueran restituidas al templo del cual procedían, que ellos desconocían, si bien a día de hoy, desafortunadamente, la voluntad de esta familia sigue sin cumplirse debido a que el Cabildo mantiene ambas tablas en el Museo Catedralicio.

Está constatado que al menos otras dos tablas más fueron pasando de generación en generación en la familia, perdiéndose el rastro de una de ellas en un indeterminado convento de Madrid, mientras que una «Adoración a los Magos» fue vendida en Madrid a principios de los 70, siendo con toda probabilidad la que reapareció a finales de los 80 dentro de la colección Pedro Masaveu, que tras su fallecimiento engrosó los fondos del Museo de Bellas Artes de Asturias, destino donde hoy permanece.

Pese a estas tres incorporaciones no podemos dejar de lamentar las cuatro dolorosas pérdidas de las que ahora se cumple el triste vigésimo aniversario en el que no hay nada que celebrar, aunque nunca podemos olvidar. Aunque si hay algo a que no debemos perder es la esperanza de recuperarlas.