Las manos no son manos, que son mariposas que trazan giros imposibles en torno a un eje sin forma trenzado de soleares y fandangos. Alicia González, bailaora manchego-zamorana (enraizada en Sanzoles para más señas), acaba de impartir magisterio en Moraleja del Vino y San Miguel de la Ribera. Su arte, alimentado en el manantial de la afición, bebe belleza y naturalidad. Que nadie busque afectación, que no la hay; que nadie invoque el desequilibrio, que tampoco. El baile de la de Miguelturra (Ciudad Real) discurre sin aspavientos, que siempre va hacia el valle, sin aparente esfuerzo, como se abre la mantequilla en el pan reciente.

La bailaora, que pasa temporadas en la provincia de Zamora donde ya cuenta con muchos seguidores y con el aprecio de Carmen Ledesma, ha dejado poso en Tierra del Vino. Actuó en las dos localidades citadas junto al cantaor sanzolano Ángel Hernández «el Fary» y el guitarrista, también del pueblo del Zangarrón, Luis González Puga; los dos, inseparables, tienen ya un camino recorrido en el mundo de la copla y del flamenco que atestigua su (feliz y constante) evolución.

Moraleja del Vino se puso pinturera en la Semana Cultural y abrió el salón de servicios múltiples a la copla y el cante jondo. Buena idea porque estos sones, que vienen de las tierras del sur, están preñados de aires mesetarios y llevan cuerpo de jota (castellana, claro) y letras con lágrimas de interior, las que más escuecen. Y San Miguel de la Ribera, la Aldea del Palo, volvió a demostrar, una vez más, que siempre está abierta a la claridad, la que conecta el pasado y el presente, al sentir imposible del quejío; que se llora y se pena igual en todos los sitios.

El espectáculo flamenco tuvo dos caras, a cada cual más amable. La bailaora imantó al público en cuatro ocasiones, en todas las que apareció. El arte irrumpió suave, casi líquido y se fue por los regatos que excavó la voz de seda de «El Fary» al abrazar con maestría varios palos. La magia vino envuelta en tientos-tangos, horneada en soleares, esculpida en fandangos de Huelva y escarchada en sevillanas; ¡qué gracia, por Dios! Verticalidad, elegancia, fuerza y ese aire vaporoso que sopla el duende se hicieron cuerpo en Alicia. Por la ventana entró, envidiosa, la noche plenilunada, para que aprenda que la belleza también se esconde entre cuatro paredes.

Las dos actuaciones fueron un éxito. No es de extrañar que en San Miguel de la Ribera Alicia, Ángel (Tito) y Luis fueran aplaudidos hasta por las calles. Y que hasta alguien se atreviera a recomendar a la familia de la bailaora que la llevaran a televisión, que los pueblos eran poco para ella (¡cómo si la belleza tuviera que estar enmarcada por colorines artificiales, qué equivocación!).

Otra vez el flamenco dejó un buen regusto en esta tierra. Quizás sea por eso, porque este cante, la filosofía en la que se sustenta, llevan en el vientre la humedad de la vida. Y una forma natural de entender la existencia.

Este verano se han multiplicado las galas de cante jondo y copla en la provincia, sobre todo en las comarcas del sur de la provincia. La irrupción de jóvenes talentos como Alicia González o Ruth Fonseca, en el baile, y Eva Valle, Miriam Raposo y Carrasco, en el cante, ha animado muchos escenarios de pueblos zamoranos.

Todo el mundo entiende lo que vive y las letras, la escenografía y la plástica de este arte no tiene fronteras, porque lo que se siente siempre tiene memoria y aflora a poco que activemos nuestro oído o nuestra vista.