El cineasta gijonés Miguel Herberg Hartung ha recalado unos días en Fariza, donde restauró, junto con su hermana Silvia Herberg, la casa del infortunado poeta Justo Alejo, marido de Silvia. El productor, que hoy trabaja en China dedicándose al cine de animación, ha querido dejar en su sitio la verdad sobre las filmaciones y entrevistas que sacaron a la luz las entrañas del golpe de estado dirigido por Pinochet en Chile, en 1973, y que acabó con la vida del presidente Salvador Allende y varios miles de personas más en una dura represión militar. Lo ha hecho a través de un libro titulado «Diario de un anarquista infiltrado en las filas de Pinochet 1972/74». Infiltrado como periodista de un canal de televisión europeo inexistente, y ganada la confianza de los golpistas -a veces a base de grandes ramos de flores a las mujeres de los militares-consiguió inmortalizar en película a un importante número de los responsables y, lo que considera más importante, los campos de prisioneros de Pisagua y Chacabuco cuya existencia se negaba y donde permanecía internado, entre otros, el médico de Allende, Danilo Bartulín.

La República Democrática de Alemania, que financió sin cortapisas de dólares la operación de las constancias de alzamiento castrense, se adjudicó luego la autoría del trabajo y el caso derivó en un juicio, celebrado en Roma, donde se comprobó que Herberg fue el verdadero autor «porque ni siquiera se molestaron en doblar la voz».

El libro es una obra sin reservas porque el éxito de las revelaciones terminó por ser un asunto de usurpaciones, de impostores y siendo un circo. Para mayor plasmación y veracidad, Herberg no repara en poner las direcciones y los teléfonos de los entrevistados. Es un libro de fotos, de desmentidos de farsas y de desencantos. «Todavía hoy me arrepiento de haber estrechado la mano tan flácida del juez Baltasar Garzón» expresa. Y es que el ex juez de la Audiencia Nacional, que siguió un proceso contra el dictador chileno, «no aceptó mis documentos en el juicio que intentaba hacer contra Pinochet con el pretexto, más tarde avalado también por su compinche chileno, el juez Guzmán y Joan Garcés, de que yo no estaba apuntado en las listas de la Vicaría del Obispado de Santiago de Chile». «Como si yo fuera chileno y, además, católico» dice. Un hecho que el autor califica como «una valiente ironía, ya que yo tenía pruebas tangibles contra Pinochet y su represión».

Es un publicación de imágenes de protagonistas del golpe y de hombres que apoyaron y que todavía siguen ejerciendo una política de altura. Es el caso del político italiano Gianfranco Fini, que fue presidente de la Cámara de Diputados italiana desde el 30 de abril de 2008 hasta el 15 de marzo de 2013, así como Ministro de Asuntos Exteriores desde 2004 hasta 2006, y líder de Alianza Nacional hasta su disolución. Entonces este joven era integrante del neofascista Movimiento Social Italiano, cuya «guarida» fotografió, al igual que al propio Fini.

Pone de manifiesto que el fascista chileno Federico Willoughby «intentaría vengarse de mí enviándome matones a Roma que, al no dar conmigo, se cebaron en el vicepresidente Bernardo Leighton y su esposa, que terminaron tiroteados en pleno centro de la ciudad, en 1975».

El objetivo del presente libro es, según Herberg,« exponer en público los manejos de la historia del golpe y la verdad sobre sus autores». Pasado por amigo de los intermediarios del golpe, pudo acercarse a los protagonistas y entrevistarlos, siempre merced a permisos especiales. «Pinochet brillaba por su ignorancia y falta de cultura, hasta que Federico Willoughby, que de tonto no tenía nada, le enseñó incluso a hablar» manifiesta.

El libro, rico fotografías de los partícipes del golpe chileno, viene acompaña de un documental.