Raíz, hojas y madera, el árbol completo de la vida. La música, el baile, la letra que sale de la tierra y el calor, todavía tibio, de esta primavera a la que cuesta meterse en harina cuando el horizonte ya humea el hurmiento estival. Zanga Folk llevó ayer -y el viernes- el color a Sanzoles, inventó el ritmo y maridó costumbres y sones de mil sitios con la sordina del tiempo que se comprime en los cencerros del Zangarrón.

El fin de semana pintó de rojo la localidad de Tierra del Vino. Le puso un círculo en el mapa del folclore provincial y un punto en la parcela sin límites del costumbrismo nacional. La muestra de la música de siempre, esa que se entreteje entre cantos de pájaros despistados y ruidos de vida, llenó el pueblo; la que nació antes de los ordenadores y los teléfonos móviles, aprovechando los descansos de siega, las semanas de lluvia del otoño seminal. Melodías con notas desgarbadas, trizadas por la voz rota del campesino, ese aire polvoriento que trae recuerdos vacíos, desplantes machistas y sombras magulladas de supervivencia.

Los sones viejos del campo charro, envueltos en seguidillas castellanas. Las canciones de siega de Tierra de Campos, rebozadas en el polvillo de las gavillas. Vientos de antaño que algunos comprimieron en la dulzaina. Todavía queda ese regusto del romance, de la interpretación singular: Recuerdos de quienes hicieron de la música su forma de vida e impulsaron un oficio tan necesario como poco agradecido: Agapito Marazuela, en Segovia; Custodio Herrera, en Salamanca, tantos y tantos en Zamora que ya son sombras afiladas, que se evaporan más rápido que el agua de tormenta en el mes de julio.

Nombres escogidos para hacerse notar: The Little Hungry Band, Maite Iriarte y la banda dispersa, Darius Yordaklie, Afrobeats DJ Colective, DJ Patata & DJ Toni Sabandija+Gatos del Parbu? Un programa apretado por los costados bajo la bandera de una acción solidaria: recaudar fondos para la oenegé Famiong, que promueve proyectos de desarrollo en Madagascar.

Y como colofón, la irrupción otra vez del Zangarrón, la madre de todas las mascaradas, el tiempo constreñido en un función que ha bebido costumbres de la historia y, seguramente, de la prehistoria. Sones viejos con interpretaciones nuevas, el alma alada de las reses comprimida en el toque ovalado del cencerro, el respirar alicortado de la castañuela. Y el baile de siempre, trenzado, armónico, que recuerda las celebraciones victoriosas de las legiones romanas, el respirar del triunfo.

La experiencia de unir el alma universal del folclore con la entraña singular del Zangarrón resultó. Y fue un maridaje que trajo aromas del pasado, pero también enmarcó un ramillete de brotes que hacen reverdecer el futuro. Porque nunca la alegría del baile y la sintonía de una copla pueden comprimirse en una caja de plástico. Que necesitan espacio y un magma donde moverse a su antojo. Sanzoles, ayer, lo sacó a pasear. El encuentro, con mercadillo incluido, demostró que la tradición, bien entendida, siempre es un espectáculo, por lo que muestra y por lo que esconde. Y que lo viejo es el mejor riego para lo que está por venir. Que en el pasado está todo. Un deseo: que sea la semilla que arraigue en tierra húmeda, la que mojó ayer la tormenta sin truenos. Que las asociaciones «Melitón Fernández» y «Amigos del Zangarrón» se encarguen de regarla.