Ni una venganza ni el acatamiento de la orden de un superior militar para liquidarlo. Fue un cáncer de estómago lo que acabó con la vida del falangista Martín Mariscal, autor material de la muerte de Amparo Barayón, la mujer del escritor Ramón J. Sender, y de otros muchos notables de izquierdas zamoranos en los primeros meses de la Guerra Civil española. A las 16.00 horas del 31 de julio de 1951, en su casa del número 8 de la calle Eloy Gonzalo de Madrid, acompañado de su mujer, Encarnación, quien le asistió en los últimos momentos de su vida pese a estar separados desde años atrás y a la edad de 65 años, terminaba la vida del funcionario de Correos que tan macabra huella dejó en Zamora.

La partida de defunción desvelada por Manuel González Hernández, un estudioso de El Piñero apasionado por la historia e investigador de la represión en Zamora durante la Guerra Civil, descarta ese final de leyenda de quien fuera uno de los más violentos protagonistas de la represión.

El documento, rescatado del Registro Civil de Madrid (en el distrito de Chamberí) desmiente la teoría sostenida por el historiador Miguel Ángel Mateos, según la cual Martín Mariscal habría muerto después de que José Palacios, hijo de Ramón Palacios, de Morales del Vino y una de las víctimas del conocido como «sargento veneno», coincidiera con él en Toledo. Orgulloso de sus crímenes no habría tenido empacho en jactarse de la muerte de Ramón Palacios, así que el hijo habría hablado con el teniente de la Legión, «quien le garantizó que arreglaría el asunto». Según Mateos cabían dos opciones, o que el propio hijo se deshiciera de él; o que unos legionarios lo mataran por orden de su jefe.

Ninguna de las dos teorías se llevaría a término. Martín Mariscal acabó sus días postrado en una cama, «después de una larga y dolorosa enfermedad», precisa Manuel González, doce años después del final de la Guerra Civil.

¿De donde había llegado semejante personaje tan bronco y sanguinario? Manuel González quería saber quién era ese falangista, protagonista en primer término de los asesinatos de El Piñero, y a quien el historiador Miguel Ángel Mateos adjudicó en 2006 la autoría material del asesinato de Amparo Barayón.

Gregorio Martín Mariscal Hernando había nacido el 12 de marzo de 1886 en la localidad de Bijuesca (Zaragoza) «en el seno de una familia acomodada, religiosa y conservadora». Hijo de Clemente, médico, y Encarnación, ese mismo día es bautizado en la iglesia de San Miguel Arcángel, para trasladarse después con su familia a El Frasno, donde su padre ejercería su profesión médica; allí nace Federico, el segundo hijo, en el año 1887. Dos años después la familia se instala en Morata de Jalón, siempre en la provincia zaragozana, donde la residencia se prolongaría durante 21 años. Mientras Gregorio Martín va creciendo, la familia aumenta con la llegada de Graciano (1889), José Vicente (1891), Laureano (1893), Domingo Jesús (1895) y María del Carmen (1897).

De acuerdo con la investigación de Manuel González, «los Mariscal Hernando intentan dar a sus hijos una extraordinaria formación en el campo de la medicina». Pero Gregorio Martín opta por sacar una plaza como funcionario de Correos, ejerciendo en Calatayud, Ateca y Ricla, «a la vez que hace política local integrado en el ala dura del Partido Republicano Radical, donde ya apunta maneras» y se le relaciona con «las masonerías locales y provinciales».

A la edad de 29 años contrae matrimonio con Pascuala Manuela Lajusticia, de 26, en Calatayud, fijando después su residencia en Ricla, «hasta bien entrados los 30 años». Martín Mariscal prosigue su carrera política alcanzando la presidencia del Partido Republicano Radical en Ateca; «sus excesos son bien conocidos en la zona», precisa Manuel González. Pero de 1933 a 1935 el partido presidido por Alejandro Lerroux «sufre la pérdida de muchos afiliados por la corrupción que tienen en sus filas a nivel nacional». Y este declive se deja notar en los dominios del político local que, «sabedor de sus excesos, se siente desprotegido y tiene miedo».

Es entonces cuando, «para sentirse seguro, consigue su traslado a Zamora», donde aparece a principios de 1936 «vistiendo ya uniforme de la Falange con el grado de sargento de milicias». Una metamorfosis a priori inexplicable. Lo cierto es que el transformado funcionario aparece empadronado a principios de 1936 como vecino de Zamora en la calle de la Estación y después en Víctor Gallego, junto a su mujer y dos sobrinos de esta.

El mayor, Ángel, que tenía 14 años cuando estuvo en Zamora, en la actualidad es casi centenario y vive en Estados Unidos. Y José María, que también era funcionario de Correos, falleció a los 28 años en Madrid, unos meses antes que su tío, en el año 1950, según ha podido documentar el estudioso de El Piñero.

Al poco tiempo de instalarse en Zamora el falangista «protagoniza discursos por los barrios, cargados de violencia». Está dispuesto, según sus palabras que han sido rescatadas por Manuel González, «a ser el cirujano que arranca la carroña para purificar y dar vida al cuerpo social». Porque «para poder vivir es necesario pasar por el dolor de la amputación del miembro corrompido? Angustiosamente terrible pero absolutamente necesario», proclama en un discurso pronunciado en el barrio de San Lázaro durante la segunda semana de agosto, según recoge el Heraldo de Zamora.

El verano, otoño e invierno del 36 Martín Mariscal desarrolla una etapa especialmente cruenta. «Junto con otros falangistas de renombre en Zamora es el responsable material de numerosos asesinatos a lo largo y ancho de la provincia, muchos de ellos sin que las autoridades del momento se enteraran», puntualiza Manuel González. «Uno de los más conocidos es el de la esposa del escritor Ramón J. Sender, aunque uno de los más sangrientos lo protagonizó en El Piñero en la madrugada del 20 de septiembre de 1936», cuando liquidó a nueve vecinos. El décimo sería torturado hasta su muerte.

Como constata Manuel González, Martín Mariscal vivió en Zamora entre el 4 de enero de 1935 y el 16 de noviembre de 1936, cuando salió con destino a Toledo y desde allí se dirigiría a Madrid el 23 de julio de 1939. «No llegó a vivir ni dos años en Zamora porque cuando sus numerosas atrocidades y excesos, cometidos a espaldas de las autoridades, llegaron a oídos de estas, fue expulsado de la provincia yendo a parar al frente de Toledo, donde esperó a que las tropas de Franco conquistaran Madrid».

Se incorporaría a la oficina de Correos de Chamberí al finalizar la guerra, fijando su residencia en la calle Eloy Gonzalo. Martín Mariscal terminaría abandonado por su mujer y en 1945 deja de pertenecer al Cuerpo de Correos, dado de baja por enfermedad. Al día siguiente de su fallecimiento fue enterrado en el cementerio de La Almudena en una tumba provisional. «Diez años después nadie se ocupó de sus restos, siendo exhumados e incinerados junto a otros muchos».