Hoy será una jornada muy especial en la familia Marcos Conde. Antonino Marcos Manso, fundador de la fábrica de quesos hoy radicada en la carretera de Morales del Vino, cumple cien años. Su amigo, el sacerdote de Bóveda de Toro José Guerra, dirá una misa de homenaje en Villalonso que reunirá a cuatro generaciones, desde el propio bisabuelo hasta los biznietos. Una comida, después en la capital, servirá como «agradecimiento» de toda la familia por los valores que han aprendido de Antonino: «Honestidad y trabajo».

Una receta tan simple como eficaz si tenemos en cuenta la evolución del negocio familiar que hoy es una fábrica aún familiar, pero con una producción diaria de 100.000 litros diarios y 25 trabajadores, que no solo mira al mercado nacional, sino que reserva un 10% del queso para enviarlo a Francia, Andorra o Estados Unidos.

Un panorama bien distinto al que vivió Antonino Marcos Manso en su juventud, cuando la familia viajaba con el carro y la mula por los caminos de la época rumbo a Galicia, donde su padre había abierto ya camino con comercializando las tripas de ternera. Todavía hoy, con cien años a las espaldas, Antonino recuerda que tenía 18 años cuando se instauró la II República y que ya estaba inmerso en el negocio del queso, concretamente en Mondoñedo. «Entonces se decía: Qué bien vamos a vivir sin los gastos de los reyes», ironiza el homenajeado.

Fueron tiempos difíciles, así los recuerda Antonino. «Había una esclavitud enorme. Trabajábamos mucho para ganar muy poco», rememora. Aquellos inicios no fueron tan diáfanos como la sincronizada producción diaria de la fábrica zamorana hoy por hoy. Antonino y sus hermanos comenzaron comprando el queso ya elaborado a los pastores. Eran comerciantes que, más tarde, llegarían a ser «productores» para ofrecer un queso de forma y calidad uniformes.

Aquellos quesos artesanales de sabor fuerte irían a parar, entre otros sitios, a Galicia. De aquella experiencia de los años treinta, Antonino guarda buen recuerdo y anécdotas impagables. Como cuando se encontró a una señora que vendía castañas. "¡Ay, carallo, yo como todo el queso que yo quiera y usted toda las castañas que quiera!" Tiempos de hambruna y de dificultades.

Aunque no por ello Antonino ha olvidado «esa buena tierra» que recorrió decenas de veces. Ni tampoco los indicadores de los kilómetros en el largo camino hacia Orense o Lugo. «En Villardefrades estaba el kilómetro 217 de Madrid a La Coruña. Después, en Villalpando estaba el 238», rememora el fabricante, sin apenas esfuerzo.

El hoy homenajeado era el menor de cinco hermanos: Florentina (la mayor), Lorenzo, Manuel, Joaquín y el propio Antonino, el pequeño. «Me querían mucho por ser el pequeño», apunta. Su padre ya había abierto camino, pero la familia necesitaba un negocio de mayor estabilidad y consistencia. Fue entonces cuando Antonino se estableció en la localidad salmantina de Cantalapiedra, donde en 1942 inauguró su primera fábrica. «Comprábamos la leche a los ganaderos y fabricábamos queso. Teníamos tres mujeres que lo hacían», explica. Luego se transportaban en carro para entregarlos a los clientes. Más tarde, los coches tomarían el relevo para vender el producto.

Y siempre con una norma: «Trabajo y honestidad». Es lo que Antonino aprendió a su vez de su familia en Villalonso. «Es un pueblo de gente muy seria y formal, honesta, trabajadora. Buena gente y buen castillo», no para de repetir para hacer justicia a los valores que él supo transmitir a sus cuatro hijos: Gumersindo, Florentina, Antonino y Adela. Aún hoy, tantos años después, recuerda a su padre, al que «llamaban "Blascoruña"». El motivo no es otro que las charlas de su progenitor a la sombra del imponente Castillo de Villalonso, donde no paraba de hablar de Galicia, de La Coruña. «Por eso lo llamaban "Blascoruña"», apunta.

Definitivamente, el negocio iba a más. La fábrica de Cantalapiedra transformaba unos 400 litros de leche al día para producir un queso de sabor fuerte, contundente, muy bien recibido en Sevilla, en toda Andalucía. La evolución de la actividad llevó la fábrica al barrio de Cabañales de la capital en 1966. Era el último paso profesional en la vida de Antonino Marcos Manso, que se jubilaría a los 65 años en 1972.

Su hijo, Antonino Marcos Conde amplió aquella fábrica y luego la trasladó a su sede actual en 1980, hace ahora más de tres décadas. El fundador de la quesería siempre comenta que en los años cuarenta y cincuenta «había tres personas para hacer treinta quesos, mientras que hoy con seis personas en la fabricación se hacen 4.000». La complejidad actual no viene tanto por la fabricación, sino en la comercialización.

Ahora, Antonino «padre» no para de repetir orgulloso que «tengo dos hijos, dos hijas, diez nietos y cinco biznietos» que «no saben qué hacer conmigo de lo que me quieren». En efecto, su hijo Antonino Marcos Conde heredó la actividad e impulsó el crecimiento de la fábrica y ahora son sus dos hijas, licenciadas en Farmacia, quienes «aseguran el futuro de la empresa y se sienten identificadas con el negocio», explica.

Y es que Antonino, hoy centenario ya, se asombra cuando ve las instalaciones de este siglo XXI. «Lo que nosotros hacíamos en Cantalapiedra no era nada», reconoce, aunque también tiene claro que «yo fui el primer eslabón de esta fábrica familiar».

Por eso, cien años después de aquel lejano 20 de mayo de 1913 que lo vio nacer, es tiempo para el homenaje. Hace una semana fue el salón de jubilados de Caja España el que le ofreció un tributo público que «fue muy bien». Hoy, corresponde a la familia ensalzar sus valores: «Trabajo y honestidad». Y una cosa más. Quizá el secreto para mantenerse en perfectas condiciones hasta cumplir una centuria: «Todos los días de mi vida he comido un trozo de queso de oveja». El efecto está a la vista hoy en Villalonso, «buena gente, buen Castillo».