El turismo de la especie puede ser una herramienta de conservación siempre que se haga de manera ordenada y regulada, con educación ambiental y prácticas respetuosas por el ecosistema. La interferencia humana en el paraíso del lobo debe ser mínima o nula. De lo contrario la Reserva Regional y la gestión del lobo será como «un zoo». En esta línea de ecoturismo se posicionan el biólogo zamorano Javier Talegón, y el ingeniero de Monte, José Luis Santiago, responsables de la empresa «Llobu», afincada en Robledo de Sanabria. Los expertos piden una regulación estricta que garantice la conservación e impida la «interferencia» con el lobo.

El impacto de las visitas masivas y desordenadas al territorio lobero por excelencia empieza a hacer su aparición y se está a tiempo de controlar un afección negativa con una regulación de estas visitas. El impacto más evidente y el que empieza a levantar preocupación es el pisoteo de la vegetación y las posibles molestias a los lobos. Forzar la máquina para ver al lobo sí o sí en su territorio no favorece a una especie que se ha guardado bien del hombre y que corre el peligro de habituarse a la presencia humana.

El hombre ha hecho una selección artificial desde la Edad Media, en la que han prosperado los ejemplares más esquivos y más miméticos frente a los ejemplares más visibles y osados, según explica Javier Talegón a los grupos que se acercan hasta la Sierra de la Culebra. Es de los expertos más apegados al territorio del lobo, y lleva 15 años relacionado con el mundo del cánido, primero evaluando los ataques al ganado en más de 600 expedientes -que en un alto porcentaje es difícil determinar la autoría salvo que se ponga en práctica la prueba genética- y posteriormente en las Aulas Medioambientales y de Ecoturismo entre Aliste y Sanabria.

José Luis Santiago también aporta su amplia labor en la gestación del Centro del Lobo de Robledo, en su etapa en el Ayuntamiento de Puebla. No solo son dos grandes expertos desde el punto de vista técnico y laboral sino que están en el hábitar y en el entorno del lobo.

Llama la atención que el predador, desaparecido prácticamente de todo el territorio nacional, se ha mantenido en unas zonas muy concretas.

En palabras de los responsables de Llobu «estuvo acantonado» en «zonas deprimidas, sin vías de comunicación y que tradicionalmente han estado aisladas». En estos momentos se distribuye por una zona geográfica de 125.000 kilómetros cuadrados de las provincias del noroeste, con claras barreras socioeconómicas como puedan ser las provincias de Salamanca o el País Vasco.

Su singularidad, como especie, es que se conserva no solo en el territorio de la Sierra de la Culebra, sino también en las sierras contiguas de Segundera y Cabrera. Es algo que aporta como valor añadido y un recurso «que no podemos banalizar», argumentan, además de abogar por una mayor sensibilización y poner en práctica la Educación Ambiental que ahora flaquea. «No todo vale. Somos realistas y lo primero es el lobo». Garantizar que en el 100 % de los casos se efectúe un avistamiento sería poner en peligro a la especie. De hecho, en su caso, no está garantizado que en una espera se pueda ver. Asistir a una de las charlas de los dos expertos merece la pena porque el volumen de información es abundante y engancha al oyente.

El perfil del ecoturista de «Llobu» es una persona de 39 años con una formación, en un 80%, de grado universitario.

En el valor añadido del territorio lobero no podía faltar la presencia humana y la aportación de haber desarrollado una «cultura lobera» en su acepción más amplia. El propio lenguaje es un ejemplo. La palabra «llobu» se utiliza todavía en algunos pueblos como herencia lingüística del asturleonés.

En su programa de actividades incluye acercar a los visitantes a esos otros puntos de vista, donde no puede faltar la visión de los ganaderos, que mantienen prácticas de manejo que han variado poco a lo largo de los siglos. «No se han relajado los métodos tradicionales de vigilancia y uso de mastines, además de la protección nocturna del ganado». Comparado con otras zonas, «el conflicto se mantiene en un perfil bajo, frente a otros territorios donde desapareció hace 50 años y donde esas medidas se relajaron» afirma Javier Talegón. La coexistencia es envidiable analizada desde dicho punto de vista. El biólogo se queja de la imagen que se trasmite desde los medios de comunicación cuando se incide en los ataques de dudosa autoría, en cuanto al tipo cánido, y no en otros aspectos como el socioeconómico.

Acercase al territorio lobero aporta otras experiencias adicionales como es conocer la vegetación o abrir el abanico a otros grupos de especies como las aves.

Los dos miembros de «Llobu» inciden en que esta comarca tiene que dar el salto cualitativo del turismo al ecoturismo, donde la diferencia fundamental es la implicación de todos los agentes del territorio, que desarrollen una actividad económica sostenible, de calidad y que no suponga un problema en la conservación del lobo.

En estos momentos las actividades relacionadas con el turismo del lobo dependen, por un lado, de la autorización de la Dirección General de Medio Natural de la Consejería de Fomento y Medio Ambiente, y por otro, de la Consejería de Turismo, que enmarca estas acciones en el epígrafe de Turismo activo. En este cajón de sastre se incluyen actividades dispares como el barranquismo, la escalada, el piragüismo e incluso la observación de especies vulnerables en el ámbito de la Unión Europea, como el lobo.

Este marco legal es, de momento, insuficiente ya que cualquier persona, con la titulación deportiva requerida, pero sin ningún tipo de formación ambiental -y sin conocer bien el recurso ni las limitaciones derivadas de su uso- puede realizar actividades relacionadas con el lobo. Además, en su criterio, esta legislación se queda corta «para preservar los valores ambientales de las motivaciones puramente economicistas que pueden suponer un problema añadido en la conservación de nuestros lobos».