Villarino Cebal contaba en 1607 con nueve feligreses y entonces, hace 406 años, tenía una ermita dedicada a santa Catalina de Alejandría con la Cofradía de los Pastores Alistanos. La historia legendaria, pasada de padres a hijos en el pueblo, generación tras generación, durante siglos, asevera que la santa fue soldado y que la cabeza de un hombre, situada a la derecha de su imagen, es la de su padre, que fue quien la mandó martirizar. Mientras asistía al martirio saltó una de las cuchillas y le cortó la cabeza. La ancestral tradición manda adornarla con cintas de colores, unas colgadas del cuello y otras por delante de ella, que las madres de los quintos le hacían como ofrendas con el fin de que llegado el momento de ir a la mili o a la guerra sus hijos llevasen un trozo de ellas para protegerles en el campo de batalla y volvieran sanos y salvos. De hecho, los mozos eran los encargados de portar a santa Catalina en la procesión de su gran fiesta. El pueblo tuvo relevancia comarcal, mientras existió, gracias a la Cofradía de Santa Catalina pues a ella pertenecían la mayoría de los pastores sedentarios y trashumantes de la comarca. Para entrar había de pagarse un cordero. El día de su fiesta, 25 de noviembre, se reunían en Villarino y cada cofrade y pastor recibía una libra de carne, vino y un puchero de chanfaina, con baile de gaita y dulzaina en «La Era» hasta la madrugada . Con las corderas donadas se creó un gran rebaño que era cuidado en el pueblo. Santa Catalina, ahora en la iglesia, entonces era visitada en sus ermita, principalmente entre san Juan y san Pedro, del 24 al 29 de junio, por los pastores y zagales para encomendarse a ella en su largo camino trashumante hacia los verdes pastos de la Sierra Segundera en Sanabria donde pasaban el verano. Los pastores y el pueblo escriben las últimas páginas de su historia. La soledad de calles y campos delatan su fin.