Dicen que todos vivimos -aunque no haya sol- pegados a una sombra, a esa estela que es rastro inconsistente prendido en el aire y que se torna en aura cuando se llena de espiritualidad, que dura y dura en casos especiales. La mota evanescente, prieta de arte, que dejó unas semanas de hace veinte años José Tomás, revoloteando en una casa de La Algaba (Sevilla), es la culpable de que Daniel Soto quiera ser torero.

Daniel Soto vive en las nubes. Hace nada ganó el II Bolsín Taurino Tierras de Zamora y tuvo un subidón. No andaba muy alto de moral por entonces y el premio le vino a oxigenar el ánimo. Quiere ser torero y para eso vale todo: el clasicismo y el arreón. «Hay que estar bien en todos los sitios, si te despistas pierdes espacio y te mueven; no queda otra que vaciarse, donde sea, da igual». Eso hizo en Toro, en la final. Toreo largo, de mano baja. En el sitio que marcara con una cruz roja el maestro Mario Vargas Llosa cuando, vencida la vendimia y florecido el otoño, saludó al respetable. Imagen eterna.

Veinte años y un sueño por ahormar. Sevillano que ahonda en el arte de Cúchares en Arles, qué raro. «La culpa la tuvo un amigo, tenía conocidos en Francia y como la escuela taurina de mi pueblo, La Algaba, estaba de capa caída, me fui a tierras galas; estoy muy contento porque las cosas están saliendo bien». El último triunfo, el domingo; salió a hombros tras jugársela en un pueblo del sureste francés. Allí va a continuar hasta que sea. Es curioso: Francia trata mejor a quien quiere ser torero que España, ¡ay madrasta que nunca acabas de querer de verdad a tus hijos!

¿Y a qué viene lo del aura de José Tomás? Hace años, muchos, cerca de veinte, cuando el de Galapagar andaba de estoque caído, fallón en espadas; que no mataba ni hormigas, vamos, alguien le recomendó que se fuera a Sevilla, que tomara ejemplo de José Antonio Campuzano que estaba de profesor en la escuela taurina de La Algaba y siempre había ido como un cañón con el estoque. Hasta Hispalis se fue el madrileño y allí se hartó de entrar al carretón bajo la supervisión del ecijano. Llegó, vio y salió convertido en un maestro de la suerte suprema.

¿Y qué más? Pues que durante el periodo que estuvo perfeccionando la técnica del arte que llena de billetes el esportón de los toreros, José Tomas pasó, por casualidad y cercanía a su residencia, muchos ratos en casa de los padres de Daniel Soto. «Yo claro, no recuerdo nada, era un bebé, pero le he oído contar muchas veces a mis padres que era una persona muy cabal, muy cercana, muy normal, un chaval muy sano».

Pasaron muchas primaveras de azahar en Sevilla, pero el aura del maestro permaneció escondida entre las sillas de madera de pino de la cocina humilde de una casa humilde de trabajadores humildes. Salió una tarde del corazón de la madera hueca y se posó en la cabeza de Daniel, justo cuando todavía llevaba asida a las mientes la faena de su primo, novillero y único ejerciente del oficio novilleril en la familia. Entonces lo dijo casi a gritos: quiero ser torero. Y casi nadie lo creyó; pero sí, en esas está, y si la mala suerte, un morlaco revirado o la tontuna de los empresarios no lo remedia, entrará en el escalafón y dirá lo que tenga que decir, que eso son palabras mayores y se expresan con sordina, para que nadie se entere.

Comenzó mirándose en el espejo de su primo (hoy banderillero) y acabó fijándose en el arte de Finito de Córdoba: «Me está ayudando mucho, es un toreo clásico, de los que siguen teniendo un chaval debajo del brazo con el afán de ayudar sin nada a cambio; le estoy muy agradecido». ¿Tiene más referentes? Sí, claro, El Juli, «la ambición, la capacidad, la técnica, sigue ahí luchando día a día, cuando ya lo tiene todo». Y, sobre todo, Morante, «es el arte, la singularidad, la plástica». ¿Y José Tomás? «Claro, a quien no le gusta el de Galapagar, es un genio». Y además, en el caso de Daniel Soto, el padre del aura que se le metió en el cuerpo y que ahora busca convertirse en duende.

¿Cómo definiría su toreo? Y la voz metálica no duda en la distancia que acorta la línea telefónica: «Lo que busco es las orejas, me gusta el toreo profundo, de transmisión larga, pero si no se puede hacer, pues toca arrear, y se arrea lo que se puede; hay que triunfar cada tarde, ese es el reto».

Su hoja de ruta pasa por hacer el paseíllo todas las tardes que pueda. En Francia y en España, en la luna si fuera posible. «Me encantaría debutar con caballos a final de temporada». De momento, tiene apalabrada una tarde en Valladolid allá por mayo, otra en Córdoba y varias en cosos franceses. Y, claro, en la Visitación, a primeros de julio, en Fuentesaúco, premio que consiguió por ganar el Bolsín Taurino Tierras de Zamora, que ha hecho posible el Foro zamorano.

Vive para el toreo desde que salió del instituto con 16 años. Y es consciente de que la profesión que ha escogido «es muy difícil, tienes que sacrificar la juventud, prepararte...». ¿Y por qué dejar en un rincón la vida cómoda, la de dejar navegar el tiempo y salir huyendo de la ciudad hacia el campo, de la comodidad urbana a las salpicaduras de lo rural...? «Es difícil de explicar, se nace con algo, está la afición...».

Y ahí queda, perdido, oliendo la violencia perfumada de la lavanda, soñando con su vuelta a su Sevilla natal -¡quien pudiera, Dios, estar en la Maestranza¡-, acicalando ese traje único comprado con sudor y lágrimas, de luces de segunda mano. «Por favor -me dice antes de cortar- quiero agradecer lo que está haciendo por mí el maestro Finito y el esfuerzo del Foro Taurino de Zamora, un ejemplo». Ahí queda eso.