La ruta:

Distancia desde Zamora: 61 km

Longitud total del trayecto: 8 km

Tiempo aproximado: 2,30 horas

Dificultad: Baja (trayecto por pistas de concentración parcelaria)

Detalles de interés: panorámicas atractivas, sotos ribereños, casco urbano pintoresco, iglesia románica, santuario campestre

La vega del río Tera es una de las zonas agrícolas y forestales más fértiles de la provincia. Sus espacios, planos y fecundos, perfectamente irrigados, quedan repartidos entre numerosos pueblos, correspondiendo a Vecilla de Trasmonte, lugar al que acudimos en esta ocasión, un amplio trecho.

Dejando para la vuelta nuestra visita al núcleo urbano, vamos a iniciar en un primer impulso el recorrido por los pagos más feraces del término, esos de la vega antes señalada. Salimos al campo libre desde una encrucijada situada en el extremo occidental de la localidad. Desde allí parte una pista que cuenta con firme de cemento en largo trecho. Su calzada queda limitada a ambos lados por profundas cunetas, pobladas de densas masas de cañaverales y espadañas, contiguas con zarzales bien frondosos. Más afuera se tienden diversos huertos, algunos de ellos provistos de hileras de frutales. Según avanzamos, vamos a topar en esta parte con numerosos cruces y bifurcaciones, pero en todo momento hemos de marchar de frente por el camino más transitado. También salvaremos varios canales de cemento, los cuales emergen brevemente sobre la horizontalidad casi absoluta del entorno. Las fincas inmediatas, al igual que todas las demás de la zona, se aprovechan intensamente para la agricultura, siendo los maizales, la remolacha y la alfalfa los cultivos que ahora dominan.

Tras casi un kilómetro de recorrido, un funcional puente de cemento sirve para salvar el cauce del arroyo de la Almucera. Asomados a su pretil, comprobaremos que sus corrientes apenas se aprecian, disimuladas por la espesa vegetación que prospera en su amplio lecho. Este importante cauce acuático, que ha recorrido todo el valle de Vidriales, se muestra por aquí como una acequia profunda y rectilínea. Antaño, dada la carencia de desnivel, su lecho presentaba meandros y encharcamientos, lo cual en épocas de lluvias copiosas generaba grandes inundaciones. Un expeditivo drenaje ha proporcionado una eficaz escorrentía, pero ha destrozado el aspecto nativo originario. Ahora, a ambos lados se acumulan los montones de tierra extraída, generándose dos lomos continuos y uniformes, sobre los que la naturaleza a iniciado su tarea reconstructora, insistiendo en arraigar espontáneamente sauces y algunos chopos, además de los abrojos y cardos, tan tenaces.

Tras un doble recodo retomamos de nuevo la línea recta. A poco, desde una relativa lejanía, los rojos tejados de la ermita de Nuestra Señora de la Vega se muestran como reclamo poderoso que nos anima a acelerar el paso. Un grato descubrimiento se produce al llegar junto a sus muros. Hallamos un santuario extenso y atractivo, situado en una zona llana y despejada, con fincas cultivadas por todos los lados. Aneja a su costado septentrional queda un parcela libre, en la que se ha acondicionado un área de descanso, un merendero muy grato, formado por una docena de mesas y un par de parrillas. Aunque de común el paraje aparece solitario, la concurrencia es masiva en las fiestas principales. Las más renombradas son las que tienen lugar los días 7, 8 y 9 de septiembre. Antaño, la jornada primera era denominada de las Bollas y las gentes llevaban como merienda un pimiento rojo crudo. Para acompañar tan frugal condumio la cofradía entregaba a cada asistente el pan y el vino.

Al dedicar un tiempo a analizar el edificio, veremos que está formado por un núcleo cuadrado, construido con mampostería y rematado por un alero de ladrillo bien recortado. Esa parte cuenta con una generosa ventana al mediodía, con las jambas y dintel formados por sillares de arenisca cincelados con esmero. En el lateral del oriente se adosa una espaciosa sacristía o camerino y hacia el otro costado una larga nave. La puerta, amplia y rectangular queda protegida por un generoso tejadillo. Como campanario, antaño existió una espadañuela de ladrillo, ahora desmontada, sobre la que cargaba un voluminoso nido de cigüeña. En nuestros días hace sus veces una ligera estructura de hierro, de la que cuelga un pequeño esquilón.

La existencia del santuario se explica por una bucólica leyenda. Señalan que en un tiempo indeterminado un arriero, proveniente de Navianos de Valverde, decidió cruzar el cauce fluvial por un vado utilizado con frecuencia. En los momentos del paso se generó una fuerte corriente que arrastró al conductor, a los bueyes de la yunta y al carro con toda la mercancía. Ante esa intensa situación de peligro, el buen hombre se encomendó a la Virgen, ofreciendo construir una ermita si salía venturoso del arriesgado trance. Como su súplica fue escuchada, cumplió lo prometido, surgiendo así el oratorio primitivo, que fue consolidándose a lo largo de los siglos tras ampliaciones y reparos agregados al edificio originario. Se generó así un enclave simple pero sumamente emotivo. Por ello, cualquier visita se convierte en un venturoso ejercicio de sosiego y espiritualidad.

Tras el considerable esfuerzo por romper las ansias de quedarnos allí un rato mucho más largo, proseguimos la marcha, continuando adelante por la pista por la que llegamos. Un poco más allá, tras un nuevo cruce, accedemos a la banda forestal ribereña. Nuestro camino queda ahora constreñido por extensos y frondosos sotos, formados sobre todo por alisos. Descubrimos con sorpresa la existencia de hitos pétreos modernos que identifica este tramo de la ruta como parte de un itinerario jacobeo. Inmersos entre la arboleda nos vamos aproximando al río, pero no divisamos en ningún momento su lecho. Cambiamos de dirección enfilando con suavidad hacia el noroeste. Ante esa circunstancia, azuzados por la curiosidad, nos apartamos hacia la izquierda del bien marcado trayecto y buscamos una senda entre la espesura para llegar hasta la corriente. No es fácil el intento, en pelea incesante contra la densa maleza y esquivando una y otra vez la fronda lacerante de las zarzas. Mas, cuando conseguimos el objetivo, la compensación resulta gratificante. Al asomarnos al lecho fluvial este se nos presenta como una amplia lámina acuática, quieta y serena, hermosísima, siempre matizada por las ramas colgantes de los árboles que justo allí crecen aún más apretados.

De vuelta al camino principal, un poco más adelante penetramos en una amplísima chopera, con sus plantones rígidamente alineados y los espacios entre ellos desbrozados y revueltos, presentándose a la vista la naturaleza cascajosa del terreno. Avanzamos más y más. Unas señales de coto de caza nos alertan que penetramos ya en el término contiguo, el de Colinas de Trasmonte. Tras el fin del plantío aparecen de nuevo otros sotos espontáneos. Una caseta abandonada yace a uno de los lados. Por allá el camino sufre un recodo y se aleja decididamente del río. Lo seguimos hasta encontrar un primer empalme hacia la derecha y por el desvío torcemos nosotros hacia el oriente. Cuando ese ramal finaliza giramos de nuevo hacia esa misma mano y poco después hacia la izquierda para continuar de frente un largo trecho. Tras aprovechar una rodera poco marcada existente entre la arboleda, de nuevo próximos a la ermita, desembocamos en aquel cruce que antes conocimos. Desde allí, desandando nuestros pasos, regresamos al pueblo por la pista de llegada.

Según nos vamos acercando al casco urbano, este se nos ofrece cada vez más atractivo. Se ubica en una suave ladera, con los inmuebles escalonados sobre planos diferentes. Asomando por encima de los tejados emerge con energía la espadaña de la iglesia. Posee tres amplios ventanales para las campanas y un penetrante remate en ángulo agudo. Al fijarnos con detalle, divisaremos que los dos vanos mayores estriban sus arcos en un singular apoyo común, formado por una potente columna de grueso fuste y capitel con hojas estilizadas. Esa disposición es propia del estilo románico y única en la provincia. Ello nos anuncia que el templo viene a ser un valioso monumento, en este caso del siglo XIII que se conserva venturosamente íntegro. Al llegar junto a sus mismos muros, veremos que se emplaza sobre una especie de pequeña mota, accidente que a modo de espolón, avanza hacia la vega. La zona de acceso está ocupada por un pequeño y grato jardín. Aparte del citado campanario, el resto del edificio se muestra en toda su primitiva simpleza, con una sola nave a la que se adosa una cabecera rectangular más baja. Sus recias paredes quedan rematadas por un alero que conserva la habitual serie de canecillos, bien es verdad que carentes de motivos ornamentales. Eso sí, las ventanas fueron ensanchadas, excepto la del oriente, que mantiene la saetera original, cegada en nuestros días. La puerta se abre en la fachada del mediodía, protegida por un pequeño portal muy modernizado, cuyos pilares de cemento sostienen un modesto tejadillo piramidal. La entrada en sí está formada por un vano con arco apuntado, circunscrito por una chambrana erizada con bolas, rotas muchas de ellas.

Si accedemos al interior, lo notaremos pulcro y bien cuidado, con muros enlucidos que ocultan su esencia primitiva. El retablo mayor, barroco en origen, parece que sufrió la supresión parcial de su primitivo ornamento, para recibir a continuación una especie de jaspeado. Posee desnudas columnas salomónicas como marco del nicho principal en el que se cobija la imagen del santo patrón, una fogosa escultura de Santiago a caballo, blandiendo pendón y espada, con los moros derrotados tendidos a sus pies.

Queda ahora un paseo detenido por el pueblo. A primer golpe de vista apreciaremos que apenas se conserva arquitectura tradicional heredada. Los inmuebles antiguos, realizados con un agrio tapial, han sido sustituidos en su casi totalidad. En nuestros días dominan magníficas viviendas de nueva hechura, que denotan una grata prosperidad. De todos los rincones urbanos destaca la plaza. Es un amplio espacio cuadrado, presidido desde su centro por una magnífica y compleja farola de hierro forjado, a cuyo fuste se enrosca una especie de vástago sarmentoso. Aparte de diversas naves, por las afueras, a escaso medio kilómetro, cruza la transitada carretera de Benavente a Vigo. A sus orillas se ubicaron viejos mesones, vacíos en nuestros días.