«La bichería acaba con todo. Había pájaros, conejos, perdices... Volaban cuatro parejas de águilas reales y queda una porque están barridas sus presas. La naturaleza y la tierra son lo único sabio que hay. Y vemos que encima de ellas no cría otra cosa que predadores. En la vertiente de Portugal hay más caza que en la parte española del Duero porque aquello está labrado y es lo que quiere la caza: tener donde correr y donde comer. Aquí todo está perdido o medio perdido a causa del abandono y de los bichos. Los portugueses, además, controlan mucho la zorra, que es de los animales que más castigan la caza menor y madrigueras de los conejos. Papialbos y jinetas hacen igualmente mucho daño, y esto está lleno de ambas especies. ¡Esta invadido! Se ven los carriles por uno y otro lado». Es el cuadro que pinta sobre la caza en Arribes de Fermoselle el rehalero fermosellano, Marcelino Armenteros, un cazador de gran veta y tradición.

Cuenta con cuarenta y cuatro perros nacidos y preparados para levantar y perseguir sin respiro a la caza por un suelo de rompepiernas como el de Arribes. Es una jauría atronadora cuando todos se aúnan para orquestar la ladra desde el interior de sus respectivas dependencias. El fermosellano y cazador de toda la vida, Marcelino Armenteros cuida esta rehala con mimo y a cuerpo de rey. «Son ejemplares más que identificados, que cuentan con su cartilla y su chip, y que llevan tanto control o más que una persona» dice. Todos tienen nombre propio, más o menos sonoro: Nieves, Picardías, Camarón, Lucero, For, Tani, Yaki, Jaime, Ruleta, Bonito, Gitano, Curro, Magdalena... Ante la presencia del amo y de cualquier visitante el hormiguillo se apodera de cada animal, que salta como enloquecido dentro de la jaula, ansiando la libertad, porque lo suyo es dar rienda suelta al instinto. Sin embargo, las rejas o las cadenas mantienen presos a los briosos perseguidores de la caza. Llama la atención que solo dos perros permanezcan cabizbajos y en silencio cuando la fiebre musical contagia a los protagonistas de la coral canina. Son dos perros heridos, desgarrados por las navajas del jabalí en una lucha sostenida en las frondas del Parque Natural Arribes del Duero.

Marcelino Armenteros no admite en su rehala grandes perros, que sujeten e inmovilicen a las presas levantadas al barrer furiosamente sus suelos y querencias. Los amarres tienen hoy día poca estima en algunos puntos del país porque la gracia y el gusto está en que el rocoso jabalí, ante el acoso de los perros, salga de sus amagos y corra por el campo para así mostrarse a los postores, que nada ansían más que tener la oportunidad de hacer blanco en tan imponente figura. «Se busca la diversión del cazador que paga por participar en la montería» expresa Armenteros.

El rehalero pone de relieve, además, que la caza ha cambiado, desde hace años, en todos los aspectos. «Antes la caza era más económica para la gente, que iba a cualquier sitio y mataba un conejo. Ahora el cazador tiene mayores costes, muchos problemas y mil pegas por un sinfín de cosas. Hay que salir al campo con unas reglas estrictas, y si cometes una infracción es pena de muerte. Surgen problemas que no hay por dónde agarrarlos. Si cruzas un camino y otras historias ganas multas y la retirada del permiso de armas. A un pobre que pillan robando le enchironan y al que se lleva la economía de España no le pasa nada. Las administraciones han puesto mil despachos y tienen que darse a ver en esto y en lo otro. Tienen más controles los perros que la gente» reitera. Y su voz es seguida con atención por los propios perros.

«Tenemos más de una veintena de monterías, que dan para dar de comer y atender a los perros. Son muchos los costes que arrastran estos animales: poner vacunas, colocar chips, renovar los perros, desparasitar... Es un coste horroroso. Luego están los daños, que los machos de jabalí con grandes colmillos hieren sin contemplaciones y mancan a muchos perros. Hay fracturas que no son tan graves, pero en ocasiones hay que operar a los animales y dejarlos internados en la clínica veterinaria. ¡Son muchos gastos! Tengo el remolque para el traslado de los animales y debo desparasitar cada vez que me muevo, que son entre seis y doce euros. Yo solo monto y bajo mis perros, y voy a los pueblos de al lado, que no voy a Madrid u otros puntos lejanos» expresa Armenteros ante las orejas de los canes que atiende en una finca desde la que se contempla una vista panorámica de la villa de Fermoselle y de Arribes del Duero.

«"Hay que ver cómo están de gordos y el pelo que tienen", me dicen algunos cuando ven a los animales. Es lo que tengo que hacer: atenderlos, lavarlos y alimentarlos. El abono lo echo a unos olivares o hago un hoyo y para adentro» manifiesta el rehalero al detallar la gestión que hace de los residuos producidos por la tropa de canes.

Insiste en sus críticas hacia la Administración e indica que «tiene subvenciones para mil cosas pero para esto, que pagas matriculaciones, seguros, daños y transportes, tiene muchas cortapisas». Asegura que «la mala situación económica ha llegado a todo el mundo y ahora, en las monterías, se paga menos por los puestos» lo que supone una caída en el sector de la caza. En cuanto a si es más bonita la caza mayor, para Armenteros es una cuestión «a gusto de cada cazador». En su criterio, «matar un bicho grande, como un jabalí, que va como una bestia, tiene más impresión porque cuando hay batalla hay emoción. Aunque veo un poco bruto matar, por ejemplo, un elefante. Pero también creo que pudiera ser la caza menor más atractiva si realmente hubiera perdices a las que seguir el vuelo. La perdiz hay que caminarla y eso es algo emocionante porque, a veces, cazar es andar, que dice el refrán. Pero este terreno es de mucho arribanzo y el hombre no puede caminar como en el llano».

Pera Marcelino Armenteros «los arribes son ahora mismo una jungla. Vas con la escopeta, sale una perdiz y con la maleza no la ves». Destaca que «antes estaba todo limpio y olivado, en tanto que ahora es un monte. Esta zona es de laderas y los postores están en sitios que se ve por lo que no es un lugar de gran peligro. El peligro se da en zonas llanas, que hay carrascos, jaras y existen dificultades. Aquí son altos y bajos y la gente se ve. Las armadas son colocadas en sitios altos para ver los bichos. Por ahí se dan percances y aquí nunca».