La Filandorra, el Diablo, el Galán y la Madama espabilaron ayer al vecindario de Ferreras de Arriba a base de carreras, cintazos y tiznazos en su día grande. Los hermanos Marcos y José Canas dieron vida al Diablo y la Filandorra, mientras que Diego Baladrón y Alberto Prieto encarnaron a los bonitos, el Galán y la Madama. El cuarteto comenzó su esperada actuación anual pasadas las nueve y media de la mañana con la visita a la casa del alcalde, Francisco Canas, que otorgaba el beneplácito y el permiso para comenzar la fiesta de estos cuatro jinetes por las calles. Las carreras vinieron bien para combatir las bajas temperaturas matutinas fruto de la helada, aunque el sol contribuyó sobradamente para desentumecer las piernas.

En las puertas aguardaban los más mayores y menos temerosos de la cuarteta. A la entrada de la calle Melilla, uno de los veteranos de las carreras Felicísimo Andrés Villar, junto a sus familiares Josefa Canas Moldón y Marina Andrés Canas esperaban a puerta abierta la entrada de los feos primero, el Diablo y la Filandorra, seguidos de los guapos. A sus 80 años recuerda esta fiesta desde niño, aunque nunca se enfundó ninguno de los trajes de antruejo. Con la sonrisa en el rostro todos están pendientes de la reacción del pequeño Pablo Ratón Andrés que con sus enormes ojos azules se resiste a posar junto a la Filandorra, una reticencia que pierde a lo largo de la mañana, acompañado de otros niños por las calles que siguen las andanzas.

«Voy a casa que tengo una hija que se muere de miedo» dice Elvira Moldón de 92 años que recuerda la fiesta «mucho más alegre y los mozos corriendo alrededor de la Filandorra». En estos tiempos la mocedad corre que se las pela, y no se arriman a ninguno de los cuatro personajes en previsión de que caigan cintazos, que duelen lo suyo, o castañetazos en la cabeza. No se arriman a ninguno de los cuatro corredores y la distancia es más que prudente. Elvira sigue relatado que llevaban una rapazada alrededor y «tiraban caramelos. Los he visto desde niña y a mí no me daban ningún miedo». Y los veteranos demostraban más valentía que los jovenzuelos, incluso los niños se ponían delante de los disfraces.

Cuatro vecinas esperaban cerca del centro de turismo rural en animada conversación la llegada de la Filandorra. Recordaban cómo se rescató la costumbre de correr el pueblo. Un día a las salida de misa «le dije que tuvieran cuidado porque no se sabía cómo iba a reaccionar la gente porque llevaba muchos años sin salir la Filandorra» relataba una de las contertulias. En esos primeros compases apañaron los más cercanos a esos primeros protagonistas, familiares y amigos. Otra contaba cómo una vez, de niña, se vio sorprendida en casa de un vecino y se escondió debajo del escaño. Allí estaba el perro con malas pulgas a ver invadido en su cubil. Cuando descubrieron el escondite no le pegaron sino que le dieron algunos dulces. «Yo recuerdo a mi madre que ese día se ponía mantel blanco y botillo» rememoraba otra de las narradoras. Eran tiempos de más hambre y los visitantes comían todo lo que ponían en las casas. Entonces ver la Filandorra «era el único entretenimiento que había y en eso pasábamos todo el día» remataba otra de las contadoras de relatos. Otra aventura la protagonizó uno de los jóvenes con la careta de Diablo que al saltar una tapia, resbaló y cayó de cabeza, clavando literalmente los cuernos en el suelo y saliendo despedido.

Todos engalanaban la casa y los zaguanes para tan esperada visita, patios con aperos, adornados de navidad o con las plantas a resguardo de la helada, el Diablo, la Filandorra, la Madama y el Galán probaron en todas las casas.

Pasadas las doce del mediodía, comenzaron las carreras más vistosas de la mañana.

Y entre carreras y recuerdos pasó ayer el día el vecindario de Ferreras.