El vecino de Anta de Rioconejos Ángel Jesús Anta no puede entender cómo después de más de dos décadas después de haber construido la vivienda aún no puede disponer de agua corriente ni de saneamiento en la casa. La falta de servicios tan básicos y elementales le obligan a seguir con unas formas impropias del siglo XXI y recurriendo a unos usos propios de los abuelos o de los bisabuelos, que buscaban en el campo el agua con el que asearse, cocinar o limpiar la casa.

En realidad son tres propietarios los que sufren la falta del abastecimiento y del saneamiento, pero Ángel Jesús Anta, según dice, es el único que vive durante todo el año en el pueblo. Afirma que los inmuebles están situados «a unos trescientos metros del pueblo» y que han quedado fuera de una ampliación urbanística que fue realizada en otra dirección. Todos sus intentos por conseguir que el Ayuntamiento, presidido por el alcalde y diputado, Ángel Prada, realice las acometidas han quedado en nada. Incluso la ejecución de la obra por cuenta de los dueños de las viviendas. Uno de ellos considera que salva los problemas con el pozo de sondeo que tiene, y el otro porque solo viene algunas fechas.

Jesús Anta afirma que se sirve «de dos depósitos de mil litros de agua, recogidos de la lluvia o de una fuente», para todo lo tocante a la limpieza, el baño y demás; y para beber y cocinar «con el agua comprada en los supermercados». «No puedo estar todos los días con las garrafas de agua porque es algo que parece del tercer mundo», expresa, y hace hincapié en que «paga religiosamente los impuestos municipales como para contar con los servicios esenciales».

A pesar de tenerlos instalados en la casa, al no contar con el servicio de abastecimiento en la vivienda, buena parte de los adelantos los tiene vetados el vecino de Anta de Rioconejos. Sin agua, no puede utilizar «la lavadora, ni el calentador ni la calefacción», lo que le obliga a lavar a mano en la bañera, a bañarse echándose los calderos de agua sobre el cuerpo y, cuando es necesario, a calentar el agua en el gas.

La falta de saneamiento es otro problema que resuelve como mejor puede, aunque la canalización del pueblo discurre, según precisa, «a unos trescientos metros». «Es algo que no puede ser» expresa Ángel Jesús Anta, cansado ya de vivir en una situación fuera de toda normalidad y completamente al margen de una vida acorde a la comodidad y al higiene que exigen los nuevos tiempos.

Esta falta de servicios esenciales conlleva otras repercusiones dolorosas que tienen que ver con la familia. Sus hijas, cuando deciden pasar unas fechas o visitar al padre, sienten muy de cerca las cortapisas que suponen habitar en una vivienda carente de servicios fundamentales. Ya no digamos si pretender hacerlo acompañadas de amistades. «Vienen, comen y tienen que irse a donde la abuela» dice Ángel Jesús.