Amador Zamorano es un coleccionista nato. A su ya conocida afición taurina que le ha llevado a atesorar una estimable recopilación de carteles y fotografías relacionadas con el mundo de toro, se suma la nada desdeñable colección de aperos y enseres que han cimentado la historia más reciente de Fuentesaúco y su comarca.

Una muestra de artículos, la mayoría de Zamorano, ha permanecido expuesta en la villa saucana concitando la atención de numerosos vecinos de Fuentesaúco y otros llegados de pueblos del entorno que han podido recordar lo que ha sido la vida de tres o cuatro décadas atrás.

Este pequeño tesoro etnográfico que Amador quisiera ver algún día convertido en un museo de la vida rural comenzó a tomar forma hace unos 25 años. «Yo estaba trabajando de peón de albañil, andábamos tirando casas y empecé a recoger cosas; luego poco a poco la gente me ha ido dando otras», cuenta. A lo largo de los años «Piriti», como todo el mundo le conoce siguiendo la tradición de su padre y de su abuelo, ha reunido cientos de aparejos y enseres que formaron parte del día a día en el pueblo. «Cada vez hay más cosas y ya casi no tengo sitio» reconoce. Porque todo ello se tiene que abrir hueco entre la cada vez más rica colección de carteles y motivos taurinos.

Fuentesaúco y la comarca, eminentemente agrarios, atesoran un legado vinculado al mundo del campo, una parte del cual forma parte de la colección de este saucano nacido casi por accidente en Aldeanueva de Figueroa (Salamanca), donde su padre trabajaba en una finca de ganado.

Botellas, latas de Cola-Cao, la recreación de un dormitorio tal y como lo ocuparon los abuelos, las vestimentas con el morral, la gorra o la manta, el baúl, maletas... «Ya tengo hasta un Cristo» cuenta como curiosidad. Y es que antes era normal que una imagen cristiana presidiera la cabecera de la cama.

Los moldes de latón para las flores de carnaval, ollas, fuelles, la lechera, la tetera, las sartenes con los remaches y las patas. Relacionado con el ganado, en la muestra aparecen látigos, bozales, alforjas, albardas, cencerros, tijeras, el yugo, alforjas hechas de los costales, las colleras de las mulas o el gancho para coger las ovejas: o la tornadera, la trilla, los garbanzos del campo; o todo lo relacionado con la carpintería o las adoberas que utilizaban los albañiles para hacer los adobes.

La lista de esta concienzuda recopilación es interminable y cada vez será más voluminosa. Por eso, Amador Zamorano añora que algún día todo ello, y lo que vaya aportando la gente, pueda estar recopilado en un museo «de lo que ha sido la vida de Fuentesaúco. Se lo he comentado al alcalde y la idea está ahí, porque además serviría también para promocionar nuestro producto más emblemático como es el garbanzo». «Estamos hablando de lo que ha sido la vida de nuestros pueblos que no deberíamos olvidar ni permitir que se perdiera».

Aún estando orgulloso de esta colección de aperos y enseres, la verdadera pasión de Amador son los toros y a ello dedica buena parte de su tiempo y desvelos. «Me gustaría hacer una exposición en Zamora de todas las ferias del mundo. Estoy buscando carteles de Méjico, Colombia, Perú, Ecuador y Venezuela. Tengo de España prácticamente todo y también de Francia pero de Portugal, a pesar de estar aquí al lado, no tengo ninguno». Pero lo conseguirá porque todo el empeño de este conductor de autobuses -es su oficio desde hace dieciséis años después de haber trabajado en el campo y en la construcción- es enriquecer ese tesoro de motivos taurinos. «Si algo se merece Fuentesaúco es un museo del toro», sentencia.