A lo mejor debería empezar este pregón a toque de corneta, alguien que realmente sabe cómo tratar con la gente sabia de por aquí, así me lo ha expresado -este término, tratar, me hace recordar el «trato», el verbal, el que sellaba mi abuelo con un apretón de manos cada vez que iba a las ferias de ganado como las que aquí, en el entorno de esta ermita, se celebraban-, pero esta expresión externa al no coincidir exactamente con el impulso interior que me anima, únicamente mostraría un tono jocoso que no resultaría en mi excesivamente convincente, solo espero interesar a ser posible y en alguna medida, a los que reunidos aquí hoy celebramos el día de nuestra comarca sayaguesa.

Me gustaría mostrar en una visión panorámica, el trabajo que he ido desarrollando con el único fin de dar a conocer esta tierra de frontera en que nací y la labor que aquí llevaron a cabo mis antepasados así como los de todos aquellos que hoy estamos reunidos. Ellos fueron los verdaderos artífices de este paisaje, este paisaje medieval, que merecería la pena conservar en la medida de lo posible para futuras generaciones, es producto de la vida y del trabajo de los hombres y mujeres sayagueses, es fruto de un saber hacer que ahora llamamos ecológico o sostenible, estando demandado en la actualidad desde los ámbitos universitarios y de investigación, porque la globalización ha homogeneizado la diversidad y ya no nos quedan prácticamente verdaderos lugares.

Hace pocos días, un amigo, geógrafo y profesor de la Universidad de Barcelona, me envió un texto de José Luis Sampedro que me sirviera como inspiración para lo que tan amablemente me han encomendado, comparecer en esta fiesta expresando mi tarea sobre Sayago que resumidamente les voy a relatar. Sin pretender acercarme a este creador, hago míos sinceramente algunos apuntes que en dicho texto expresa el citado autor sobre las fronteras, intuyendo como a través de las que nosotros mismos establecemos, vamos creando nuestra biografía y forjando nuestro carácter.

Quiero exponer mi campo existencial, en el que la frontera siempre presente por nacimiento y dedicación, me ha llevado a ejercer mi profesión vinculada a ella. Quizás sea esta marginalidad geográfica, la que haya favorecido la autenticidad que intento reflejar a través de los recuerdos, de los míos y los de aquellos sayagueses que construyeron nuestra memoria colectiva.

Han sido además, algunos condicionantes de la vida los que me han ido llevando a escribir y trabajar sobre Sayago y su paisaje, aunque sin yo saberlo conscientemente, este paisaje estaba en mí años antes que pensara siquiera en cultivar una cartografía sobre sus envolturas o límites, que no son sino los propios y personales modos de pensar y enfocar el mundo.

La primera envoltura o límite, surge un mes de octubre ya lejano en el tiempo en la casa, base y fundamento de este organismo que es el paisaje agrario sayagués, mi propio y personal paisaje. Allí, en la casa sayaguesa surgen los primeros recuerdos, una isla llena de espacios limitados por muros y postigos, en la que cada uno atendía a una función, el corral para los animales, el portal para recibir, la mitad de casa para observar hacia afuera y comer en la camilla más frescos en el verano, la cocina para recogerse en el invierno a la lumbre y las matanzas, la sala para la fiesta de los vivos y el velatorio de los muertos, las alcobas... Recuerdo las tareas en la casa, los pucheros a la lumbre, los seranos, las vacas en los corrales que se debían sortear para llegar al portal, los techos de cañizos.... veía a mi abuela hilar, hacer calcetines y guantes con esa lana que tanto picaba, y las tapaderas de barro que me ponían en los pies, en la cama en el invierno para entrar en calor, recuerdo las piernas llenas de «cabras» y el brasero con el cisco, recuerdo también la casa de la señora Vitoria, cuando los animales atravesaban la mitad de casa y la cocina para ir a la cuadra.

La mayor parte del año vivía en la ciudad pero de pronto, pasaba casi a la Edad Media, donde los juegos, el castro, las tabas, los corros,... significaban todo un mundo de relaciones. Entonces yo no era consciente, pero tenía la sensación de vivir dos vidas paralelas una de ellas, en un mundo antiguo.

La segunda envoltura, el huerto, cultivado por las mujeres, por mi abuela, regado con el agua del profundo pozo que extraída con la soga cubo a cubo, trabajadora incansable hasta los noventa que perdió un hijo aplastada por una de esas vacas sayaguesas, grandes protagonistas por derecho y por trabajo de formación de este paisaje agrario. A pesar de los alejamientos geográficos, será por los más que frecuentes viajes a Sayago, siempre he sentido que unos límites espaciales separaban este mundo antiguo de lo cotidiano urbano. Estos límites son muy visibles, las paredes de piedra, las cercas sayaguesas, formas arcaicas de construcción envolventes de lo privado. De muchachos, las saltábamos para ir por los huertos, por los cortinos... La primera de estas cercas, la del corral, la segunda, la del huerto de casa. Un tercer límite, las cortinas. En los tiempos de la universidad, otra visión diferente, enseñanzas de otros lugares, de otras gentes. Por aquel entonces ignoraba mi adicción a este mundo de frontera, de cercas de piedra. La vida urbana se iba afianzando cada vez más convirtiéndose en «lo importante», «lo que vale», con sus fronteras y barreras urbanas de calles, coches, ruidos, actividades, gustos..., el pueblo y sus envolventes, se iba quedando atrás. Los veranos significaban para mí, la experiencia directa de la «prehistoria», con la siega, la trilla, los muelos en las eras, las bieldas, los bieldos, las tornaderas, las patatas y los garbanzos, tan ásperos en la época de su recolección... discurriendo a la par que los estudios de Arquitectura.

Otra envolvente más, las tierras del común. Con mi tío Pepe descifré las tareas de relvar, vimar y terciar, las tres aradas que con el arado romano había que realizar para extraerle el cereal a esta tierra, transformada después en fuente de alimento para los ganados de la comunidad. La individualidad urbana, ya global, quedaba atrás en el momento de llegar a Sayago, las jeras, los trabajos en común, el cultivo de la tierra con la rotación de las hojas bienal o trienal, los campos abiertos a la vista y al acceso, rodeando, envolviendo esa sucesión espacial de límites cercados.

Los límites y envolventes que estableció el trabajo de esta comunidad, la comunidad sayaguesa, fueron fruto de un diseño no planificado y ligaban al habitante con el lugar, lo enraizaban en él, justo lo que falta en las sociedades urbanas. El lugar sayagués envolvía a su vez mediante la comunalidad, la escasez de recursos y la dureza de una tierra que se reflejaba en el carácter de sus gentes, esa fue su elección. La elección de la globalización urbana, legitimó la descalificación de cualquier otro estilo de vida no-urbano, con medios de educación y comunicación lo suficientemente fuertes para acallarlos.

Mi elección, la vuelta a las raíces, se produjo en los primeros años de este siglo XXI con la realización de la tesis doctoral sobre Sayago. Llevarla a cabo fue posible gracias a la información oral de muchos sayagueses que compartieron conmigo sus recuerdos de antaño, mi padre, el primero que me describió su memoria de un paisaje ya en extinción, o por decirlo de un manera más suave, en transformación. También fue posible gracias a las palabras, al léxico, a la toponimia de este paisaje antiguo, unas palabras ya en desuso cuya atrofia se refleja ahora en un paisaje de abandono, con menos tierras cultivadas y más plásticos en las cunetas, en vertederos..., o en un paisaje planificado con cercas alambradas, nada extraño por otra parte, que no suceda en otros ámbitos más o menos alejados. Todas las personas que me ayudaron de Escuadro, de Almeida, Cabañas, Monumenta, Alfaraz... y de otros pueblos de Zamora, forman una parte intrínseca de este trabajo.

Como envolvente personal, el reconocimiento y la ayuda de personas con una altura intelectual incuestionable, Javier García-Bellido, Ángel Cabo, José Fariña, Eduardo Martínez de Pisón,... personas ligadas al ámbito científico y la investigación en España que a través de esta tesis, se interesaron por el paisaje agrario de una comarca desconocida, rayana con Portugal, fronteriza, olvidada y prácticamente despoblada, este, es su principal potencial, es el legado de los que nos precedieron para enseñarnos a través de él, que las dificultades se superan por el trabajo, el esfuerzo, el respeto por lo heredado y por el entorno que nos da el alimento.

Otros muchos profesores e investigadores, asimismo reconocieron los valores pedagógicos del paisaje sayagués, haciéndose eco dichos valores a través de la exposición que los muestra, que después de su inauguración en la Diputación de Zamora y tras tres años de recorrido, gracias a estas personas, sigue su periplo por diferentes ámbitos de divulgación científica, para todas ellas mi más sincero agradecimiento.

Una última envolvente que clasifica lo percibido de este paisaje, la dehesa, el límite más externo que a modo de piel, recubre la anatomía de las sucesivas capas que hemos ido descubriendo en este organismo en constante transformación, el paisaje agrario de Sayago. La intervención en el territorio ejecutada como consecuencia de lo que acabo de describir, el Camino Natural perteneciente a la red de Caminos Naturales de España del Ministerio de Agricultura que comienza en esta ermita de Gracia, explica a través de su señalética, las transformaciones que le han ido sobreviniendo a este espacio fronterizo, fruto y reflejo del modelo económico preponderante desde la segunda mitad del s. XX.

Como señala José Luis Sampedro, tan vital es conservar como cambiar, tan vital es el centro como la periferia, tanto necesita el urbano al rural, como a la inversa, pero es deseable que cada uno aumente al máximo el número de puertas en sus fronteras, para que estas puedan ser superadas, asumidas o desplazadas, porque somos nosotros mismos, nuestra conveniencia, la que las establece, en cambio los límites, las envolventes, carecen de aberturas y no es lícito franquearlos sin grave perjuicio para el espíritu.

No nos educan para el respeto a lo sagrado, los antiguos, vivían lo sagrado. Sagrada era la cerca que establecía la propiedad de la tierra, sagrados eran los comunales que nutrían las necesidades de la comunidad, lo más opuesto, nuestra civilización inspirada solo en el dinero. Pero esta civilización está en crisis, en los momentos que actualmente nos toca vivir y desde esta franja de diversidad que todavía es Sayago, quisiera plantearos unos breves apuntes para re-crear, enfocando los pasos que nos quedan hasta nuestra última frontera, uno de los muchos futuros posibles al amparo de aquello que nuestros abuelos supieron ver de manera tan clara y que cristalizó en este paisaje agrario que es nuestro legado.

Este paisaje que representa la construcción del lugar, es el lugar que todos llevamos en la memoria y que constituye nuestra alma, el alma de Sayago.

Volviendo a mis palabras iniciales, espero que estas no desentonen en esta fiesta y por si no lo he conseguido y al toque de una corneta virtual, pido disculpas al amparo de esta ermita de Gracia, que a todos los sayagueses conmigo incluida, pertenece.