Es hombre tranquilo y por tanto reflexivo; es hombre educado y por tanto conciliador. Jesús García Salazar ama la tauromaquia desde niño, desde que se quedaba embobado viendo a su padre gritar olés delante de la televisión en blanco y negro. Eran los tiempos de «El Cordobés», de Santiago Martín «El Viti», de la enésima crisis de la Fiesta Nacional, siempre bebiendo en agujeros negros y saliendo como un becerro tras el herradero.

No gusta García Salazar de andar por caminos trillados. Y por eso busca en archivos y bibliotecas la anécdota, el dato que acople la realidad a la historia. Es un creador, porque crear es dar puntadas sobre un traje descosido.

Mañana estará en las librerías su nuevo libro: «El toro bravo al oeste de Castilla», un repaso minucioso de las ganaderías de bravo que vivaquearon en Zamora durante los siglos XVII y XVIII. Se une a sus dos publicaciones anteriores: «Historia de la tauromaquia en Zamora» (1988) y «Historia de las ganaderías bravas de Zamora» (años noventa).

«Las ganaderías zamoranas tuvieron una gran importancia, sobre todo en el siglo XVII; en esa época coincidieron unas cuarenta que sirvieron reses a las plazas más importantes de España». García Salazar ha recuperado datos del mar de papel que navega en el Archivo Provincial y allí ha encontrado, por ejemplo, que 15 toros de Gregorio de Olmedo y Gaspar de Ledesma, reconocidos ganaderos zamoranos, sirvieron para engrandecer las fiestas de inauguración de la Plaza Mayor de Madrid, allá por junio de 1619.

¿Cómo era el toro de la época, el que se lidiaba en los fastos organizados durante los reinados de Felipe III y Felipe IV? «Era más bien mediano, a pesar de que en algunas crónicas aparece citado como una res gigante. El tamaño tiene que ver, claro, con la alimentación, más bien escasa, y con el clima continental, frío». La capa era variada, aunque con primacía del negro y cuando se lidiaban tenían de cinco a seis años, pero también salían al coso con siete primaveras.

¿Y cuánto costaban? «Alrededor de 14.000 maravedíes cada ejemplar; al cambio actual serían entre 2.000 y 3.000 euros, una cantidad importante». Entonces se cuidaba menos la genética que ahora, no era necesario. No existían los encastes tal como hoy los entendemos. «Había muchas más mezclas, los toros eran más variados, más imprevisibles que ahora». Los ganaderos zamoranos compraban los becerros en Salamanca y los preparaban para la lidia en la provincia.

El libro de Jesús García Salazar hace una descripción exhaustiva del toro de lidia de la época, de cómo se preparaba antes de llegar a las plazas de primera y segunda.

En los rincones de los documentos de compra-venta se ha encontrado muchas curiosidades. Por ejemplo, que hubo sacerdotes con ganadería de reses bravas. El mas conocido, Antonio Melgar, párroco de la iglesia de Santa María de Azoague, en Benavente. Entre misa y misa, vendía sus reses a las plazas más importantes y logró cierta fama en la época por la fiereza de sus reses, muy apreciadas en los cosos del centro y del norte.

Otra de las ganaderías con nombre en el siglo XVII fue la de los monjes del monasterio de Valparaíso, una institución de la que hoy no queda ni una piedra. En los alrededores de la hoy dehesa del Cubeto, también taurina, pastaban reses que torearon los lidiadores de postín del momento.

Además de la zona de Benavente, muy taurina, por la gran cantidad de praderas que atesoraba, lo que garantizaba la cría barata de reses, había entonces un pueblo zamorano que destacaba de todos los demás por lo mismo. Era Molacillos, a las puertas de Zamora. Acumulaba varias explotaciones de cría de toros. Se da, además, la circunstancia de que en este municipio hubo varias mujeres titulares de las ganaderías. De las más famosas: Antonia Meléndez, Inés Hernández, Inés Vaquero... También hubo en Toro una ganadera, Rosa Pérez de Arce, que llegó a lidiar sus toros en la plaza de toros de Madrid.

Dedica el autor zamorano un capítulo de su libro a lo mayorales, a la labor de estos profesionales, ya entonces clave para el desarrollo de la Fiesta Nacional. Los mayorales eran los encargados de la cría directa de las reses y de su manejo dependía, en muchos casos, las posibilidades de lidia de los astados. «La mayoría de los ganaderos dejaban sus reses en manos de los mayorales, aunque también había, claro, quienes las manejaban de forma directa. No era el caso, de los más conocidos como el Conde de Benavente que tenía varios mayorales».

Los toros zamoranos más conocidos de la época pertenecían a las divisas de Alonso de Valencia y Juan de Zamora, ganaderos que se codeaban de tú a tú con los charros.

En el siglo XVIII la importancia de Zamora dentro del mundo del toro bajó enteros y ya solo aparecen reseñadas en los documentos siete ganaderías de importancia.

Un estudioso de la tauromaquia como Jesús García Salazar por fuerza tenía que ser torista. Y lo es. «El toro hace la fiesta, de él depende el resultado del festejo; los matadores actuales están diseñados bajo el mismo patrón. Destaca, eso sí, y por eso tiene tantos seguidores, José Tomás, es diferente y aporta algo que los demás no tienen».

Cree García Salazar que en la actualidad «sobran muchos ganaderos, muchos toreros y bastantes festejos; es preciso seleccionar para que el público no se aburra; ese es el mayor enemigo de la fiesta: el aburrimiento».

¿Y los antitaurinos? «Siempre han existido y la fiesta no se ha resentido. Los enemigos están en casa y son empresarios, toreros y ganaderos; estos últimos porque están haciendo un toro a la carta y eso es peligroso porque acaba con la emoción y un poco con el riesgo, no se puede resumir todo en el mismo encaste: Domecq y Domecq, la gente se cansa...».

No cree García Salazar que la «receta catalana» vaya a ser aplicada en otras comunidades autónomas españolas. «En Cataluña, más que los antitaurinos, quien ha hecho daño a la fiesta nacional es el empresario de la plaza de toros de Barcelona, Balañá; al final los políticos y antiespañolistas lo han tenido fácil...».

¿Y Zamora? «Necesita un torero local. Alberto Durán es nuestra esperanza. Hay que cuidarlo y apoyarlo. Tiene mimbres y tiene que llegar a hacer el cesto».