La vida en Otero de Sariegos llega hoy de la mano de las aves. Enclave privilegiado para la observación de miles de pájaros, forma parte del creciente conjunto de pueblos abandonados. Hace cuatro años que se fueron los últimos vecinos. Primero Porfirio, luego María. Solos y mayores, parecía insostenible continuar viviendo allí. Y fue así como se cerraron las últimas casas en Otero de Sariegos.

El ocaso de la presencia humana contrasta con el esplendor medioambiental de este punto estratégico en la Reserva Regional de las Lagunas de Villafáfila. Miles de pájaros surcan los cielos del puñado de construcciones que a duras penas se mantienen en pie. La progresiva desaparición del vecindario ha condenado a las casas a un montón de tierra.

Por encima de todas ellas se erige la iglesia de San Martín de Tours, a cuyo patrono los hijos de Otero y los hijos de sus hijos, siguen rindiendo devoción. Es cuando el pueblo retoma por un momento la vida de antaño. Dos fechas en el año, San Marcos (el 25 de abril) y el mencionado San Martín (el 11 de noviembre). Entonces se abren las puertas de la iglesia y Otero de Sariegos recupera algo de lo que fue.

El resto del año este pequeño núcleo se transforma en un paraíso para la fauna; las aves y un habitante más inesperado, el conejo. La explosión del roedor en la Reserva encuentra especial acomodo entre los edificios de adobe, en imparable declive, ahora acrecentados por las escarbaduras de los conejos. Tal es el protagonismo de la fauna que la pervivencia de Otero ya no llega de la mano del hombre sino de los animalillos.

Entre ellos posee su reino la colonia de cernícalo primilla más importante de la ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves), que utiliza la iglesia como uno de los principales lugares de nidificación. Con el fin de preservar su espacio se restauró la cubierta y en el tejado se instalaron 34 cajas-nido especialmente diseñadas para el cernícalo. Junto al templo, el único edificio de nueva construcción no es una vivienda en este edén inhabitado sino uno primillar con 80 nidales; un palomar específicamente adaptado para el cernícalo primilla como lugar de nidificación.

Pasó el tiempo de los humanos. Definitivamente las aves parecen la clave para evitar el olvido de Otero. Le salva su situación geográfica en un espacio único que conserva las últimas lagunas naturales de noroeste de la península. La cercanía a la Salina Grande permite una observación privilegiada de las acuáticas desde un observatorio con dos telescopios. Es el reclamo de miles de visitantes en busca del mejor sitio para ver cómo entran y salen miles de gansos. Es la magia de Otero, el factor más espectacular de la Reserva y el que atrae a más curiosos. Otero de Sariegos es el contraste. Por un lado, las entradas y salidas de miles de ánsares. Por el otro una iglesia y apenas tres casas en pie en un pueblo no se ha librado del despoblamiento ligado al mundo agrícola.

Cuesta condenar al abandono este punto emblemático de la Reserva Regional de las Lagunas de Villafáfila. Quizás por ello dos personas residentes en Villafáfila están empadronadas en Otero. «El principal problema es que no había agua corriente y no se podía continuar viviendo allí», apunta José Ángel Ruiz, alcalde de Villafáfila.

De este Ayuntamiento depende administrativamente Otero de Sariegos, aunque curiosamente las labores eclesiásticas las desempeña el cura de Villarrín. En realidad, entre estos dos pueblos están repartidos la mayoría de los vecinos que fueron de Otero de Sariegos.

Pero la dependencia de Villafáfila tiene su sentido. Un referéndum entre los habitantes que quedaban en Otero determinó la vinculación al municipio. Lo recuerda Tano Caldero, el más veterano guarda medioambiental de la Reserva de las Lagunas, testigo del ocaso de este emblemático enclave, que prácticamente visita a diario muy de mañana. «Ver las salidas de los animales siempre es interesante», cuenta mientras camina por las decadentes edificaciones de este pueblo fantasma, entre las que todavía se mantiene la escuela.

Porque Otero de Sariegos tuvo niños. Hasta principios de los 70 permaneció abierta la escuela, apunta Elías Rodríguez, estudioso de la historia de Tierra de Campos. En realidad el declive del pueblo comenzó en los años 30, cuando algunos vecinos se asentaron entre Villarrín y Villafáfila. Y se acrecentó con la emigración que experimentó en general el medio rural. Según documenta José Luis Domínguez, en 1960 el pueblo cuenta con 97 habitantes, que se redujeron a 59 apenas cinco años más tarde. Y el goteo no paró. Un ocaso poblacional que, en 1964, llevó al entonces Ayuntamiento de Otero de Sariegos a iniciar el expediente de incorporación a uno de los municipios vecinos: Villafáfila o Villarrín.

En 1966 fueron los vecinos los que solicitaron por escrito su incorporación a Villafáfila llevados por varias razones. La dependencia funcional del médico, el veterinario, la farmacia o el juzgado; los vínculos familiares, la distancia, las propiedades. Un proceso que, sin librarse de vaivenes y desencuentros, se cerró en 1972 cuando se aprueba definitivamente. Y el 28 de marzo de 1974 la Hermandad Sindical de Labradores y Ganaderos de Otero de Sariegos integra en la de Villafáfila.

Cuatro décadas después, uno de los mejores observatorios de aves de la Reserva de las Lagunas de Villafáfila se asienta sobre un pueblo abandonado. Miles de visitantes acuden cada año a avistar aves y disfrutar de uno de los espectáculos naturales más impresionantes. Todo un regalo para los amantes de la naturaleza, un paraíso para los ornitólogos. A la vera de la Salina Grande.