Cientos de miles de euros invertidos en la conservación del águila perdicera, especialmente en el Parque Natural Arribes del Duero; la suelta de cientos de conejos debidamente atendidos en urbanizaciones faunísticas de lujo, echados para favorecer su alimentación; y la modificación de aspectos en los tendidos eléctricos, para evitar mortíferas colisiones de las aves, no han conseguido todavía el esperado resultado de que cada pareja anide feliz con una o más crías.

La provincia de Zamora cuenta tan sólo con cuatro parejas reproductoras, y ocho la provincia de Salamanca, y en toda Castilla y León nada más surcan los aires quince parejas.

«En 2011 ha habido 15 territorios ocupados y han volado 13 pollos -se aportó alimentación a 13 parejas, de las que nacieron 10 pollos-. Esto significa una productividad de 0,9 pollos por pareja, un valor alto respecto a sus antecedentes, normal o bajo para lo que se considera en una población en «buenas condiciones». Es una de las conclusiones reflejadas por el informe elaborado por los responsables del Plan de Conservación del águila perdicera, que comenzó su andadura en el año 2008 y finaliza con el año 2011, que ya expira. El Plan ha contado con 1.165.000 euros, financiados por Iberdrola Renovables, y ha sido ejecutado por la Consejería de Medio Ambiente a través de la Fundación Patrimonio Natural y la Fundación Tierra Ibérica.

El objetivo esencial del proyecto conservacionista parece, no obstante, cumplido puesto que es «detener la dramática situación que vive el águila perdicera en Castilla y León». Con sólo quince parejas en su censo, los responsables del Plan consideran «de vital importancia frenar las muertes por causas no naturales, aumentar la productividad y concienciar a la sociedad». «Sólo así se puede asegurar su viabilidad a largo plazo» remachan.

La evolución de la población reproductora en Arribes ha llevado un tendencia declinante «con 30 parejas en los años setenta; 13 a finales de los ochenta; 21 en la década de los noventa; 17 en 2000; y 14 en 2004 (9 en Salamanca y 5 en Zamora)».

El hecho de que se haya alcanzado «un valor cercano a 1 pollo por pareja» -cifra que se considera normal para la especie- es un dato que despierta esperanza dado que «durante las últimas dos décadas, ha sido extremadamente baja, inferior a 0,7 pollos por pareja».

La alimentación suplementaria, a base fundamentalmente de conejo, es una de las primeras medidas adoptadas desde los primeros momentos, en la década de 1990, pero se hacen algunas advertencias al respecto. «El aporte "artificial" de alimentos ha reducido el riesgo de fracaso reproductor y ha aumentado las probabilidades de que la pareja produzca, al menos, un pollo volantón, como sucedió en 2010», pero se precisa que «las actuaciones de aporte artificial de alimento deben ser consideradas como medidas puntuales, con el objetivo de solucionar provisionalmente el problema». Para los responsables del Plan de Conservación del águila perdicera, el suministro humano de alimento «no es la solución definitiva». Apuntan que «a pesar de que ésta sea una herramienta de gestión interesante, también debe tenerse en cuenta que cuando se aplica a un porcentaje muy elevado de la población pueden producirse efectos negativos en la dinámica poblacional, la eficacia biológica y la inversión parental». No obstante, aún «se recomienda continuar con las actuaciones de alimentación suplementaria mientras las condiciones de los territorios no sean favorables y optimizar los aportes de alimentación mediante la creación de cebaderos». Indican que «la mejora de los territorios pasa por el fomento de las especies presa silvestres (conejo, perdiz y paloma), mediante la mejora de sus hábitats, la regulación de las actividades cinegéticas e, incluso, mediante repoblaciones».