Antaño las fiestas de Sanzoles eran más taurinas (y más frías porque se celebraban en enero, coincidiendo con la festividad de San Sebastián), hogaño son más bullangueras, con fuerte protagonismo de la juventud. El desfile de peñas, claro, es cosa reciente, pero se ha convertido en uno de los actos principales de las celebraciones. Ayer volvió a demostrarse. Cada cuadrilla tiene su sello de identidad y se empeña en demostrarlo a base de música, carrozas engalanadas, camisetas de colorines, eslóganes con frases redondas (no aptas para menores en muchos casos).

El desfile fue toda una demostración de fuerza lúdica. Como si los jóvenes de Sanzoles dijeran: aquí estamos nosotros. Y vaya si lo demostraron. La comitiva multicolor recorrió todo el pueblo y sacó a los vecinos a la calle. «¡Qué viene, qué viene!». Y las calles cobraron vida y se tiñeron de voces y colorines.

Los Tormentos, El Estacazo, La Locura, Las FBI, Esto es lo que hay, Sepultura, Lamoscagao, La Divina Xatarra, Los Lobatos, Desastre, DYC, El Descoloque, Peña Tajada... Los peñistas tomaron la calle y se convirtieron en los mejores embajadores de las celebraciones.

Antaño eran los encierros quienes daban alcurnia a la localidad. A veces entre las cencelladas enerianas, las lluvias pertinaces, la luz resucitada de principios de año, los toros entraban en el pueblo por el camino de Villalazán. Venían espoleados por los jinetes, a la carrera para que no se dieran la vuelta y volvieran a la pradera. Los mozos esperaban en los Molederos y allí empezaban las carreras, los cites, el miedo, a veces la sangre. Los más miedosos desfogaban sus temores con gritos desaforados. Claro, estaban protegidos por la altura del Teso la Horca.

Hogaño los festejos son de los sanzolanos que viven fuera del pueblo. Vuelven estos días como un huracán y compran la diversión con alegría. No paran, quieren consumir cada minuto como si en un instante quisieran llenar la mochila de los recuerdos, ya casi vacía, porque el tiempo lo consumen en otro sitio y las migajas no dan para tapar las gateras que deja la distancia.

Las fiestas son un oasis en la soledad del calendario. La semana en que la vida vuelve a la calle y las casas se abren a la luz y se barren las briznas que deja prendidas la soledad en las esquinas de los edificios desvencijados. Ahora no hay espacios para la depresión, todo crece y crece con el hurmiento del aura festiva.

Antaño, las celebraciones en honor de San Sebastián eran punto de encuentro entre las gentes de la comarca. Llegaban de los pueblos de los alrededores: Venialbo, Madridanos, Moraleja, Villalazán... Eran punto de encuentro, momento para la hermandad, también para dar cuerpo a las parejas ya atisbadas. Más familiares porque las familias entendían que las fiestas eran tiempo de vivir en compañía. Entonces, claro, las familias eran más largas. No se agotaban en un periquete. Los miembros de las familias vivían todos en el mismo sitio. Ahora, no.

El desfile de peñas desembocó en el Ayuntamiento donde miembros de la asociación cultural «Melitón Fernández» pronunciaron el pregón festivo y se dio paso a la elección de la reina y las damas de honor de las fiestas, además de la maja forastera. Ya para la medianoche estaba programado un festejo de vaquillas y la actuación de la orquesta Zafiro.

Para hoy, el programa anuncia juegos infantiles, cata de vinos, carrera ciclista, desenjaule y corrida de toros sin muerte y la actuación de la orquesta Acuarela.